martes, 28 de julio de 2020

Melocotones helados, de Espido Freire. O un destino abúlico.


Ficha
Título: Melotocones helados
Autor/a: Espido Freire
Editorial: Planeta
Nº de páginas: 328
Lengua: castellana

Sinopsis (copiada de la contraportada)
Elsa, una joven pintora, se ha visto obligada a abandonar su casa ante unas amenazas de muerte de las que desconoce la razón, y marcha a otra ciudad a vivir con su abuelo. En esa suerte de exilio que nadie desea tomar en serio, Elsa se adentra en las intrincadas relaciones humanas, que había descuidado para dedicarse a la pintura, y se mueve entre la propia historia de su familia y, sobre todo, la de una prima con la que comparte nombre y apellidos. De ese modo se enfrenta a su fragilidad, a los errores, a la mezcla de identidades, a vivir una vida equivocada sin saberlo. ¿Es posible que incluso al morir se produzcan confusiones?

Opinión personal
Tenía desde hace años este libro por casa, y que mejor que haberlo leído durante el confinamiento, y rebajar así un poquito la lista de pendientes acumulada en el estante. Ya les hablé del debut literario de Espido Freire, con Irlanda. Fue la primera vez que leía algo de Espido Freire, y repito por segunda vez con Melocotones helados, su tercera novela y con la que ganó el Premio Planeta en 1999, siendo la autora más joven —25 años— en ganar el premio. Si creen que les puede interesar lo que les tenga que contar, pasen y tomen algo.

Melocotones helados es la historia de Elsa, una chica joven, muy centrada en sus obligaciones, con su noviazgo serio y formal de toda la vida y que intentan labrarse un camino como pintora. Parece que su vida va bien, hasta que empieza a recibir amenazas anónimas. No tiene ni idea de quién se las manda ni por qué las recibe, precisamente ella que siempre ha vivido de manera tan formal, tan correcta por el buen camino, y sin meterse en líos. Frente al temor de unas amenazas que no cesan, Elsa deja su localidad y se va a vivir a casa de su abuelo. Y así empieza una nueva vida para Elsa, sin saber hasta cuándo durará. Y así sabremos nosotros como lectores cómo le irá a partir de ahora… y de cómo le irá también —o cómo le fue— a más personajes de la novela. Porque aunque la protagonista es Elsa, habrá que llamarla Elsa grande, para diferenciarla de dos Elsas más con las que comparte protagonismo. Una es su prima Elsa, a la que se le llama Elsa pequeña —cuatro años menor—, y es la destinataria real de las amenazas, pero que por error le llegan a Elsa grande.

Además de Elsa grande y Elsa pequeña, sabremos de la niña Elsa, la tía de las primas Elsas y hermana menor de sus padres, y que desapareció misteriosamente de niña, y nunca más se supo de ella. Estas tres historias se irán contando en paralelo, junto a la historia de juventud del abuelo Esteban. Así pues, se nos narrará dos historias en presente —la de las dos Elsas— y dos en pasado —el abuelo y Elsita—. Y en un segundo plano, aún podemos encontrar alguna historia más: como la de Blanca, la mejor amiga de Elsa grande. Y también de Elsa sabremos inevitablemente de Rodrigo, por ser su novio. Y de la Tata, la sirvienta del abuelo Esteban y por qué se quedó a servir a la familia.
Y todo esto nos lo contará en diez capítulos sin título, más un epílogo. Además, cada capítulo está dividido en fragmentos, y dentro de un mismo capítulo se puede pasar del pasado al presente, y de un lugar a otro. Creando así una visión panorámica que lo abarque todo. No por ello Melocotones helados resulta una novela confusa, pese a las tres Elsas y los distintos planos temporales,  pero a la hora de presentar la información y seguir las historias he acabado sintiendo cierta descompensación: en algunas tramas los detalles no eran del todo relevantes; en otras, en cambio, creo que faltó más desarrollo. El problema de la historia —de las historias— de Melocotones helados no son las ideas de las que parte Espido Freire como motor argumental, que diría que son dos:
1- La secta que amenaza por error a Elsa grande confundiéndola con Elsa pequeña, es lo que echa a andar la novela, pues provocó que Elsa grande se tuviera que mudar. Aunque al final, parece más un pretexto para la propia autora que no para la trama en sí. Pero me ahorro los spoilers.
2- Una especie de destino mágico, más allá de lo puramente azarístico, que parece conectar todo y que se palpa de fondo, como si hubieran unos hilos invisibles en la (intra)historia de la novela. Algo de lo que no se puede escapar, da igual donde vayas. No es casual que el nombre de Elsa se repita en tres personas, y que da igual donde vayas. No puedes escapar. No es casual tampoco que la novela se abra con esta cita de Kavafis:
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre (…)
pues es siempre la misma.No busques otra,
no la hay.

No hay caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
El problema es la ejecución. Y especialmente con la segunda idea. Parece que la novela me quiera señalar una especie de hilo invisible que une a las Elsas en una especie de tradición familiar. Por ejemplo, de Elsa Grande se dirá que “no era la primera de la familia que había tenido que huir de Desrein. Sin saberlo, repetía el mismo viaje que su abuelo había hecho al terminar la guerra”. Pero pese a ello, como lector, no la termino de ver esa gran conexión, como que aún falta más relación, y por eso no me resulta del todo creíble pese a que me lo tengo que creer.

Mientras leía Melocotones helados, me era imposible no acordarme de Irlanda, la opera prima de Espido Freire. Y siendo dos historias muy distintas, a la vez encontré varias similitudes, rasgos en común que, aún habiendo leído sólo dos novelas de Freire, veo que parecen configurar un universo literario propio. Así pues, en Irlanda había dos primas —aunque éstas llegan a interactuar y mucho, cosa que no pasa con las Elsas—. También coincide cierta rencilla latente entre familias, sin que en ninguna de las novelas llegue a explosionar el conflicto. Y en ambas obras, la autora ahonda en la introspección emotiva de los personajes, en sus sentimientos de zozobra, inquietud y soledad, y ahonda igual de bien independientemente de la voz narrativa que use —primera persona en Irlanda, tercera persona omnisciente en Melocotones helados—.


Espido Freire
Y aún podemos hablar de otros elementos reconocidos. En el caso de los personajes, Freire los contrapone mucho entre sí. En Irlanda, sucede entre las dos primas. Y en Melocotones helados también con las dos Elsas coetáneas. Elsa pequeña, alocada y de decisiones errática en la vida, y Elsa grande, más recta y ceñida a su guión y a su camino bien trazado. Hasta los padres de ambas las comparan:
Si los padres de Elsa pequeña envidiaban la sensatez y la cordura de su sobrina la mayor, los padres de la otra Elsa, en cambio, hubieran preferido que su hija viviera más, que no siguiera una pauta tan marcada. Como las orugas de las procesionarias, Elsa grande parecía seguir un sendero trillado y desbrozado por otros antes; estaban seguros de que si arriesgara un poco más, su talento conseguiría grandes logros.
—Viaja, conoce mundo… ¿Cómo pretendes saberlo ya todo a tu edad? Eres pintora, debes buscar imágenes nuevas, historias no contadas que plasmar. Hace falta una gran curiosidad, deseos de no atarse a ninguna parte para ser artista.
Pero Elsa grande quería pintar retratos, casarse joven, dedicar mucho tiempo a la familia y a la casa. Y así, tranquila, estudiar y profundizar en lo que le pareciera a a cada momento.
—Pero ya tendré tiempo para viajar, mamá. Cuando envejezca no tendré ya cerebro ni deseos de estudiar, pero siempre me quedará hueco para viajar.
Pero no sólo se queda ahí: también hay cierta oposición — y hasta rivalidad— entre Elsa Grande y su mejor amiga, Blanca. E incluso, podríamos hablar, en un plano más secundario, de la rivalidad entre el abuelo Esteban y Melchor Arana, en un asunto de amoríos. O entre los hermanos Miguel y Carlos, padres de las Elsas.
Respecto a la temática, se comparte una misma idea: las apariencias. En las dos novelas las cosas no siempre son lo que parecen. Hay cierta concepción de la vida que yo me atrevería a calificar de tenebrosa, de una maldad camuflada. Y varios personajes avanzan por la vida ocultando secretos, desde los más grandes hasta pequeñas mezquindades, e incluso actúan con astucia para conseguir un fin.
En las dos novelas también aparece la muerte, pero con diferente tratamiento. En Melotocones helados la muerte es doble: el asesinato físico, pero también mediante el olvido. La novela empieza de esta manera tan potente:
Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa: es fácil deslizar una seta venenosa entre un plato de inofensivos hongos. Con los ancianos y los niños, fingir una confusión con los medicamentos no ofrece problemas. Se puede conseguir un coche y, tras atropellar a la víctima, darse a la fuga. Si se cuenta con tiempo y crueldad, es posible seducirla con engaños, asesinarla mediante puñal o bala en un lugar tranquilo, y deshacerse luego del cadáver. Cuando no se desean manchas en las manos propias, no hay más que salir a la calle y sobornar a alguien con menos escrúpulos y menos dinero. Existen sofisticados métodos químicos, brujería, envenenamientos progresivos, palizas por sorpresa o falsos atracos que finalizan en tragedias.
Existe también una forma antigua y sencilla: la expulsión de la persona odiada de la comunidad, el olvido de su nombre. Durante algún tiempo el recuerdo aún  perdura, pero los días pasan y dejan una capa de polvo que ya no se levanta. Todo el pueblo se esfuerza en dejar atrás lo sucedido con los puños apretados y la voluntad decidida, y poco a poco, el nombre se pierde, los hechos se falsean y se alejan, hasta que, definitivamente, llega el olvido.
Llega la muerte.
Este olvido asesino está ausente en Irlanda —más bien al contrario, y no haré spoiler— Pero en ambas novelas la vida sigue para los vivos, con sus apariencias, su hipocresía y con esa  maldad que se esconde en lugares y gente insospechada. Y sé, apreciados lectores, que estoy comparando mucho Irlanda con Melocotones helados, pero la comparación es pertinente. Era normal que me acordase de la novela debut de Freire mientras leía Melocotones helados, por todo un universo simbólico compartido, pero también porque lo que en Irlanda me pareció un acierto, en la novela que nos ocupa me fallaba. Porque Irlanda era una novela breve, centrada en una sola trama, con menos personajes, y con una atmósfera y una tensión in crescendo más lograda. En Irlanda los elementos se explotan mejor, y el final me llegó a sorprender. En Melocotones helados, sin embargo, aumenta el número de páginas y se nota una ambición mayor que, por desgracia, no está a la altura del resultado final. Como dije, la veo desequilibrada en sus historias —unas se pasan, otras se quedan cortas, diluidas—. Y respecto al final de la novela, sentí que, aunque coherente, quedaba demasiado abierto, y falto de homogeneidad con tanta historia.

Como también queda demasiado difuminado el elemento fantástico, que acompaña al personaje de la niña Elsa. Tengo serias dudas de que la nota fantástica favorezca a la obra. Lo que en Irlanda se ve claro que es la fantasía del mundo propio del personaje de Natalia, en el caso de la niña Elsa queda más ambiguo, hasta el punto de que el elemento mágico coquetea innecesariamente con hacer sombra al realismo de la novela. Este realismo ya de por sí está un poco diluido, si bien en este caso no lo considero un desacierto, porque simplemente es el mundo evocativo que Espido Freire crea para su novela. Y a este realismo un tanto nebuloso contribuye la toponimia: Desrein, Virto, Desra, Lorda… nombres ficticios, evocativos. E incluso aunque la historia del abuelo Esteban se sitúa en plena guerra civil española y en la posterior posguerra, el acontecimiento bélico es un mero telón de fondo. No se menciona ningún personaje histórico, y ni siquiera sabemos en qué bando luchó. De la misma manera, aunque la novela tienes varios planos temporales tampoco se hace hincapié en el choque generacional. En Melocotones helados todo se construye a favor de ese hado misterioso, y de las emociones, pasiones —o falta de ellas— y deseos que mueven a los personajes.
Algo mágico parece haber en la niña Elsa

Y no es que la novela no presente la realidad social, sino que la muestra como decorado, sin profundizar en explicaciones sociológicas. Así pues, se ve y se cita la degradación urbana el primer capítulo, y se hace mención a la pobreza, a la falta de oportunidades, a las drogas y al racismo. Pero todo esto queda explicado brevemente, en unas pocas páginas. Y debido a esta sociedad urbana degradada, la secta de Los caballeros del Grial se asienta, aprovechándose de la desgracia. Es decir: no es que la pobreza social  la genere la Secta, sino que la Secta la aprovecha para sus intereses. Al igual que en Irlanda, existe una maldad intrínseca, independiente de condicionamientos externos. Pero lo que en Irlanda me hizo pensar sobre la condición humana, en Melocotones helados me pareció desdibujado. No se incide mucho sobre la Secta del Grial, y como resultado da un tópico manido.  Porque se ve claramente que está formada por gente poderosa económicamente, pero no se ve ningún interés social ni económico que los justifique. Y quizás me ha parecido tan pobre porque leí este libro en plena pandemia, con absurdas teorías de la conspiración que te hablan de un mal abstracto con determinada gente rica y famosa como cabecilla pensante. Pero estos teóricos de la conspiración nunca te explican por qué harían lo que harían, si no lo necesitan, y hasta les perjudicaría sin reportarles beneficios. Los teóricos de la conspiración ven muchas cosas, y las ven sin prueba alguna —no las necesitan—. Pero no ven la realidad. Ésa no. Y quizás por esto, por estar muy harto de esta gente y sus teorías, con el asunto de la secta sentí que faltaba algo en la novela, más anclaje a una la realidad. Evidentemente que sé que existen las sectas en la vida real, y que hay gente que no necesita motivos racionales para hacer lo que hace. El problema es que en Melocotones helados toda la parte de la secta no me resultó verosímil, y sí estereotipado y difuso. Y tampoco es que me ponga estupendo ante una obra de ficción. ¿Con cuántas obras de malos malosos no he disfrutado? Pero son historias que me ofrecen otras cosas por otro lado. Con el tema de las sectas y las descripciones sociales no pude evitar pensar que se notaba que la novela se escribió en los noventa. No sabría desarrollar esto mejor, pero simplemente lo percibía. Y también me pregunté cómo habrán evolucionado las novelas de Freire después de la crisis —no la actual con el coronavirus, sino la de 2008 y que tanto se prolongó, y si es que realmente llegó a acabar—. Quizás algún lector lo sepa, pero yo de Freire sólo he leído las dos novelas que les estoy nombrando.

Pero regresemos al contenido de la lectura. Así va funcionando Melocotones helados: con esa especie de destino invisible que mueve los hilos y con esa maldad humana, que habita entre nosotros bajo afables apariencias. Todo ello insertado en nuestra realidad. Una realidad que en ocasiones tiene hasta toques costumbristas, sobre todo en la parte del pueblo de Virto, cuando se cuenta por ejemplo esta escena de la criada, la Tata:
Era coqueta. Una vez cada quince días se acercaba a la peluquería del barrio y se hacía teñir el pelo de colores diferentes. Se miraba con cuidado al espejo en la puerta, al entrar, y luego al salir, porque sólo se fiaba de la luz natural, y señalaba las canas supervivientes, que tenían que cortarle de raíz con una tijerita. Las clientas y las peluqueras la creían una señora de posibles, y ella nunca las sacó de su error; había aprendido del caso del médico, y hubiera matado a quien insinuara una relación sucia entre el señor Esteban y ella. De modo que observaba a las mujeres del barrio bajo el casco plateado de la peluquería, y al verse con los pelos mojados, como una gallina triste, sonreía y dejaba a las otras cacarear.

También hay una historia propia de telenovela de sobremesa: la del abuelo Esteban y las Kodama. O el amor truncado de juventud de la Tata. Demasiadas cosas. Y podemos meter también la anorexia de Blanca, y su amorío con un profesor. También hay espacio para disertar sobre el arte, como sucede en el capítulo 7, mostrando la diferencia entre Blanca y Elsa grande. Una parte que me gustó, pero que queda un poco como un trozo sumado en la novela, un trozo más. También me resultó interesante, por lo evocativo, todo lo referente a la repostería, y los postres que se citaban me abrían el apetito, y de ahí el título de la novela: Melocotones helados, un postre al que le vi un sentido simbólico claro —me ahorro el spoiler—, pero que de nuevo me parece insuficiente. Se establecen relaciones demasiado débiles en la novela.

Mientras leía, me apetecía un postre de melocotones

Como ven son varias las cosas de la lectura que no me convence. ¿Pero es la novela un desastre? Pues pese a todo lo expuesto, también le encuentro logros. Melocotones helados, la novela mantiene el suspense. Y logra gestionar la información, deslizándola poco a poco. El estilo me ha parecido correcto, y creo que Espido Freire logra transmitir una frialdad que queda bien. Una frialdad pese a todo lo emocional y hasta escabroso en algunas escenas. El contraste es curioso y logra una buena atmósfera. Frialdad en la narración y hasta frialdad en los personajes —sobre todo cuando se desencantan—. Y ese tono frío, casi abúlico, considero que va en consonancia con la idea del olvido, que transmite la novela. En ocasiones hay también un deje poético el lenguaje, en el tono, en lo que dice. Por ejemplo, el inicio de la novela —que les he copiado antes—, y también el final, repite la misma idea, y le da cierto valor poético, de fábula incluso. Y algo muy destacado en el estilo de la novela: los pensamientos de los personajes están insertados como diálogos, pero en cursiva. Nunca lo había visto así.

Melocotones helados, en definitiva, no está mal. Pero esperaba más ya que, al fin y al cabo, ganó el premio planeta. Vale, lo sé. El premio Planeta no es que diga mucho en cuanto a calidad, por no hablar de otro tema aún peor. Pero leí Irlanda, y me dejó un buen sabor de boca, siendo su primera novela. Con su tercera obra, y premiada, esperaba más. Y me encontré con una novela, que tiene una minúscula pizca de novela policíaca, pero sin llegar a serlo, porque no se centra en ninguna investigación. Tiene una pizca de toque fantástico, sin saber si considerarla como novela fantástica. Tiene una pizca de novela de saga familiar, sin llegar a desarrollarla del todo. Sí es una novela introspectiva, que se centra en las emociones de los personajes, y eso lo hace bien. Si bien, aunque creo que Elsa pequeña y Elsa grande están bien dibujadas, noto que otros personajes secundarios podrían haber ofrecido más al lector. Y considero que a la novela le faltó poda—tuve la sensación de que Melocotones helados era a veces dos o tres novelas en una—, y unificar más y mejor. Por eso, si tengo que recomendar leer a Espido Freire, les recomendaría mejor Irlanda.

Valoración: Suficiente/bien

Te gustará si te gustan las historias intimistas, los secretos familiares.

2 comentarios:

  1. Quise leer Melocotones helados hace mucho y durante bastante tiempo y no sabría decir por qué se quedó sin leer. Con los años mis ganas de leer esta novela se han enfriado y ahora mismo no es una opción de lectura para mí.
    Recuerdo tu reseña de Irlanda porque era para mí una obra de la autora más desconocida y tus palabras consiguieron que la pusiera en valor. Según leía esta entrada iba pensando que me apetecería mucho más leer la opera prima de Espido Freire que la ganadora del Planeta, sensación que con el trascurrir de la lectura de tu reseña y con su última frases he corroborado. No me disgustan los libros inclasificables en cuanto a géneros y mezcla de muchas cosas, pero no me convencen cuando se plantean situaciones que al final se quedan descolgadas en meros pretextos. Está bien tener ambición pero si se sabe sostener y resolver lo ambicionado. En muchos casos es bien cierto eso de que menos es más.
    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Yo Melocotones helados la dejaría pasar, sinceramente. La leí porque la tenía en casa, y no me arrepiento, pero no es una obra que recomendaría. Como bien dices, menos es más.
      ¡Un abrazo!

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