Ficha
Título: Mentiras populares.
Autor: Bruno Cardeñosa
Editorial: Espejo de tinta
Nº de páginas: 292
Lengua: Castellana
Sinopsis (extraída de la web de La casa del libro)
No creas nada de lo que oigas y sólo la mitad de lo que
veas. En 2006 Bruno Cardeñosa empezó a informar a los oyentes
de La Rosa de
los Vientos sobre mentiras populares y leyendas urbanas con enorme éxito de
audiencia. Este libro es la recopilación de cientos de estas falsas
informaciones y noticias que forman parte del saber popular, como la de la
chica de la curva, la fan de Ricky Martin, o los famosos refrescos que causan
problemas de salud.
A diferencia de otros trabajos sobre el asunto, este libro es algo más que una
simple recopilación de leyendas y mentiras populares. El autor examina a la
sociedad y la sienta en el diván para averiguar cuáles son los rasgos ocultos e
inconfesables de su personalidad.
Opinión personal
Era yo un niño en los primeros años de los 90, unos años sin
internet en los que la piratería musical, obviamente, no consistía en
descargarse archivos de la red. Ni siquiera había aparecido aún el top manta, y
pocos hogares tenían un ordenador, y los que lo tenían aún no funcionaba ni con
Windows 95. Así que ni siquiera la copia entre amigos era de CD a CD. No, nada
de eso. La música se pasaba de cassette en cassette. Y un primo mío nos pasó, a
mí y a mi hermano, un cassette de hip hop que contenía una famosa canción
titulada Hey, pijo —de hecho, es la única canción que recuerdo del cassette—. A
mí la canción me flipaba, me parecía muy graciosa —y más siendo un niño— y me
aprendí la letra, arrogante y chulesca, de memoria. No sabía entonces cómo se
llamaba el rapero de la canción, ni recuerdo que nadie me lo dijera tampoco. Era
simplemente “el de hey, pijo”. Y había una cosa que me decía mucha gente: que
el cantante estaba muerto. Y no crean que lo decían en broma, no. Lo decían muy
en serio. Porque claro, tú haces una canción metiéndote con los pijos, así que
estos se enfadan y un día un grupo de pijos cabreados y psicópatas te asesinan.
Eso sí, en cómo se había producido la muerte no había consenso. Uno decía que
lo mataron en una discoteca. Otro que lo estaban esperando al salir de casa.
Pero todos tenían claro que lo habían matado los pijos. Esto lo decían donde yo
vivía: en un pueblo de la provincia de Barcelona. Aquel mismo verano, como
todos los veranos, iba de vacaciones a Andalucía, la tierra de mis padres. Y
llegaba yo tan feliz cantando esa canción tan molona que me había aprendido. ¿Y
saben qué me dijeron allí al escucharme cantar la canción? Pues exactamente lo
mismo: que al rapero que la cantaba lo mataron un grupo de pijos, a modo de
venganza. Fueron pasando los años, ya no escuchaba música en cassettes, ya
tenía un ordenador en casa y conexión wifi. Y gracias a la red descubrí quién
era el rapero que cantaba la canción, se trataba
MC Randy. Y resultaba que no,
que no lo habían matado los pijos, el tipo está bien vivo y aquello de su muerte
se trató de una leyenda urbana. Y a mí que fuera un bulo no me sorprendió, era
lo que sospechaba siendo ya más adulto. Porque total, pensaba, ¿cómo es posible
que tal suceso no lo haya visto nunca en la televisión, ni en ninguna revista
musical? ¿Cómo es que no hay nunca ninguna efeméride de su muerte? Así que yo
ya sospeché que aquello debió ser un bulo. Sin embargo, hubo algo que sí me
dejó muy inquieto al recordar aquella leyenda urbana de mi infancia… ¿cómo
se podía contar esa misma leyenda urbana tanto en Barcelona como en Almería? O
sea, alguien se inventaba un bulo en algún punto de España y, en cuestión de
tiempo, por el boca a boca, se extendía por todo el país, sin internet ni redes
sociales. No sé a ustedes, pero a mí me fascinó y me sigue fascinando.
Esta leyenda urbana que recuerdo de mi infancia y os acabo
de contar no aparece en el libro del que os voy a hablar hoy: Mentiras
populares, de Bruno Cardeñosa. Pero bien podría haber figurado entre sus
páginas, y concretamente en el capítulo 2 que lleva por título “Con nombre
propio”, y en el que se recogen leyendas urbanas acerca de personajes famosos.
El libro con el que hoy abro La posada del lector “nació” primeramente en
septiembre del 2006 como una sección del programa de radio La Rosa de los vientos, la cual
versaba sobre estas historias que tanto rodaban por la sociedad. Y Bruno
Cardeñosa, periodista y locutor de dicho programa, lo pasó a formato libro en
el 2008, añadiendo material nuevo. En el libro las leyendas están clasificadas
temáticamente a través de los doce capítulos. La clasificación es un poco arbitraría,
porque hay leyendas que podrían estar a la vez en algún otro capítulo, sin
embargo no lo señalo como un defecto. Porque de alguna manera hay que
clasificar estas historias en capítulos, y Bruno Cardeñosa encuentra un nexo
común para agruparlas. Y además de los doce capítulos, el libro se abre con una
introducción en la que Bruno Cardeñosa nos cuenta qué intencionalidad persigue:
Si servidor fuera psiquiatra y la sociedad mi paciente,
para psicoanalizar al <<enfermo>> sentaría en el diván informaciones
como las que pretendo exponer en este trabajo. Y es que he descubierto que
revelan mucho más sobre nosotros de lo que nos imaginamos, porque son historias
que reflejan los miedos, inquietudes, comportamientos, prejuicios, ideas,
creencias, etcétera, que nuestra sociedad esconde y alberga de forma latente,
bajo la supeficie, puesto que estos relatos, muchas veces, son el auténtico
código genético de la opinión pública, y en no pocas ocasiones, ese código
esconde eslabones dañados. Precisamente, ése es uno de los aspectos sobre los
que pretendo profundiza en las páginas que siguen.
Como el propio autor dice, Mentiras populares no se trata sólo de un mero recopilatorio de
leyendas urbanas y de mentiras que se han repetido mil veces hasta convertirse
en “verdad”, sino que intenta explicar por qué a veces se crean estas leyendas,
qué explicación social hay, y qué revela acerca de nosotros. Además, rastrea
Cardeñosa la fuente de algunas de estas leyendas, buscando el lugar en el que
se originó, y si había una base real —base real que con el tiempo se deforma tanto
que al final acabamos teniendo una burda mentira—. En ocasiones, Cardeñosa
coteja las distintas versiones de una misma leyenda urbana según la zona
geográfica. Por ejemplo, ¿conocen la zoofílica leyenda urbana de Ricky Martin
en el programa de Sopresa Sorpresa y la chica del perro y la mermelada? Bueno, pues sospechosamente pasó la misma
historia en Chile. Pero el protagonista no era Ricky Martin, sino Luis Miguel. Y
Cardeñosa llega aún más lejos con esta leyenda urbana, y nos cuenta que “aunque
casi nunca es posible encontrar el origen de una [leyenda urbana],
posiblemente, en este caso, servidor ha dado con un relato que quizá nos sirva
para reconstruir algo mejor la <<mentira>>. Se trató de una historia
que empezó a circular en Estados Unidos allá por comienzos de la década de los
noventa —unos pocos años antes del caso protagonizado por Ricky Martin—, y que
el folclorista Jan Harold Brunvand recogió”. Y es que, queridos amigos, las leyendas urbanas
traspasan fronteras, y se adaptan a otros países y culturas. Ahí va otra:
¿nunca han escuchado que viajaba en avión Ana Obregón y por la presión se le
reventaron los implantes de silicona de los pechos? Bueno, pues a parte de
asegurarles que tal acontecimiento no sucedió nunca, este mismo hecho también
le “sucedió” a varias “Ana Obregón” de otros países. En los países nórdicos le
sucedió a la actriz Brigitte Nielsen. Y en Estados Unidos la que se quedó sin
implantes de silicona fue Pamela Anderson.
Y podría seguir relatando bulos y leyendas urbanas que
circularon sobre famosos —que por cierto, la mayoría negativas que dejaban en
mal lugar al famoso en cuestión, salvo las del anterior rey Juan Carlos, que lo
dejaban como un campechano dispuesto a ayudar siempre al prójimo de forma
anónima—, pero si tuviera que citar todas las leyendas urbanas que aparecen en
el libro no terminaría nunca. Eso sí, déjenme que les cite otro recuerdo
personal relacionado con otra leyenda urbana, esta vez referente a la ya citada
de Ricky Martin y la mermelada: la leyenda urbana me pilló en la época del
instituto, y una chica de clase juró y
perjuró que esa historia era verdad, porque su madre la vio en la tele, decía.
Obviamente mintió. Y es que respecto a las leyendas urbanas siempre hay alguien
que dice que “yo conozco a uno que vio o sufrió tal cosa”. Cuando no te cuentan
que directamente ellos protagonizaron la leyenda urbana o fueron testigos
directos. ¿Y por qué le gusta tanto a la gente mentir? Buena pregunta, para la
que Bruno Cardeñosa no parece tener respuesta. Pero es obvio que la gente
miente. E incluso, si les demuestras que lo que ellos creían a pies juntillas
no era verdad, pueden llegar a tomárselo muy mal, tal y como cuenta Cardeñosa
en el capítulo 8, “Sucesos impersonales”. Como digo, no sé por qué a la gente
le gusta mentir, pero sí sospecho por qué pueden enfadarse y negar toda
evidencia para permanecer a lomos del burro: porque las leyendas urbanas,
aunque falsas, se asientan sobre nuestras emociones, sobre nuestra concepción
del mundo para darnos la razón, y a todos nos gusta tener razón. Quizás Bruno
Cardeñosa lo explique mejor:
El hecho de que este tipo de relatos alcancen tanta
notoriedad —y lo he dicho ya en otras ocasiones—, se debe a que cuentan con elementos
que los convierten en creíbles, porque abordan asuntos que sabemos que son
reales. Las estafas lo son, los delitos también, la maldad humana igualmente…
Pero la investigadora Linda Dégh añade a la condicionante de
<<realidad>> una segunda característica que está presente, a la que
denomina <<ilusiones aceptadas como ciertas por la generalidad>>,
es decir, particularidades sobre cada uno de estos relatos que, si bien
resultan excepcionales, entendemos que podrían llegar a suceder.
Puede ser que en un momento determinado un terrorista quiera
avisar a las víctimas, porque entendemos que puede existir una pizca de
humanidad en él. O bien puede ser que se lleven a cabo prácticas sexuales que
se salgan de la norma. Sin embargo, en ocasiones, algunas leyendas urbanas
pasan de puntillas sobre ambas condiciones y, pese a ello, crecen hasta
convertirse en mentiras populares que nuestro yo interno acepta sin rechistar,
si bien se considera que su complejidad hace necesario —al subconsciente—,
crear estrategias para reforzar la creencia y darla a conocer con seguridad.
Tales pautas son indispensables para que los relatos sobre algunos sucesos
imposibles lleguen a creerse a pies juntillas, pese a que sea imposible, a
todos los niveles, que el relato sea verídico.
A veces, la situación llega al punto de que el investigador
de estos relatos se convierte en un enemigo, un papel que he sufrido en no
pocas ocasiones.
 |
Pinocho no era tan trolero en comparación de la gente que difunde leyendas urbanas |
Por eso, da igual lo crítico y escéptico que uno sea. Es imposible
no haberse tragado alguna vez una de estas historias tomadas por verdaderas. Y
uno de los encantos de la lectura es, al menos para vuestro servidor
Letraherido, ir descubriendo qué leyenda urbana nos hemos tragado. Ahí confieso
una que me tragué hace años: la de los bolis, lápices, la NASA y los rusos. Pues nada,
resulta que en el espacio, por la falta de gravedad, los bolígrafos no
escribían bien porque la tinta también se quedaba flotando. Así que la NASA invertió tiempo y dinero
en fabricar un super bolígrafo que pudiera escribir en condiciones. Los rusos fueron
más inteligentes: usaron lápices. Esta historia, que parece típica de un libro
de coaching motivador para ejemplificar el ingenio, tiene un problema: es falsa
—de ahí que desconfíe tanto del coaching, pero no me meteré ahora en ese
jardín—. Veamos qué se dice sobre dicha leyenda en el libro que nos ocupa:
Uno de los que se refirió a este tema es el astronauta
español Pedro Duque, que ha viajado en algunas de las misiones dirigidas por
los rusos. Durante uno de sus viajes, exactamente el 23 de octubre de 2003,
escribió la siguiente crónica: <<Estoy escribiendo estas notas en el
Soyuz con un Boli barato. ¿Por qué tiene eso importancia? Resulta que llevo 17
años trabajando en programas espaciales, 11 como astronauta, y siempre he creído,
porque así me lo han explicado, que los bolígrafos normales no escriben en el
espacio. La tinta no cae, decían. Escribe un momento boca abajo con un boli y
verás como tengo razón, decían. En mi primer vuelo, como todos los astronautas
del Shuttle, yo llevé un boli muy caro, de esos que tienen el
cartucho de tinta a presión. Sin embargo, el otro día estaba con mi instructor
de Soyuz, y vi que estaba preparando los libros para el vuelo, y estaba
poniéndonos un boli con un cordel
para escribir una vez en órbita. Ante mi asombro, me dijo que los rusos siempre
han usado bolis en el espacio. Yo
también metí uno nuestro, de propaganda de la Agencia Europea del Espacio (no
vaya a ser que los bolis rusos sean especiales), y aquí estoy, no deja de
funcionar y ni <<escupe>> ni nada>>. (…)
Por cierto: los primeros bolígrafos no viajaron al espacio
hasta 1965. Hasta entonces, los astronautas de la NASA —y no los rusos—, había
utilizado lápices. Sí, lápices. Pero curiosamente, dejaron de hacerlo porque
descubrieron que en las condiciones que se daban dentro de las naves, la madera
y el grafito era altamente inflamable y podría resultar un serio peligro.
<<Así que de lápices nada>>, dijo alguien en la NASA. Paradójico final para
esta leyenda urbana.
Pero como les digo, nos las creemos. Porque nos reafirman en
nuestras creencias, y les damos veracidad. Por nuestros miedos, por nuestros
prejuicios y hasta por nuestra educación les damos veracidad, pese a que algunas
leyendas urbanas hacen aguas, a poco que les apliquemos la lógica. Como aquello
que se decía de que en los porteros automáticos de las viviendas se dibujaba un
código secreto compartido por los ladrones, en los que daban información de los
inquilinos a otros ladrones…vaya, ¿desde cuándo son tan generosos y altruistas
los ladrones con otros ladrones que prefieren ceder el botín? Sólo les faltaría
montar un sindicato. U otro clásico: la del tráfico de órganos, que en
cualquier lugar te pueden drogar, y despertarte en una bañera faltándote un
riñón. Como verán, muy coherente todo, sí:
De todos modos, y
para quien dude, basta pensar dos veces para darnos cuenta de que los relatos
sobre el tráfico de órganos no son verídicos. La extracción es un proceso tan
complejo que escapa a las posibilidades de una banda de traficantes. En
principio, donante y receptor deben efectuarse análisis para averiguar si entre
ellos existe histocompatibilidad, algo que implica la imposibilidad de elegir
aleatoriamente a alguien para extraerle un órgano, operación que, además, puede
durar más de ocho horas y requiere la colaboración de un extenso equipo de
médicos. Encima, la conservación del riñón exige un instrumental del que sólo
disponen algunos hospitales, y unas sustancias químicas de acceso restringido.
Todas estas condiciones hacen imposible el tráfico de órganos. Es importante
saber que en el proceso (y por tanto también en un hipotético tráfico), es
imprescindible que participen cientos de personas, y personal de todo tipo, por
lo que es seguro que alguien, al menos en alguna parte del mundo, tendría que
haber sido detenido en algún momento. Y eso, hasta ahora, no ha ocurrido.
Pero no digamos que todo se debe a los prejuicios,
ingenuidad y temores de la población. Los medios de comunicación colaboran
mucho en su difusión. Y cuando las leyendas urbanas están insertadas en la
prensa seria —supuestamente seria—da igual lo cultos o escépticos que podamos
ser, las posibilidades de que nos las creamos son muy altas. No es que seamos
ya manipulables, sino que directamente nos dan en ocasiones información
manipulada, y es muy difícil descubrir que una historia es falsa si desde los
medios se propaga con toda naturalidad, hasta ser asumida por la población. Y
por desgracia no es sólo un problema de falta de profesionalidad periodística,
es directamente mala intencionalidad. Cardeñosa denuncia en ocasiones en
Mentiras populares la falta de escrúpulos del poder. Y buscando información
acerca del autor, me doy cuenta de que ha escrito varios libros sobre
conspiraciones. Dichos libros, si les soy
sincero, no me llaman demasiado. Porque aunque Mentiras populares me resulta
una lectura grata, no soy amigo de estas teorías de la conspiración. Al menos,
considero que más del 90%, la gran mayoría, tienen más de imaginación y de
huecos rellenados que de información objetiva, y por lo tanto considero que
creer en ellas es más un acto de fe que otra cosa. Y en algunos momentos de
Mentiras populares Cardeñosa deja caer su visión conspiranoica.
Pero aunque yo no sea partidario de teorías de la conspiración,
sí le doy la razón al autor en que el poder manipula. Quizás no digan en los
medios de comunicación una mentira directa —bueno, a veces también—, pero sí
omiten parte de la información… y las omisiones provocan el falseamiento de una
noticia. También me creo que al poder —sea el que sea— le interesa promover
determinadas leyendas urbanas, o al menos no desmentirlas. Es algo que veo por
mí mismo, sin que nadie me lo cuente, en la forma de dar ciertas noticias en
los telediarios.
Pero nos desviamos demasiado del libro. Estábamos en que el
poder, los poderosos, se valen de leyendas urbanas para velar por sus
intereses. Por ejemplo, metiéndonos miedo. Y así, en aras de nuestra seguridad,
implementar más medidas de control aún a costa de nuestra libertad. Saben
perfectamente cómo explotar nuestro miedo y que lo acabemos interiorizando aún
más, tal y cómo se explica en el capítulo 6, “Miedo a todo”. No en balde,
muchas leyendas urbanas resultan terroríficas, porque nuestro miedo las
alimentan y las difunden. Como aquella de psicópatas conductores que circulan
con las luces apagadas, y esperan que alguien, con buena voluntad, les avise con
los faros de que llevan las luces apagadas y firmen así su sentencia de muerte,
puesto que el asesino psicópata esperará el aviso lumínico del incauto
bienintencionado para asesinarlo. Un asesinato así, estaría bien documentado…
¿pero saben cuántas denuncias de agresiones de este tipo hay documentadas en
las comisarías de España? Ninguna. Como también las snuff movies, que son filmaciones
en las que se graban asesinatos reales. Hasta la fecha, o al menos hasta el año
2008 en el que se publicó el libro, jamás se ha hallado ninguna.
Aunque si por un lado el poder utiliza el miedo para
amedrentar a la población contando o no desmitiendo bulos, a veces desde abajo
surgen leyendas urbanas en contra de aquello que consideramos que tiene un
poder social y económico injusto. Y de nuevo se apela al miedo contra ello.
Quizás por eso hay tantas leyendas urbanas en contra de marcas comerciales,
como recoge Cardeñosa en el capítulo 4, “Marcas diabólicas”, en el cuál nos
cuenta por qué nacen este tipo de leyendas:
Las grandes firmas comerciales han sido casi siempre un
objetivo perfecto para los fabricantes de leyendas urbanas. Se trata de una
reacción social al poder de estas marcas, que pese a que sus productos son
consumidos de forma masiva, generan un halo de duda sobre la honestidad de sus
operaciones comerciales y lo idóneo de aquellos para el consumo o la salud.
Lógicamente, los hombres y mujeres que formamos parte de la
sociedad solemos ser desheredados del sistema capitalista, que hace ricos a
unos pocos y vulgares consumidores a la mayoría, pero lo aceptamos porque sí, o
porque nos da de comer, o porque tememos cualquier cambio. A esos desheredados
pertenecemos tú y yo, y en no pocas ocasiones nos sentimos insatisfechos de
forma inconsciente. Y aunque tú y yo no lo hagamos, algunos de nuestros
congéneres sí que ponen en liza determinadas <<verdades>> que
cuestionan a los iconos que mejor representan el sistema en el que vivimos; un
sistema que nos llena de descontento, desconfianza, inseguridad… He ahí la
pared sobre la cual se abren grietas que aprovecha la sociedad para insertar
leyendas urbanas como las que voy a contar en este capítulo.
Y no seré yo quien defienda a las multinacionales y grandes
corporaciones, pero por amor a la verdad conviene que lo que se diga de ellas
sea cierto. Como también nos conviene, sobre todo, erradicar las leyendas
urbanas tecnófobas. Personalmente, hay leyendas que me parecen divertidas e
inocuas, pero las tecnófobas no me hacen ninguna gracia. Veo en ellas un miedo irracional
hacia el progreso. Teléfonos móviles y microondas se llevan la palma a la hora
de provocar miedos infundados. Pero no todas las leyendas urbanas tienen el
miedo como motor creativo. El sentimiento de piedad y generosidad es apelado
por quien difunde falsas historias, y así se ve en peticiones solidarias de las
que se nos habla en el capítulo 9, “Leyendas para incautos”, que no son otra
cosa que estafas camufladas que apelan a la compasión humana. Otras leyendas en
cambio son educativas, parecen fábulas escritas por un cuentista con
un mensaje moral de fondo. Y es que el vocablo “leyenda” procede del latín, y
etimológicamente significa “lo que debe ser leído”, no es de extrañar, pues,
este componente ejemplarizante.

Como me pasa en cada entrada, llega un momento en que de tan
larga ya les debo estar aburriendo, y es hora de finiquitar. En definitiva,
Mentiras populares ha
sido una lectura curiosa, amena e interesante. Sólo por la entretenida retahíla
de leyendas que se han tomado por verdad merece la pena leerla.
Mentiras sociales que a veces es imposible no creerse, y es que no basta con
abrir bien los ojos e informarse lo mejor que se pueda. Nunca podemos estar
100% seguros de que no nos la han colado. Y da igual que avance la tecnología y vivamos
en un mundo más conectado, porque con las redes sociales aún más virales se vuelven estos engaños. Hasta a la gente de ciencias se la cuelan, y con ello me
despido con la siguiente cita del libro:
<<Tras el estudio nos dimos cuenta de que en la
comunidad médica circulan ideas que nunca han sido probadas>>, señalan
los autores del estudio publicado en diciembre de 2007 en British Medical Journal. <<No debemos creer algo sólo porque
lo hemos escuchado anteriormente>>, dicen los investigadores de la Universidad de
Indiana, dirigiéndose a sus propios colegas.
Y es que todo puede ser mentira.
Valoración: Notable
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urbanas, Jan Harold Brunward, las teorías de la conspiración.