miércoles, 31 de diciembre de 2014

Pícnic junto al camino, de Boris Strugatski y Arkadi Strugatski. O cómo los extraterrestres ni se dignaron a mirarnos.




Ficha
Título: Pícnic junto al camino
Autor: Boris y Arkadi Strugatski
Número de páginas: 239
Tapa: blanda
Editorial: Ediciones B
Lengua: Castellano

Sinopsis (extraída de anobii):
La fugaz visita de naves extraterrestres ha dejado misteriosos desperdicios fruto del insólito pícnic junto al camino de unos seres absolutamente incomprensibles. Las que fueron Zonas de aterrizaje son ahora lugares peligrosos y prohibidos, donde unos misteriosos objetos desencadenan todas las ambiciones humanas. Los stalkers se arriesgan a entrar furtivamente en la Zona para rescatar, cual hormigas laboriosas, esos restos abandonados por los que suspiran al unísono la ciencia y el hampa.

Opinión personal
Normalmente cuando planteamos la posibilidad de que una nave extraterrestre aterrice en nuestro planeta pensamos en dos posibilidades:
1- Vienen en son de guerra a conquistarnos, los muy cabrones.
2- Vienen en son de paz, y tal vez con su súper tecnología nos ayudarán a resolver todos nuestros problemas.
Pues bueno, en Pícnic junto al camino, clásico de la ciencia ficción de los hermanos soviéticos Boris y Arkadi Strugatski (astrónomo el primero, y filólogo el segundo), se nos presenta una tercera posibilidad: esos seres, venidos de otra parte del universo, llegan hasta nuestro planeta, no sé sabe qué demonios hacen (¿recoger materias primas tal vez? Pero sólo es una suposición mía, en la novela no se da ninguna pista), y se largan. Sí, se largan pasando completamente de nosotros, ni se dignan a mirarnos.
Con este panorama arranca la novela, ya que se nos pone en antecedentes de la llamada Visita desde las primeras páginas de la obra. Han pasado ya décadas de aquel suceso y nos encontramos en Harmont, Canadá, una de las varias denominadas Zonas que recibió la Visita. Y allí donde hay una zona habrá una serie de objetos que las naves alienígenas dejaron desperdigados. Objetos extraños, que hacen cosas raras e inexplicables, y que los científicos no pueden explicar con nuestras leyes físicas y químicas(1). Las autoridades toman cartas en el asunto, y en cada zona se mantendrá un férreo control militar y se instalarán institutos científicos para estudiar los extraños restos extraterrestres así como también los incomprensibles fenómenos paranormales que suceden allí.Y en este contexto, se desarrolla la historia de Redrick Schuhart, el protagonista de la novela. Red es un stalker, es decir: un hombre especializado en entrar furtivamente en la Zona para coger esos objetos caídos del cielo, con lo que eso conlleva: perder la vida, ya sea por los peligrosísimos fenómenos inexplicables (como por ejemplo, la terrible “gelatina de bruja”) o porque un guardia te tirotee (2).
Los hermanos Strugatski

¿Saben dónde está el grandísimo encanto de esta lectura? En que, como buena novela de ciencia ficción, habla esencialmente de nosotros. Sí, vale, trata de una visita extraterrestre a la tierra, pero los extraterrestres ni aparecen en la obra. No es una novela en la cual el enemigo sea un conquistador alienígena al que debamos exterminar en un épico combate, como en tantas películas made in Hollywood nos ha mostrado. Aquí el enemigo, en todo caso (y si es que se le puede llamar así), es la Zona, con sus misterios y sus cachivaches tecnológicos esparcidos por el territorio, lo cual representa un desafío para nuestras limitadas mentes humanas. Desafío que no parece que podamos vencer, y es que hay una frase genial en la novela que lo resume todo perfectamente: “Son respuestas que nos han caído del cielo a preguntas que todavía no sabemos formular”.
 
Pícnic junto al camino no es una novela de ciencia ficción en la que tampoco prime la acción, si bien las incursiones en la Zona tienen su miga. Es más bien una fotografía social, ya que nos muestra el impacto sociológico que provoca la Visita: una gran duda e incerteza en nuestras creencias humanas, provocado por este acontecimiento. Por eso no es descabellado afirmar que Pícnic junto al camino, además de ser una novela de ciencia ficción, se puede considerar también una novela negra, con esos stalkers mercenarios y de dudosa moralidad (aunque Red nos cae bien si lo comparamos con otros stalkers que conoceremos), dados a los vicios y a la picaresca para sobrevivir, con esa sensación de miseria humana de los bajos fondos de Harmont, con su corrupción (a veces son los propios Institutos quienes compran el material furtivo a los stalkers) y ese ambiente de vigilancia militar. Todo eso conforma un paisaje desolador, y veremos qué tal le va a Redrick. La novela consta de cuatro capítulos que globalmente nos dará una historia fragmentaria, ya que cada capítulo es un salto temporal que nos muestra un momento determinado de la vida del protagonista. El primer capítulo está narrado en primera persona por Red, el resto tendrá un narrador externo. Un narrador que no será omnisciente, y es todo un acierto que no lo sea porque remarca el misterio y la incomprensión de esa huella extraterrestre que nos ha quedado en el planeta. De hecho, no se describen todos los fenómenos ni objetos extraños que se nombran. Sólo sabremos que no sabemos nada, y probablemente nunca se sabrá.

He disfrutado mucho de esta novela. Me hizo pensar que cuando estudiamos historia vemos como el antropocentrismo, al sustituir al teocentrismo, revalorizó al ser humano y nos colocamos a nosotros mismos en el centro del universo, hasta acabar dirigiendo nuestros telescopios a los cielos en nuestro afán de conocimiento. Se puede decir que la humanidad gozaba de buena autoestima. Pero parece que esta visita nos la hizo añicos. Porque ahí estamos, arriesgando la vida y montando un amplio dispositivo militar-científico alrededor de las Zonas, fascinados por lo que un día nos cayó del cielo. Y que sin embargo, qué irónico, al estar todo abandonado de cualquier manera, lo más probable es que se trate de la chatarra de otra civilización.

Por último, Pícnic junto al camino no es una novela que dé respuestas, pero sí hace que el lector se plantee muchas preguntas. Y les digo, palabra de vuestro amigo Letraherido, que sólo por la conversación que se da en el tercer capítulo entre dos personajes (Noonan, y el doctor Pilman) (3) este libro merece mucho la pena. Les recomiendo entusiastamente esta pequeña joya que es Pícnic junto al camino.

Puntuación: notable alto
Te gustará si te gusta la buena ciencia ficción en una obra breve y además que no proceda del mundo anglosajón. Y también si te gusta la novela negra.
Fragmentos:

(1) Objetos como los vacíos:
Llevaba meses peleando con esos <<vacíos>>; a mi modo de ver, sin beneficio alguno, ni para la humanidad ni para él mismo. En su lugar, yo ya habría mandado todo al carajo y me habría buscado otro trabajo que me proporcionara el mismo sueldo. Claro que, si uno lo piensa bien, un <<vacío>> es algo misterioso, hasta incomprensible se podría decir. Yo he tenido muchos entre las manos, pero no dejo de sorprenderme cada vez que veo uno. Son sólo dos discos de cobre, del tamaño de un plato pequeño de medio centímetro de grosor, más o menos, separados por una distancia de cuarenta centímetros. Nada más. Nada, absolutamente nada, sólo espacio vacío. Se puede meter la mano allí, incluso la cabeza si uno enloquece al contemplarlos: no hay nada, aire y nada más. Tiene que haber alguna fuerza entre los dos platitos, tal como yo lo veo, porque nadie ha logrado juntarlos, ni tampoco separarlos.
La verdad, amigos, es difícil describirlos a alguien que no los haya visto. Son demasiado simples; sobre todo cuando uno los mira muy de cerca y acaba por creer en lo que ve. Es como tratar de describir un vaso, por no decir una copa: uno acaba maldiciendo por la impotencia. Muy bien, supongamos que lo habéis entendido; y los que no lo tengan claro que lean el boletín del instituto: en todos los números hay un artículo sobre los <<vacíos>>, con fotos y todo.

(2) Redrick sale de la zona, y así nos lo encontramos:
Después me senté en el banco, con la cabeza vacía, el alma vacía. Bebía el whisky como si fuera agua. Estaba vivo. La Zona me había dejado salir. Me había dejado salir, la muy puta. Esa maldita y traicionera puta. Estaba vivo. Los sabelotodo nunca eran capaces de apreciarlo, sólo un stalker lo comprendía. Las lágrimas me corrían por las mejillas, no sé si por los tragos o por qué. Mamé de la petaca hasta dejarla seca. Yo estaba mojado; la petaca, seca. Por supuesto, no alcanzó para ese último sorbo que necesitaba sin falta. Pero eso tenía solución. Todo tenía solución, porque estaba vivo. Encendí un cigarrillo y, mientras fumaba, allí sentado, me invadió el cansancio. Entonces me acordé de la bonificación. Ésa era una de las grandes ventajas del instituto. En el mismo momento que regresas, puedes ir a retirar el sobre.

 (3) Una minúscula muestra:
—¿Cómo ha dicho?
—Un picnic. Imagine un bosque, un camino en el campo, un claro. Un coche sale del camino y se interna en el claro. Aparece un grupo de gente joven, con cestas de comida, Chicas, transistores, máquinas fotográficas, cámaras… Encienden un fuego, montan las tiendas, ponen música. Por la mañana se marchan. Los animales, los pájaros y los insectos que los han estado observando horrorizados durante la noche vuelven a salir de sus escondrijos. ¿Y con qué se encuentran? Gasolina y aceite derramados en la hierba, bujías. Todo tipo de desechos: linternas usadas, válvulas y filtros usados, alguien dejó una llave inglesa(…)
—Ya entiendo: un picnic junto al camino.
—Exactamente. Un picnic junto a algún camino del cosmos. Y usted me pregunta si van a volver.
—Déme un cigarrillo —pidió Noonan—. ¡Qué se vaya al diablo esa maldita pseudociencia! Lo había imaginado todo muy distinto.
—Está en su derecho.
—Eso significa que ni siquiera repararon en nosotros.
—¿Por qué?
—Bueno, sea como fuere, no nos prestaron ninguna atención.
—En su lugar, yo más bien me alegraría de eso, ¿sabe? —le aconsejó Valentine.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Ciento volando de catorce, de Joaquín Sabina. O cuando un cantautor prueba suerte con los sonetos pero en su cancionero sigue estando su mejor literatura.




Ficha 
Título: Ciento volando de catorce.
Autor: Joaquín Sabina.
Número de páginas: 142
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: Visor libros
Lengua: Castellano

Sinopsis (copiada de la contraportada, palabras de Luis García Montero)
El mundo de Joaquín es real y matizado porque surge de la melancolía para desembocar en los impulsos irónicos. El vitalismo de sus consignas procura darle la vuelta a los relojes y a las palabras. Cuando camina, lo mismo que cuando baila, no hace otra cosa que soñar con los pies, perseguir en los horizontes de la len titud un argumento seductor para la defender la prisa. Y Joaquín resulta convincente porque su mundo personal es fruto de una experiencia colectiva, recuerdo de unos años en los que había que correr para escapar de la mediocridad, la sopa triste, la moral de las mesas de camilla y los argumentos asumidos a golpe secreto de renuncias personales.

Opinión personal
Varias veces, siendo estudiante, tuve profesores de lengua y literatura que ponían de ejemplo a Joaquín Sabina como un tipo que escribía unas letras excelentes. Y aunque a mí me molestaba el hecho de que parecía que Sabina era el único cantante que componía buenas letras —os lo juro, nunca me citaron a otro—, la comparación me parecía acertada. Con 13 años cayó en mi mano el disco Esta boca es mía, el cuál me fascinó y es hasta la fecha mi disco favorito del cantautor de Úbeda. Canciones como "Ruido", "Siete crisantemos" o "Por el bulevar de los sueños rotos" las escuché innumerables veces. Así Joaquín Sabina pasó a ser uno de mis cantautores favoritos y, desde luego, a esa edad ya me di cuenta de que aquellas letras eran mejores que las del 90% de canciones que sonaban en las radiofórmulas. Normal que, unos pocos años más tarde, cuando me enteré de que Sabina había sacado un libro de sonetos, fuera a la librería a hacerme con esta obra que hoy, queridos bebedores literarios, se tratará en La posada del lector.


Ciento volando de catorce es un libro de sonetos, 100 en total y distribuidos en varias partes diferenciadas. Así pues, tenemos:
— Los poemarios agrupados en “Señales de vida”, que nos muestran los sonetos con un yo más personal de todo el poemario.
— Los que están agrupados en “Pies de foto”, en los que se retrata y/o homenajea a amigos y familiares. Desfilan por esta serie personalidades famosas como Pablo Milanés, Andrés Calamaro, Fernando Savater, Javier Krahe, Francisco Umbral, Rafael Alberti y un largo etcétera.
— Tenemos otros 7 sonetos que giran en torno a la tauromaquia bajo el título de “Seis dedos en la llaga de Tomás y un brindis a la sombra de Antoñete”.
— Otro pequeño grupo de temática amorosa, “Quién lo probó lo sabe”.
— La serie de sonetos “Benditos Malditos Malditos Benditos”, en los que todos tienen la misma estructura, y Sabina se dedica a bendecir o a maldecir aquello que adora o detesta.
— Por último, tenemos dos sonetos más: el de introducción y el de despedida. El de introducción es una captatio benevolentia en toda regla, en la que Sabina, consciente de su fama y de que llega al gran público, expresa el deseo de que el lector salte desde su obra a otros poeta (1).

Pero vamos ya a comentar la obra. ¿Qué me ha parecido la lectura? Pues veréis, Joaquín Sabina domina más que de sobras los recursos literarios en sus canciones: sabe crear buenas comparaciones, anáforas y asíndetons que arman bien estructuralmente la canción, personificaciones, metáforas, etc. Y todo esto se encuentra también en sus sonetos, de la misma manera que también encontramos esa temática canalla, urbana y con una dosis de realismo cotidiano, a veces un tanto sórdido — bueno, esto último, dicho así, puede dar la idea de que el poemario es deprimente, pero no: hay muchos sonetos para la risa y para la amistad, y además ese realismo triste se matiza con un toque hedonista, que invita a vivir los pequeños placeres (2)— . Y sin embargo, a pesar de que en Ciento volando de catorce encontramos los mismos recursos poéticos y temáticos que en su cancionero, hay algo que no me termina de convencer, algo que no me funciona igual de bien que en sus canciones. Quizás lo más primordial en un soneto es su fluidez, su musicalidad. Por eso en la literatura española se considera a Garcilaso de la Vega el autor que dignificó el soneto pese a no ser él el primero en escribirlos, ahí estaba el Marqués de Santillana. Pero el soneto del Marqués de Santillana no fluía con la misma naturalidad que el de Garcilaso. Porque no basta con cuadrar las 11 sílabas en 14 versos, el verso debe fluir y no quedarse constreñido. Por eso no es nada fácil escribir un soneto, y a veces en la lectura tenía la sensación de que el verso estaba un poco anquilosado, con giros y expresiones un tanto bruscas —algunas en inglés, o usando expresiones populares como el “candemor” de Chiquito de la Calzada, que no me acaba de sonar bien—, y tomándose a veces Sabina ciertas licencias poéticas, como en el poema "Plasticorazones", en el que al final de un verso con una nota al pie nos dirá “sí, falta una s ¿pasa algo?”, o en el poema “Todo a cien” que escribe una frase en inglés y nos señala que hay que pronunciarse tal y como se escribe.

Y dejando de lado la musicalidad intrínseca del verso y su fluidez, tampoco es un poemario en el que me recree gustosamente leyendo, una y otra vez, un mismo poema. De su poesía amorosa pocas composiciones me llegan a decir algo. No me deleito en ellos como sí con la poesía de otros poetas como Pablo Neruda o Pedro Salinas. Aunque hay sonetos que no están nada mal como el de "Puntos suspensivos"(3), en mi opinión de los más logrados de la obra. Y en otras ocasiones me encuentro un verso muy bueno, o incluso una estrofa que me parece impecable, pero el conjunto total del soneto me suele fallar. Por eso prefiero las letras de sus canciones —recogidas, por cierto, en la obra Con buena letra, y que con cada nuevo disco van ampliando el libro en una nueva edición—. Y conste que no digo esto como desprecio, no es fácil escribir una buena letra de canción, ni siquiera creo que sea un género menor. El propio Luis García Montero nos cuenta en el prólogo escrito especialmente para la obra que nos ocupa que:

<<Esta conciencia de los tonos diferentes exigidos por el poema y la canción no supone un orden jerárquico, un privilegio valorativo a favor de alguno de los dos mundos. No nos engañemos, porque Joaquín respeta demasiado a la poesía, y no está dispuesto a jugar la partida hipócrita y su fama por un plato de musas solitarias y purísimas. Aunque sea costumbre desear lo que no se tienen, quien haya asistido a un concierto de Sabina en la Plaza de Las Ventas puede comprender sin dificultad que el cantante no está en canciones de despreciar su trabajo. Hay pocos espectáculos tan emocionantes como la complicidad vital que se da entre este peregrino de la noche que ajusta cuentas con el mundo, rebelde hasta el pliegue final de su consciencia, y una multitud decidida a corear sus carreras ante los toros del tiempo, la muerte, las renuncias y los diversos disfraces de la policía. Una canción capaz de emocionar y de definir sentimentalmente la historia de tres generaciones es algo que debe tomarse muy en serio. El arte no consiste en tener buenas ideas, sino en llevarlas a cabo de un modo convincente, y Joaquín Sabina se ha salido muchas veces con la suya, por la capacidad que tiene de convencer con sus historias, sus imágenes y sus palabras>>

 
Luis García Montero y Joaquín Sabina
Para terminar, resumiendo todo lo dicho, Ciento volando de catorce no es mi libro de poesía favorito. Y me quedo con el Sabina de las canciones. Sin embargo, el poemario es simpático, hay sonetos que te hacen esbozar una sonrisa, así que tampoco lo desaconsejo.

Puntuación: Suficiente
Te gustará si te gusta Joaquín Sabina, y también si te gusta cierta poesía de circunstancia cotidiana (esos bares que nombra en un soneto, esos amigos que salen con él de juerga, esa secretaria que le lleva las cuentas, etc)
Fragmentos:
 (1) El primer cuarteto del soneto "Coitus interruptus (sic)" nos dirá:
Ojalá quien visite este folleto
sea lego en Chaquespiare y en sor Juana,
no compite mi boina de paleto
con el chambergo de Villamediana.

(2) Se ve muy bien en el soneto “De pie sigo”, que nos dice que la vida conlleva vivir todos sus contratiempos, pero qué carajo, hay que vivir, aunque duela, que al menos estamos vivos:

DE PIE SIGO
            Para Ale
Ni abomino del mundo por sistema
ni invierto en los entuertos que desfago.
El aire que respiro es un problema
que no tienen los muertos. Cara pago

la prórroga roñosa de la vida
con su ya, su enfisema, su albedrío,
sus postres con tufillo a despedida,
sus álamos, su prótesis, su río.

De pie sigo, lo digo sin orgullo
pero con garapullos de cobarde
que todo espera porque nada es suyo:

el sabotaje de las utopías,
la amnistía que llega mal y tarde,
el chantaje de las radiografías.

(3) PUNTOS SUSPENSIVOS
Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijama con sordina,
la adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es escalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.

Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos.

sábado, 24 de mayo de 2014

La melancólica muerte de Chico Ostra, de Tim Burton. O las consecuencias de ser un freak



 

Ficha

Título: La melancólica muerte de Chico Ostra
Autor: Tim Burton
Nº de páginas: 144 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: Anagrama
Lengua: Castellano
Traducción: Francisco Segovia
ISBN: 9788433968999

Sinopsis (extraída de la web de la casa del libro)
En este libro, escrito y dibujado por Tim Burton, el cineasta de Ed Wood, Batman, Eduardo Manostijeras y Beetlejuice se muestra fiel a su universo de una inventiva tan particular, en la que se mezclan la crueldad y la ternura, lo macabro y lo poético.
Tim Burton nos ofrece una asombrosa galería de niños solitarios, extraños y diferentes, excluidos de todos y próximos a nosotros, que nos van a horrorizar y enternecer, a emocionar y hacer reír.

Opinión personal
Hablar de Tim Burton es hablar, esencialmente, de cine. Pero el cineasta también explotó su vena creativa con La melancólica muerte de Chico Ostra, un poemario de 23 poemas narrativos ilustrados por el propio Burton. Y, aunque Burton cambia de registro artístico, en La melancólica muerte de Chico Ostra nos ofrece el mismo universo Burtiano de siempre, reconocible para todos aquellos que estén familiarizados con su cine.

Un inciso: me gustan varias películas de Tim Burton, aunque con otras no termino de disfrutar. Con el cine de Tim Burton me pasa algo curioso, y es que siento que me da una de cal y otra de arena. Por un lado, me gusta muchísimo lo que expresa en su cine, me gustan mucho sus personajes extraños a ojos de los demás, inadaptados, que no pertenecen al mundo porque forman parte de otro —o de ninguno, porque están entre dos mundos, y por ende de ninguno—. Pero por otro lado, hay algo que no me acaba de convencer de Burton… y no sabría explicar exactamente el qué, quizás es la combinación de la estética gótica con el humor.

Sin embargo, La melancólica muerte de chico Ostra si es totalmente de mi agrado, ya que recoge lo que más me gusta de Burton. Por los poemas desfilan una serie de niños extraños, literalmente monstruosos, —porque Burton es muy literal—, así Chico Brie tendrá literalmente un queso por cabeza, y Carboncillo será un niño de carbón. Uno se acuerda, irremediablemente, de Eduardo Manostijeras. Un personaje con una peculiaridad física —en vez de manos tiene tijeras— que le hace ser un “monstruo” y sin embargo es extremadamente bondadoso e inocente. Al principio, para la comunidad social, Eduardo Manostijeras es una novedad muy mona, pero al final la mezquindad del vecindario, que desde luego no tiene la bondad ni la candidez del protagonista, lo verá como un monstruo peligroso, y le cogerá miedo. De la misma manera, en La melancólica muerte de Chico Ostra, da la sensación de que los personajes, pese a su apariencia monstruosa, no tienen ni pizca de maldad y son pura inocencia, y si algunos provocan miedo es porque ni ellos son conscientes de que están haciendo algo mal. Por citar un caso: Chico Momia, que resulta que es un antiguo faraón reencarnado, le gusta jugar a perseguir doncellas para sacrificarlas. Lo cual, evidentemente, conllevará el rechazo de los demás y hará que Chico Momia se quede triste y solo. Y al final acabará muerto de un palazo en la cabeza  al ser confundido con una piñata. La obra, por lo tanto, tiene también un toque de humor negro, en una mezcla extraña de crueldad y ternura.

Así pues, cada poema nos irá presentando uno de estos niños monstruitos y ninguno acabará demasiado bien. Algunos mueren, como el  ya citado Chico Momia. Y otros se llevarán algún chasco en la vida o fracasando. Es el caso de Ojos de Clavo, que ilusionado se hace su arbolito de navidad pero, estando ciego, el pobre no se da cuenta de que su árbol es un desastre y está mal hecho. O el Chico Robot, al que todo el mundo acabará confundiendo con un cubo de basura. O la Chica Vudú, que tiene agujas clavadas en el corazón y cuando enamora a algún chico no podrá abrazarlo si no quiere que sus propias agujas se le clavan aún más adentro — Dios Santo, ¿no es una metáfora perfecta? . Tanto las narraciones y los personajes pueden parecer un poco absurdos a priori, pero a poco que reflexionas sobre los poemas te das cuenta de lo metafóricos que son. Personalmente, me encantó la metáfora que veo en el de Chico Tóxico, pero no la comentaré que bastante he destapado ya de poemario.
El pobre Chico Robot, usado como cubo de basura.


La obra se lee en nada, los poemas son breves y de fácil comprensión tanto en español como en inglés —la edición que manejo, de anagrama, los muestra también en inglés en el anexo final—, y con un toque a modo infantil. Y digo "a modo infantil" porque creo que es más un tono aparente que no el hecho de que sea una obra propiamente dirigida a niños. O al menos, no sé si es muy adecuado para un niño que se citen problemas de erección —en el caso del padre de Chico Ostra—, o que el Chico Robot sea un robot porque su madre fue adúltera y mantuvo relaciones sexuales con un horno. Así que yo, personalmente, veo la obra más destinada al público adulto —a un público adulto que no tenga prejuicios ante barnices infantiles, claro—. ¿Y por qué son los protagonistas niños? Tal vez Tim Burton se base en circunstancias de su infancia. En palabras del propio Burton (de su biografía My Art and Films): “Muchas de las cosas que ves cuando eres niño permanecen contigo. Pasas la mayor parte de tu vida intentando asimilar esas experiencias”.

En definitiva, La melancólica muerte de Chico Ostra ha sido una buena lectura, amena, y más profunda de lo que aparentemente pueda parecer. Y los dibujos merecen también mención especial, ya que refuerzan el mensaje de los poemas.

Puntuación: Notable.
Te gustará si te gustan especialmente las películas de Tim Burton y su universo estético.
Un framento:

CARBONCILLO

En Navidad, Carboncillo, como siempre recibió
carbón, lo que lo alegró.

En Navidad, Carboncillo, en lugar de su carbón,
algo pequeño encontró,
cosa que lo confundió.

En Navidad, Carboncillo padeció una confusión:
alguien creyó que era hollín
y a la calle lo barrió.

 
Carboncillo, en lugar de su carbón, algo pequeño encontró, cosa que lo confundió.

lunes, 14 de abril de 2014

Sánchez Piñol, la narrativa, el comic y la ética



Encontré el otro día un vídeo interesante, en el que el escritor Albert Sánchez Piñol hacía una reflexión curiosa y anecdótica. No puedo privarme de compartirla públicamente. Al estar el vídeo en catalán, les hago un resumen traducido de sus palabras para los que sean de fuera de Cataluña:


<<Yo comencé a introducirme en la narrativa a través del cómic. Antes explicaba sobre como conformamos el mundo a través de la narrativa. Yo soy de una generación que sufría con la generación vaquilla, ibas por la calle y los quinquis te quitaban la bolsa de pipas. Yo lo que pensaba es que a los quinquis había que cogerlos y bombardearlos, y fin del problema. Cuando ibas a clase y preguntabas en clases de ética y religión por qué no bombardeábamos a los quinquis que te robaban la bolsa de pipas yo ni recuerdo la explicación que te daban. ¿Y por qué no la recuerdo? Porque no era nada convincente. Pero un día, en la pre adolescencia, me acuerdo que leí un cómic de Spiderman, el cuál tenía una novia que estaba muy buena: Gwen Stacy. Si te acuerdas bien, hay un cómic en el que el Duende Verde mata a Gwen Stacy, un cómic que marcó época. Allí sí entendí por qué no había que matar a los quinquis, porque Spiderman no mata al Duende Verde. ¡Ahá! Porque si Spiderman mata al Duende Verde se convertirá en el Duende Verde. ¿Y verdad que es su peor enemigo? Esto si te lo dice un cura no tiene ningún sentido. Si te lo dice Spiderman lo entiendes. Este es uno de los valores de la narrativa.>>

domingo, 23 de marzo de 2014

Dos biografías musicales, y el duro camino al éxito.


Terminé hace días la autobiografía de Miguel Ríos, Cosas que siempre quise contarte. Y ando leyendo justo ahora una biografía de Barón Rojo, escrita por Mariano Muniesa. Hay dos fragmentos que he destacado de ambas lecturas, dos fragmentos que hablan de la incertidumbre y de lo que cuesta llegar a triunfar. Muchos artistas, después de trabajo y esfuerzo, lo logran. Tanto Miguel Ríos como Barón Rojo, más allá de gustos musicales personales, están en las páginas de la historia musical de este país. ¿Pero y los que se cayeron por el camino y no llegaron? Son muchos los que caen. Y los que triunfaron, muchas veces, estuvieron a punto de caer también.Comparto dos fragmentos con ustedes:


El capricho ingobernable de la memoria amontona en mi cabeza los recuerdos amargos de los múltiples reveses que me ha propinado mi empecinamiento en vivir de un oficio más inestable que la Bolsa. Las noches de insomnio y confusión, atrapado en el círculo vicioso del miedo al fracaso. El miedo a no ser elegido. Esas imágenes de pensiones malolientes, de hoteles de carretera, de trenes de medianoche, de pueblos remotos, de salas semivacías, de públicos que miran lejos del foco que me enmarca, de inciertas carreteras secundarias que muestran tras la última curva un escenario sin luces, un equipo que no funciona, un camerino sin váter. De ese continuo desasosiego, emerge un chaval que se sobrepuso al insalvable revés de no debutar en el Rex. Un chaval sostenido por la esperanza y la necesidad de triunfar. Eso es lo que le contaba a mi cuñado, asesor y confidente en la distancia, en la mayoría de las cartas de esos años inciertos: <<Si no fuera porque sé que voy a triunfar, a ser el número 1, me volvería a casa. Son muy duras la incertidumbre y la soledad. Pero ¿qué voy a hacer en Granada?>>

Cosas que siempre quise contarte. Miguel Rios




Mariscal Romero, productor de Larga Vida Al Rock’n’Roll, recordaba: “Cuando estábamos grabando Larga Vida Al Rock’n’Roll, tengo una imagen grabada que nunca he olvidado, y era la imagen de Sherpa. Hubo muchísimos días que vino al estudio hecho polvo, deprimidísimo, parecía un mendigo, siempre con un chándal y una gabardina, y había días que según llegaba, se tumbaba en un sofá que había en una de las salas del estudio y se echaba a dormir. ¡Incluso a veces se echaba en el suelo! Yo creo que en ese momento Sherpa no creía cien por cien en el proyecto, y hasta cierto punto era lógico: Vamos a ver, que nadie me entienda mal, Sherpa era, y es, un músico de un talento increíble, pero que en el 80 estaba muy quemado. Era el clásico músico que había estado malviviendo con la música muchos años, tuvo una carrera en solitario que no funcionó, los Módulos tampoco tuvieron el éxito que él probablemente esperaba, no sé, quizá en ese momento pensaba: esto va a ser una más de mil y una intentonas, y yo en aquella grabación no le vi volcado, no le vi creyéndoselo al cien por cien. Ahora bien, tengo que decir igualmente que cuando el Barón petó, y se dio cuenta de que aquello sí que iba a funcionar, entonces se dejó la piel, se entregó al grupo en cuerpo y alma, hizo unas canciones acojonantes, se metió en el rollo del Heavy como nadie y bueno, tú lo sabes Mariano, en directo se convirtió en la figura central de Barón Rojo. Ahora, eso sí, aquel Sherpa siempre hecho polvo, dormido con la gabardina y el chándal, esa imagen no se me ha borrado nunca”.

Barón Rojo. Mariano Muniesa.




lunes, 3 de marzo de 2014

31 canciones, de Nick Hornby. O cómo tener una buena conversación sobre música




Ficha (extraída de la web de la casa del libro):
Título: 31 cancions
Autor: Nick Hornby
Nº de páginas: 160 págs. 
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: ANAGRAMA 
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788433970428

Sinopsis (extraída de la web de la casa del libro):
El Rey -Elvis Presley- dijo una vez que la música es algo que te hace mover por dentro y por fuera. Y Nick Hornby escribe sobre las canciones que le hacen mover y le conmueven, las que amó alguna vez y las que ocupan un lugar significativo en la banda sonora de su vida. Comienza con Teenage Fanclub, «Tu amor es el lugar des de el que vengo», y termina con la espléndida Patty Smith y su mítica meada en el río. Y entre los unos y la otra, canciones de Van Morrison -Hornby quisiera que en su funeral tocaran Caravan-, de Bob Dylan, de Bruce Springsteen -ha escuchado Thunder Road cientos de veces, y fue la canción que le hizo desear ser escritor-, de Badly Drawn Boy, lan Dury, Nelly Furtado... Hornby intenta definir aquello que hay en la música pop que nos toca tan intensamente, como ninguna otra música puede hacerlo, y quizá su libro no sólo es una crónica de canciones, sino también de instantes, de revelaciones, de recuerdos ligados a estas músicas tan perecederas, tan fugaces, tan irreemplazables. «Una parábola maravillosa y nada pretenciosa sobre el poder de la música, una lectura intensamente placentera» (Vicki Green)

Opinión:
Dicen que la música no se puede explicar. Si lo que se quiere decir con esto es que no se puede poner una sonata de Chopin en palabras entonces es cierto. Pero sí creo que se puede explicar qué nos produce la música. E incluso, si nos estamos refiriendo a música acompañada con una voz que entona una letra escrita, también se puede explicar con un enfoque literario, histórico y social. Por eso tengo pendiente en este blog no sólo reseñar novelas, sino hablar también de cantantes y música. Pero eso será más adelante, no conviene que nos desviemos. Ahora la pregunta es: ¿se puede hablar de música en general y de canciones pop más concretamente y decir algo interesante? Sí. Nick Hornby lo consigue, en esta obra que lleva por título 31 canciones.

El título ya es muy explícito: en capítulos breves hablará de 31 canciones de las cuáles Hornby cree que tiene algo que decir. Porque las canciones son el hilo del cual tirar y así tener pie para hablar de, por ejemplo, cómo le gustan que sean los solos de guitarra algo que, según Hornby, deben reforzar el sentir de la canción, y no ser un alarde independiente de virtuosismo egocéntrico—. O también nos contará qué le parece la temática de la canción o de la evocación que le provoca. Pero no se queda únicamente en comentar cuestiones musicales, de hecho éstas son las menos en el libro. Porque 31 canciones no es una vivisección de piezas musicales, en ningún momento se asume el papel de crítico musical, ni pretende sentar cátedra ni hacer una lista buenas canciones. Hornby habla desde lo personal, y por lo tanto desde lo personal está configurado el lista de piezas musicales. Así, en ocasiones, nos irá desgranando vivencias biográficas —aunque el libro tampoco cae mucho en esto, y él mismo explica por qué en la primera canción que comenta—, o se pondrá a reflexionar sobre otros asuntos de cariz artístico—como cuando dice que encuentra sobrevalorado reflejar el mundo duro y bronco en el arte (1)—, o nos contará la importancia de escuchar una canción en el momento idóneo de tu vida para que la canción te llegue más hondo (2). Porque una canción, como demuestra Hornby, te puede llevar a reflexionar sobre muchas cosas.

Y todo esto contado de forma coloquial, de tú a tú, sin pedanterías en su pluma. Como tampoco hay pedantería en su concepción musical. ¿Saben aquella frase famosa de “It’s only rock and roll. But I like It”? Pues se podría aplicar a Hornby. Es sólo música pop, pero le gusta. De la canción Pissing a River, nos dice que “es una canción pop, en otras palabras, y como un montón de otras canciones pop, es capaz de prácticamente casi todo”. En varios capítulos hace una defensa de lo simple y de lo popular, no es necesario recargar barrocamente las canciones ni tener grandes pretensiones para hacer una gran canción.

Y así he ido pasando las páginas de esta obra, leyendo sobre qué le gusta a Hornby y por qué y disfrutando de sus explicaciones. Lo cierto es que, mientras leía el libro, iba buscando por curiosidad las canciones en youtube y, al escucharlas, debo decir que no sentía la misma emoción y entusiasmo que Hornby sentía. Muy pocas me han gustado. Pero la coincidencia o no en el gusto es completamente irrelevante para disfrutar del libro —y creo innecesaria dar ahora una charla sobre la subjetividad del gusto—, lo interesante de la obra es, como he dicho anteriormente, a dónde nos lleva tirando del hilo de cada canción, y las diversas reflexiones que Hornby va desgranando.

No conocía a Nick Hornby, es el primer libro que leo de él, y el más atípico. En 31 canciones nos cuenta  cómo la música ha influido en su obra narrativa, haciendo referencia a algunas de sus novelas, como a Alta Fidelidad. Este libro ensayístico ha estado muy bien, así que estoy abierto a leer cualquier novela suya.

Puntuación: notable
Te gustará si te gusta mucho la música, y te encantan las recomendaciones (pese a que Hornby no recomienda nada en realidad), o que alguien te hable de su relación con algún arte.
Fragmentos: 
(1) Yo no necesito que me convenzan de que la vida da miedo. Tengo cuarenta y cuatro años y todo ha resultado ya suficientemente terrorífico, no necesito que nadie intente arrancarme de mi complacencia. Los amigos han empezado a morir de enfermedades incurables, dejando atrás a sus seres queridos, en algunos casos niños pequeños. A mi hijo le han diagnosticado una discapacidad grave y no sé qué le deparará el futuro. Y, por supuesto, en cualquier momento existe la posibilidad de que un lunático estrelle un avión contra mi casa, o contra una central nuclear, o intente echar algo en los depósitos de suministro de agua o en nuestros trenes subterráneos que nos vuelva a todos negros mientras los riñones se nos resecan. Así que permitidme que halle complacencia y seguridad donde pueda, y haced el favor de perdonarme si no quiero oír <<Frankie Teardrop>> ahora mismo.

(2) Pero más incluso de lo que lamento agotar la veta en todo lo que vale (o lo que vale para mí), lamento no haber oído nunca ninguna de esas canciones a la edad adecuada, en el año correcto. ¿Cómo habría sido escuchar <<Like a Rolling Stone>> en 1966, teniendo diecinueve o veinte años? Oí <<White Riot>> y <<Anarchy in the UK>> en 1976, con diecinueve años, pero la enorme fuerza que aquellos discos tenían entonces ahora se ha perdido en su mayor parte.

miércoles, 26 de febrero de 2014

El pont dels jueus, de Martí Gironell. O cómo cocinar mal un best-seller




Ficha (extraída de la web de La casa del libro, edición en castellano)
Título: El puente de los judíos
Autor: Martí Gironell
Nº de páginas: 288 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: EDICIONES EL ANDEN
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788493578916

Sinopsis (extraída de la web de la casa del libro):
En 1316, un constructor de Perpignan recibe el encargo de reconstruir el puente de Besalú, dañado por las riadas, terremotos, etc. El maestro de obras trabajará sobre un manuscrito de 1074 con el encargo de la primera construcción del puente. A partir de ahí, se desarrolla la trama en la que se cruzan los intereses de los h abitantes de Besalú y el conde que gobierna la zona, con los del conde del Ampurdán, rival suyo, y que trata de impedir que la ciudad pueda ser defendida adecuadamente. El papel de la comunidad judía de Besalú, que colabora con los cristianos en la defensa de la ciudad, las intrigas y traiciones de algunos conciudadanos, partidarios del enemigo, y la aventura personal del constructor son la esencia de una trama bien construida, amena y con múltiples atractivos.La reconstrucción del puente fortificado de Besalú (Girona) es el asunto central de una novela histórica singular y apasionante, que da vida a una ciudad medieval erizada de conflictos entre comunidades y personas, entre los poderosos y los desheredados. Un pueblo maldito, una cultura de la violencia, un mundo en el que los sentimientos estaban a flor de piel.

Opinión personal:
Les comentaba en la reseña de la entrada anterior que convenía saber de antemano qué tipo de obra se estaba leyendo. Resumidamente, les venía a decir que si lees una novela de aventuras después no te decepciones si la cosa no trata de debates filosóficos. Y viceversa.
Pues bien, vaya por delante que yo con El pont dels jueus (El puente de los judíos, en la edición traducida al castellano), no esperaba otra cosa que una novela de entretenimiento. No le pedía conocimiento, ni reflexión, ni siquiera una prosa brillante. El pont dels jueus es un best-seller histórico de aventuras, y como tal le pedía un rato de evasión, entretenimiento y nada más. ¿Es eso lo que me ha dado? Desgraciadamente no. El libro no me ha gustado nada, y me temo que es de los peores best-sellers —arrasó en Sant Jordi hace unos añosque he leído nunca. Evidentemente, una opinión tan tajante debe ser argumentada.

Verán, hace unos años, leí el Código da Vinci de Dan Brown. Best-seller que recibió críticas durísimas, y no me estoy refiriendo a las de la Iglesia la cuál contribuyó a aumentar el número de ventas, por cierto, sino a las estrictamente literarias que mandaban el libro directamente a la hoguera. Creo que fue el primer destrozo en masa que viví de una obra literaria desde que soy un lector empedernido (después vendrían Crepúsculo o 50 sombras de grey). Picado por la curiosidad ante tanta crítica negativa, acabé leyendo el Código da Vinci. Y a pesar de que no me pareció una gran obra literaria ni muchísimo menos, y reconociendo que la obra tenía ciertas carencias, sí logró hacerme pasar un rato entretenido mientras viajaba diariamente en tren. Y, aunque no lo volvería a leer, tampoco me arrepiento para nada de haberlo leído. Pero ya le dedicaré unas líneas en el blog al Código da Vinci más adelante, ciñámonos a la entrada en la que estamos. El caso es que Dan Brown no me pareció un autor brillante, pero si la misma historia que se cuenta en El pont dels jueus se la dieran al escritor norteamericano éste seguramente ofrecería un producto mucho mejor hecho. Porque Dan Brown probablemente no pasará a la historia, pero maneja mejor el ritmo narrativo y sabe estructurar mejor la información que Martí Gironell, dosificándola convenientemente. Es decir, le vi cierto oficio que Martí Gironell no tiene. O al menos, no lo tiene en la obra en la que tratamos, ya que fue la novela con la que se estrenó. No sé si en las siguientes novelas Martí Gironell habrá mejorado. Pero vamos ya con El pont dels jueus. ¿En qué me ha fallado esta novela? Pues prácticamente en todo, vayamos por partes:

El problema principal no es la historia argumental en sí, eso es lo de menos, el problema es que pasas ya de la mitad del libro y todavía no se ve por dónde va la trama, porque la historia va dando bandazos y se abren varios hilos que al final no llevan a nada. El ritmo en la novela está descompasado, unas veces se acelera y otras se frena de forma incomprensible. Pues por un lado hay largos fragmentos descriptivos, explicando tanto antiguas costumbres culturales como detalles triviales que no vienen a cuento y que ralentizan la historia, y por otro lado paradójicamente despacha asuntos que pudieron dar más de sí en apenas dos párrafos.

Y en cuanto a los personajes la cosa tampoco mejora. Todos son planos y superficiales, realmente no llegas a empatizar con ninguno. Del personaje fra Florenci, nada más aparecer, ya se indica explícitamente que es malo malísimo de la historia, y sólo faltó describir que tenía la “m” de malo dibujada en la frente. Respecto a la relación amorosa entre los jóvenes Ítram y Jezabel todo pasa muy rápido, y sin profundizar en dicha relación. La novela muestra el conflicto social por el amor entre dos personas de religiones distintas. Muestra. Pero no desarrolla. Así el conflicto llega a ser presentado, pero una vez terminada la aventura el conflicto desaparece, como por arte de magia. Resolviéndose solo, como si la aventura vivida en sí bastase. Siguiendo con los personajes, absolutamente todos, al no estar dotados de una personalidad profunda, quedan desdibujados como personajes puramente funcionales. Es decir, los personajes están para cumplir un arquetipo en la historia y/o hacer avanzar la trama, y nada más. Y esto es así en El pont dels jueus hasta el punto de que hay personajes de los que, una vez han aparecidos y cumplida su función argumental, el autor se olvida de ellos completamente. Y eso que al principio se pone mucho énfasis en ellos, y por lo tanto como lector esperas que acabarán teniendo un peso en la historia mucho más profundo. Mas no. Una vez que el personaje cumple su función argumental, adiós personaje. Hay un caso en la novela muy significativo y que resume muy bien lo que quiero decir. Se trata del caso de un personaje que trabaja en el establo del castillo, y es él quien se da cuenta de que han envenado las aguas. La función argumental que cumple el personaje es clara: al darse cuenta de tal cosa, podrá dar la voz de alarma y todo el personal del castillo se dará cuenta de que están bajo un intento de golpe contra el condado. Y aquí acaba la importancia que tiene el personaje. Pero eso sí, Martí Gironell dedica más de una página entera en describir la práctica zoofílica del personaje en el establo. Vale, ¿acaso estoy diciendo que algo como la zoofilia debe quedar fuera de la literatura porque es de mal gusto? Para nada, porque creo que en la literatura cualquier tema tiene cabida.  Incluso los más escabrosos. El desaguisado literario está en que, como he dicho, el personaje ya no vuelve a tener aparición en todo lo que queda de la novela, y toda esa larga descripción zoofíliac se queda en algo que, una vez más, rompe el ritmo narrativo. Como algo suelto, mal pegado al conjunto de la obra, y que encima no aporta sustancia. En cualquier otra buena novela este detalle hubiera tenido un por qué, nos hubiera revelado algo a considerar del personaje. Pero no es el caso de la obra que nos ocupa, ya que, ¿por qué me hablan de sopetón de las prácticas sexuales de un personaje que caerá en el olvido y no volverá a hacer aparición?

Y es que el problema de El pont dels jueus está en que es un conjunto de piezas que no encajan bien entre sí. A mitad de la obra te encuentras que el libro se convierte de golpe en una novela fantástica con una escena que no pega ni con cola. Así como el recurso tópico del "manuscrito encontrado" que da inicio a la novela, de nuevo carente de sentido y metido con calzador. O también la segunda escena de sexual que protagoniza Ítram (la primera puedo llegar a comprender que tiene su lógica), que es absolutamente gratuita, y parece hecha para cumplir aún más con la cuota de sensualidad y erotismo que debe contener la receta. Parece que el autor se propusiera que El pont dels jueus contendría los siguientes ingredientes: fantasía, sensualidad, misterio, historia y erudición. Y no pasa nada por meter dichos ingredientes. El problema es que estén sin hilvanar, arrojado a pegotes, y sin profundizar en nada.

Abrevio ya con una última cuestión que no entendí, y tal vez sea fallo mío por algo que se me escape: ¿por qué se titula la novela “el puente de los judíos”? Sí, la comunidad judía tiene importancia en la novela, pero que yo sepa no participaron en la construcción del puente, y si lo hicieron Martí Gironell no lo especifica (y, aún en ese caso, participarían conjuntamente con el resto del pueblo... ¿qué pertinencia tendría relacionar el puente con el mundo judío?). Tampoco fue financiada la construcción por los judíos, y el arquitecto protagonista de la novela, Prim Llompard, es italiano. Si algún lector ha leído la obra y sabe el por qué le agradecería la aclaración.

En definitiva, todos los ingredientes de una novela de género histórico-fantástico están ahí. Pero la cocción falló.
Tal vez mi crítica ha resultado excesivamente dura, pero por supuesto mi opinión es tan personal y subjetiva como cualquier otra. Tal vez a usted, estimado lector, El pont dels jueus le provoque una sensación distinta, más amena. A mí desde luego que no, pero cada uno es un mundo.

Puntuación: suspenso
Te gustará si te gusta una novelita de aventuras, sin más. Aunque, personalmente, yo recomendaría otras novelas histórico/aventureras.

lunes, 10 de febrero de 2014

Aire de Dylan, de Vila-Matas. O quién soy o cuántos soy.


Ficha (extraída de internet)
Título: Aire de Dylan
Autor: Enrique Vila-Matas
Nº de páginas: 328 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: SEIX BARRAL
Lengua: CASTELLANO
ISBN: 9788432209642

Sinopsis (extraída de internet): 
Al igual que Dylan mi padre fue un raro», dice Vilnius, más conocido como el pequeño Dylan, mezcla del cantautor americano y Rimbaud, convencido de que el fantasma de Lancastre, su difunto progenitor, le está traspasando sus recuerdos y clama venganza. Mientras el joven Vilnius se dedica a completar su Archivo General del Fracaso, busca a alguien que reconstruya las memorias de su padre y funda la infraleve y muy ligera sociedad Aire de Dylan, cuyos miembros intentarán desenmascarar a los asesinos de Lancastre en el transcurso de una representación teatral. La nueva novela de Enrique Vila-Matas es un homenaje al mundo del teatro y una divertida e implacable crítica del postmodernismo, contada a través de la relación de un padre y un hijo que personalizan el duro contraste entre la cultura del esfuerzo y el creativo arte de encogerse de hombros y no hacer nada, como Oblomov, el personaje «radicalmente gandul» de la literatura rusa.

Crítica personal
Lo bueno de los clubs de lectura es que el libro que toca toca. Es decir: te autoimpones la lectura sí o sí para el mes que viene, y no hay aplazos posibles. Algunos lo verán como algo impositivo “yo leo lo que quiero y cuando quiero”, dirán, pero a mí ya me va bien, porque me gusta ese factor sorpresa, y a veces te toca un autor que ya llevabas tiempo posponiéndolo y nunca te ponías con él. Es lo que me  ha pasado con Vila-Matas. Así que me estrené con la última novela suya: Aire de Dylan.
Del autor que tratamos había oído principalmente dos cosas:
1- La crítica literaria lo ensalza, y con bastante unanimidad.
2- Sin embargo no es un autor para el lector medio. Es decir, no suele gustar a un número considerable de personas que busca en la lectura puro y duro entretenimiento.

El punto número 1 que atañe a la crítica lo veo cierto: las críticas que, en general, he leído suelen ser muy elogiosas. Y el segundo punto… si me tengo que guiar por mi experiencia personal en la tertulia del club debo decir que también es cierto. A muy pocos les gustó la novela, la mayoría dio una opinión desfavorable. ¿A qué se debe esto? ¿Cómo es Aire de Dylan?

Pues veréis, de entrada, algo que se dijo en la tertulia es que no era una novela verosímil, que los personajes no parecían realistas y la historia es muy rocambolesca. Y tenían razón. Aire de Dylan es inverosímil. Pero inverosímil de forma deliberada —me apresuro a deshacer el entuerto— porque Vila-Matas no pretende ser el reflejo de un cristal realista —a pesar de que la situación geográfica sí lo es: bares y librerías de Barcelonas asomarán por el recorrido de la novela—. Sus personajes son símbolos, tipologías de una concepción filosófica-artística determinada, y a través de esa concepción actúan. Además, está la rocambolesca trama hamletiana con sus asesinatos y traiciones, en un claro guiño a la obra de Shakespeare, sin perder el tono desenfadado y humorístico. Porque Aire de Dylan es una novela muy humorística, pero eso sí: de humor fino e irónico, para nada chabacano.

No sé si Aire de Dylan es muy distinta a sus obras predecesoras, pero me parece evidente que ciertos rasgos literarios como son clímax, ritmo narrativo, evasión o pura y dura aventura no van con Vila-Matas. Va con otros autores, con otro tipo de literatura que no es mejor ni peor, simplemente diferente. Pero no con Vila-Matas. Lo suyo es otra cosa: es metaliteratura, es la reflexión constante sobre temas como, al menos en esta novela, la identidad o la posmodernidad. Y todo esto adobado con muchas referencias culturales—cine, teatro y literatura—. Y es en todos estos rasgos donde la novela se sustenta, y en mi opinión se sustenta muy bien. El lector, pues, debe compartir un contexto tácito con Vila-Matas, estar en su misma onda. Si en cambio todas estas cuestiones te resultan aburridas y carentes de interés sencillamente Vila-Matas no es un autor recomendable para ti.

Aclarado este punto, paso a comentar otras cosas de Aire de Dylan:

— La figura de Bob Dylan. Imposible no hablar de él en esta novela, ya presente explícitamente en el título.
El protagonista, Vilnius, se pasa la novela buscando su identidad, empeñado en ser auténtico y en “ser yo mismo”. Paradójicamente, para ser él mismo, ha decidido ser un clon de Dylan. Viste y se peina igual que él. Resulta también irónico, aparentemente, que sea Bob Dylan ejemplo de “autenticidad”, ya que ha sido un artista en constante evolución, y no sólo en la cuestión puramente musical, sino a la hora de asumir máscaras. Y sin embargo… parece que sí, que Bob Dylan es auténtico —y mira que suelo detestar la palabra “autenticidad” porque en el mundo de la música suele connotar cerrazón—, porque en el fondo siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. Auténtico porque Dylan nunca se ha llegado a construir con una sola máscara —¿Cuántos yoes hay en cada uno de nosotros?—, de haberlo hecho probablemente hubiera incurrido en la mayor de las imposturas.
Sí, de este palo va el joven Vilnius

— Así pues, el tema de la identidad planea sobre toda la novela Hay un fragmento que es revelador y no me resisto a compartir:
<<Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es. Te explican tantas veces quién eres y de formas tan distintas, que al final uno acaba por no saber en absoluto quién es. Todos dicen de ti algo diferente. Incluso uno mismo está siempre cambiando de opiniones. Si a eso añadimos que uno se esfuerza por sorprender a los otros siendo varias personas al mismo tiempo, lo que en verdad acaba sucediendo es que terminamos no teniendo ni la menor noción de quién somos o podríamos haber sido>> (Juan Lacastre, La interrupción).

Y no solamente tendemos a querer construirnos a nosotros mismos, sino también a querer construir nuestro pasado, nuestra historia. Así como también construimos el pasado y la historia de los demás. De nuevo nos encontramos una ironía: tanto empeño en construirnos a nosotros mismos, tantos años queriendo encontrarnos y definirnos para que, finalmente, sean los demás quienes expliquen y fijen nuestra identidad. Vilnius, junto a su novia Débora, la cual fue también amante de su padre —sí, ya les dije que la historia es rocambolesca—, decide encargarse de escribir las memorias de su padre, y ello conlleva un ejercicio de fabulación. Ellos tendrán la última palabra de Lacastre. ¿Qué incluyes y qué dejas fuera del relato? ¿A qué le darás trascendencia y a qué no? En un momento dado, al entrar en un establecimiento al que acudió su padre, los dos jóvenes piensan lo siguiente:

Después fueron al bar de enfrente, al Mokarico, que cuarenta años antes había sido la pizzería Mario, el primer restaurante italiano abierto en Barcelona, un lugar muy frecuentado en su tiempo por el joven Lancastre, obcecado cliente que pasaba tantas horas allí que por aquellos días mucha gente llegó a creer que él era el hijo de Mario, el dueño. Por momentos, especularon Débora y Vilnius con la posibilidad de incluir en las memorias apócrifas de Lancastre episodios juveniles que tuvieron lugar en esa pizzería que fue centro de la bohemia artística Barcelona a finales de los sesenta. Enredos creados por el equívoco de que el joven Lancastre era el hijo de Mario, por ejemplo. Quién lo diría, dijo Débora, que este lugar llegó a ser centro de algo, hoy en día parece el hueco más irrelevante de la Tierra

Débora dice que ese lugar llegó a ser centro de algo. ¿Lo fue realmente? ¿O ellos creen que fue el centro de algo por el simple hecho de que allí estuvo el gran Lacastre? Y si no lo fue, ¿lo será si las memorias se publican? Esto es un ejemplo de cómo construimos el pasado, de cómo construimos tópicos y a la vez pretendemos que el tópico también nos construya a nosotros.

— Vila Matas se burla de esta trascendencia que le damos a las imposturas, de lo ridículo que resulta la búsqueda de Vilnius. Pero Vila Matas no queda fuera de su propia burla, se autoincluye genéricamente, riéndose también de él mismo. Porque ¿quién está totalmente a salvo de caer en la idea de la ingenua autenticidad como cae Vilnius? De hecho, se podría decir que la novela tiene un segundo protagonista: un escritor que asiste a toda esta historia, y que también lleva la voz narrativa en la novela. Es inevitable no ver al propio Vila-Matas en dicho personaje —además, está la pista de que ambos nacen en el mismo año—. Dicho personaje, en el club de lectura, fue el que más gustó porque “no se le veía tan rarito como los demás”… y sin embargo, dicho personaje al final se ve contaminado por las ideas de Vilnius y Débora:

Iba a decirlo esto para sacarme la espina del ridículo que creía haber hecho momentos antes con mi simulación de desmayo, pero al final no me pude contener y dije que en verdad estaba todo claro, clarísimo: se trataba de que yo, representante de una generación forjada en la cultura del esfuerzo, una generación apaleada y acostumbrada a fatigarse, trabajara como un idiota para ellos.

—La figura del padre está muy presente en la obra, y no sólo por la historia de Vilnius, también en la parte de la novela que se desarrolla en Hollywood, y no digo más para no spoilear. Recibimos una herencia y tenemos que lidiar con ella, y esto entronca con la típica lucha generacional. Lucha generacional que en la novela se ve claramente entre la generación del padre de Vilnius, la generación del esfuerzo, y la generación de Vilnius y Débora, consistente en… no hacer nada. Vivir en un “estado poético”, como quiere vivir Vilnius. La burla a la posmodernidad es evidente.

— Sí, ya he comentado que la ironía está presente en la obra por todo el tema de la identidad. Pero no sólo ahí: el deseo de fracasar de Vilnius también resulta irónico: si fracasa, triunfa. Si triunfa, fracasa. Le sucede en su congreso sobre el fracaso, y cuando va a Hollywood buscando una aguja en un pajar.

Todavía me quedan algunas cosas en el tintero, pero ya sería destripar demasiado la obra.
En definitiva, sí, me ha gustado, y mucho. Y tendré que probar con otras obras de Vila-Matas.

Puntuación: notable alto.
Te gustará si te gusta reflexionar sobre arte y posmodernidad.
Un personaje a destacar: sí, al igual que el resto de gente del club de lectura, yo también me quedo con el alter ego de Vila-Matas. Parece normal comparado con el resto de personajes, tan estrafalarios ellos, pero se acaba viendo involucrado en los proyectos de Vilnius. Lo he dicho anteriormente: nadie está a salvo de caer en lo que cae Vilnius, aunque el caso de Vilnius pueda estar exagerado, de acuerdo. Pero repito: nadie está a salvo de buscar su identidad.
Un fragmento:

Al ir a doblar una esquina, alguien me preguntaba a qué me dedicaba si ya no pertenecía al gremio de los chupatintas y yo le contestaba lo que Diaghilev respondió un día cuando le preguntaron qué era exactamente lo que hacía en los ballets rusos, ya que ni componía, ni tocaba, ni bailaba:
—No hago nada, pero soy indispensable.