Ficha:
Título: Sueño contigo,
una pala y cloroformo.
Autor: Patricia
Castro.
Editorial: Apostroph
Nº
de páginas: 292.
Lengua: castellana.
Sinopsis
(copiada de la contraportada):
Alexandra es una mujer
de 25 años, millennial, obrera y en pleno descubrimiento de su bisexualidad;
vive con sus padres y su hermano en la periférica de Barcelona. Su novio la
trata como un mueble bonito, tiene un trabajo aburrido pero precario y su vida
ha quedado destrozada por Júlia, la mujer por la que está dispuesta a darlo
todo, a dejarlo todo, a serlo todo. A renunciar a todo. Su Helena de Troya, su
Daenerys Targaryen.
Opinión personal:
Hay novelas que las lees y te gustan. Y
casi cuatro años más tardes las vuelves a releer y aún te gustan más. Es lo que
me pasó con Sueño contigo, una pala y
cloroformo, de Patricia Castro.
Quizás porque, obviando que las relecturas siempre te ofrecen detalles que se
pasaron por alto, cuatro años más tarde puedes tener otras claves y otra mirada
más aguda. Pero vamos a levantar ya está persiana oxidada—cuatro años sin
levantarla— para hablar de la novela, que es de lo que se trata.
En esta novela sabremos de una historia
de amor entre dos chicas, Alexandra y Júlia, siendo la primera la voz
protagonista que nos narrará la historia. Que la novela se titule Sueño contigo, una pala y cloroformo ya
nos puede dar una pista de cómo puede ser esa voz: ácida, directa y
deslenguada. Y por cierto, si tuviéramos que hacer un concurso de buenos
títulos de novelas yo lo tengo claro: estamos ante un título muy top. Me
encanta. Llamativo y con gancho. No me digáis que Sueño contigo, una pala y cloroformo no suena genial. Pero estaba
en los personajes, en la voz protagonista. Decía que Alexandra es ácida,
directa y deslenguada. Y también un trozo de pan. Una chica buena —que no
perfecta, afortunadamente para la verosimilitud— y con principios. Empieza la
obra vomitando su dolor, su rabia, y contándotelo todo con sarcasmo. Y en estas
primeras páginas, por su forma de expresarse, y de llamar gilipollas y
pringados a todo el mundo y cosas así te dices “vale, te han roto el corazón,
¿pero no estás siendo injusta con el mundo y probablemente hasta con esa
chica?”. Pero poco a poco empiezas a conocerla en su totalidad, y a saber de su
historia y sus circunstancias. Yo empecé a simpatizar mucho con ella en el tercer
capítulo. Y de ahí hasta el final la simpatía y la empatía fue en aumento.
Escribió nuestro gran poeta y dramaturgo
Lope de Vega que “esto es amor,
quién lo probó lo sabe”. Y Alexandra lo supo. Porque Sueño contigo, una pala y cloroformo no es sólo una novela de amor.
Son muchas cosas más. Pero es, en efecto y básicamente, una novela de amor. Y por eso se abre
con un poema de Pedro Salinas como
prefacio. Alex es inteligente y culta, una chica de Badalona —localidad que
colinda con Barcelona, o sea: extrarradio de la capital catalana— que estudia y
trabaja a la vez y aún vive bajo el techo de sus padres —y a partir de cierta
edad no es fácil la convivencia, algunos lo sabemos—. Y aun saca tiempo para sus amistades, su
pareja y tener vida social/cultural. Alexandra se trata a sí misma como una
pringada en la novela —sí, no sólo lo opina de los demás: sobre todo lo opina de
ella misma—, porque es muy autocrítica pese a que dé el 100% de sí misma. Y si no triunfa
por todo lo grande es porque, como ella bien sabe, el mito del garaje de Steve Jobs es eso: un puto mito. Pero, pese
a toda su valía, al enamorarse cae en un pozo. Visto desde fuera, como lector, te
das cuenta de que la relación con Júlia obviamente le va a provocar
inestabilidad y dolor. ¿Cómo pudo caer en eso Alex? Y dos veces con la misma
piedra, además. Vuelvo a remitirme al endecasílabo de Lope de Vega: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Y el amor,
cuando caes en él, te nubla la lógica y la razón, por inteligente que seas. Y
quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Porque desde fuera se
puede ver todo muy fácil, claro. Y en mi caso hasta creí que si entraba en la
novela podría aconsejar a Alex y evitarle el desaguisado. Porque sí, me pasó
igual que cuando leía La Regenta y
sentía que quería salvar a Ana Ozores. Aquí también quise entrar en la novela y
ayudar a Alex, darle un abrazo, invitarle a merendar, y decirle “olvídate de
Júlia, hay más chicas en el mundo”. Pero a poco que lo pensé yo mismo fui
consciente de mi ingenuidad. Alex está rodeada de buenas amistades —aunque hay
alguna excepción, como la petarda de su amiga Sara—, incluso hay quien le dice
explícitamente que “Júlia es como es”. Lo dicho: mi deseo salvador era ingenuo.
Lope de Vega entiende lo que sucede |
El tiempo pasó y yo me monté mi peli; Júlia era una buena niña atrapada por la tradición, por unos padres controladores y por la presión social, y por eso había fracasado lo nuestro. En la primera versión de la novela así era Júlia, la buena, la víctima del mundo y de sus circunstancias. La que no me quería hacer daño, simplemente era inestable emocionalmente y jodida por la situación, pero que en el fondo me amaba locamente, no sabía qué hacer y por eso la había cagado. Su novio era un tío que no le daba lo que necesitaba y por eso lo buscaba en los demás, condenándose a una vida de amantes de mierda.
Cuatro años más tarde siento que ya no necesito esos porqués. Por lo tanto la novela está bien así, no todo se tiene que explicar. ¿Acaso las actitudes de la gente en la vida real tienen siempre una explicación convincente y lógica para cada uno de nosotros? Pues eso. Mejor así, tan sólo con la voz de Alex y a través de sus ojos.
Además Júlia es
un personaje bien construido, no echo en falta más sobre ella. Y está bien
construido porque a Júlia la conocemos por sus muchos actos. Y digo muchos porque,
pese a que Alex no es un personaje pasivo, de los dos personajes femeninos
principales es Júlia la que genera más dinamismo. Es Júlia la que en cierto
modo echa a andar la historia. Porque Júlia es escurridiza, es movimiento
constante. Júlia fluye. Júlia busca a Alex, y Alex se enamora. Luego Júlia sigue
fluyendo… y claro, al fluir, lo que hace Júlia es confundir a Alex —y al resto
de gente en general—. Júlia es, en definitiva, una chica líquida para estos
tiempos líquidos de los que habla el filósofo Zygmunt Bauman. “Vampiro
posmoderno” creo recordar que la llama Alex en un momento de la novela. Porque hay
un contraste claro entre Alex y Júlia. Alex quiere algo mínimamente claro,
sólido y honesto. Júlia sólo quiere fluir… en el mal sentido. Alexandra se
cuestiona a sí misma y piensa en sus contradicciones, Júlia se limita a vivir
siguiendo impulsos —a veces contradictorios y no siempre bien medidos, pero
siempre egoístas—, que provocan el caos en los demás. No es casualidad que la
palabra favorita de Júlia sea gestionar. Como si fuéramos microempresas
andantes. “Gestionar” como comodín mágico para salir del paso. Cuando Júlia no
sabe qué decir o hacer sobre la relación entonces “hay que gestionar”, una
gestión que en realidad consiste en que los demás se apañen. Incluso si se
trata de la muerte de la abuela de Álex también le dirá Júlia que hay que
gestionar la pérdida. Júlia gestiona pero no se cuestiona. Alex en
cambio puede ser muy incisiva con el mundo y las personas que la envuelven pero
también es dura y autocrítica con ella misma. “Soy una gilipollas y en realidad
me merezco todo esto”, dirá Alexandra en el capítulo segundo. Todos tenemos contradicciones,
y no pasa nada. Y creo que hasta cierto punto es sano tenerlas, es síntoma de
que pensamos, nos cuestionamos y estamos vivos. Pero las contradicciones de
Júlia tienen que ver más con la falta de honestidad —para con ella y para con
los demás— y con la falta de inconsistencia. Por poner sólo un ejemplo que me
hizo gracia: Júlia es muy seguidora de Judith
Butler y le reprocha a Alex en un momento de la novela que diga algo
negativo de ella, pero luego resulta que Júlia no lee a Butler porque “se me hace bola”. No sé a los demás, pero a mí me
chirría y me río por no llorar. Alexandra, en cambio, nombra muchos los libros
que ella posee, y sin duda los lee. Y tiene problemas de espacio, cosa que a
ningún lector voraz puede sorprender En el capítulo octavo nos encontramos este
fragmento digno de ser reproducido para un letraherido como yo:
Lo dejé jugando y me fui a la habitación donde había tenido que llevar mis libros porque en mi casa ya no cabían. Una de mis aficiones —además de enamorarme de gilipollas— era leer, pero las casas del extrarradio barcelonés no estaban hechas para lectores voraces y, menos aún, para coleccionistas de libros. Esos libros eran lo más cerca que habíamos estado de compartir algo los dos, una versión posmoderna de padres divorciados con un crío a medias. Puede, incluso, que aquellos trozos de papel recibieran más amor de mi parte que muchos niños de sus padres.
Llegados a este punto, y habiendo hablado de los dos personajes femeninos principales, menudo cuadro es esta Júlia, ¿verdad? Parece que es un ser absoluto de maldad, y más si la leemos a través de los arranques de rabia y reproches de Alex. Y eso, se quiera o no, nos condiciona. Pero no todo puede ser tan maniqueísta. Y es justo eso lo que me produjo desazón al cerrar la novela: pensar que se puede hacer daño sin ser ningún monstruo de maldad. Porque vale, podemos convenir que Júlia es la mala y ahí están sus acciones, pero como Júlia hay muchas. Y muchos. Y en principio no los calificaríamos de mala gente. Porque no es tanto que esa gente busque y quiera hacer daño, sino más bien hacen daño mientras viven, mientras fluyen y gestionan egoístamente. Como Júlia. Y yo como lector —y me atrevería decir que la mayoría de lectores de esta novela— me identifico más con Alex. ¿Pero y si fuera Júlia sin querer? Quiero pensar que no.
Así me imagino yo a Júlia, muy guapa y dulce para atontarte |
Y por preguntas así que me hice me gustó leer Sueño contigo, una pala y cloroformo. Porque como les decía al principio de esta entrada: es una novela de (des)amor. Pero no sólo. También son muchas cosas más. Y no la hubiera disfrutado igual si la novela fuera un simple “dramabollo”. No es casual que haya tenido que citar anteriormente a Zygmunt Bauman y Judith Butler, dos filósofos de la posmodernidad y que aparecen citados en la obra. Porque estamos ante una novela muy anclada a nuestro presente, a nuestra época. Y de hecho creo que el personaje de Júlia funciona como ejemplo paradigmático de amor líquido. O sea: de superficialidad y de postureo. Y me remito al “soy-muy-defensora-de-Butler-y-me-enfado-si-la-criticas-pero-resulta-que-luego-no-la-leo-porque-se-me-hace-bola”. Quizás por eso tampoco desentona que Júlia sea independentista cuando la acción de la novela coincide cronológicamente con el momento más intenso del procés. ¿Casualidad? No lo creo. Si Júlia es líquida se amoldará al recipiente de estos tiempos. Porque estos tiempos se reflejan en la novela. Sueño contigo, una pala y cloroformo es una radiografía filosófica, cultural y social de esta época.
Y en esta radiografía la mirada incisiva
y la palabrería sarcástica de Alex son cruciales. Mención especial merece el
segundo capítulo, en el cual Alex sale de fiesta “reivindicativa” porque una
amiga la invita a una charla feminista. Y aquí hago un inciso: podemos decir
que, además de novela de extrarradio, Sueño
contigo, una pala y cloroformo es una novela feminista y LGTB. Pero eso no
significa que sea complaciente y se mire al ombligo en estos temas, y para mí
eso es un punto muy a favor de esta novela. Hace muchos años —antes de leer la
novela por primera vez— ya me estaba alejando un poco de estos movimientos en
los que tanto creí por justicia social. Y no es que me haya vuelto reaccionario
—aunque algunos pensarán que sí, y yo de ellos pensaré que no atienden a
razones y matices—, ni sea anti feminista ni anti LGTB. Simplemente digo lo que
digo, que vi mucha ida de olla y lo que es peor: a mucho narcisista y ególatra en
los movimientos sociales —valga la paradoja que movimientos que se suponen colectivos
tengan tantos ególatras individualistas—. Pero no es el lugar de hablar de mi
vida ni de mis ideas ni de entrar a teorizar sobre temas polémicos —cosa que no
interesaría a nadie—. Volvamos a la novela que nos ocupa, en la que Alexandra,
feminista y bisexual, nos describe desde dentro y de manera crítica una
corriente en la que tampoco termina de encajar. “En fin, que el feminismo está
de moda o, peor, la gente se lo toma como una moda”, nos dirá. Porque Alexandra
dispara contra el patriarcado. Sabe lo que conlleva ser mujer y nos habla de
ello. Es feminista. Pero también arremete contra ciertas propuestas para enmendar
ese patriarcado. Y en cuanto a lo LGTB tampoco hay idealizaciones. Un ejemplo:
Me levanté y, antes de que pudiera escapar de allí, la novia de uno de sus amigos me agarró del brazo.
—M’han dit que estàs sortint amb una noia…
Joder, ¿quién iba contando mi vida por ahí?
-Mmm… Sí, ¿por?
—Que valenta.
(…) Se avecinaba el discursito moralizante de lo guay que era ir en contra del heteropatriarcado y lo de hacernos todas bolleras y tal. En 1970 supongo que aquello era rebeldía, hoy era el mismo aburrimiento de siempre.
Otro elemento muy en boga de nuestra
época, y por lo tanto central en la novela, es el poliamor. Elemento muy
reivindicado, celebrado y aplaudido en estos tiempos líquidos en ciertos
sectores progresistas —o sea, por Júlia, obviamente—. Y elemento altamente
cuestionado en la novela. Cuestionamiento que comparto por pura materialidad.
Quiero decir, y no voy a entrar a fondo en ello —podría escribir una entrada
entera explicándome mejor pero nunca la haré—, que yo no cuestiono el poliamor
por razones morales. Respeto la libertad de cada uno, así que ningún
poliamoroso que me lea se me ofenda, por favor. Mi escepticismo con el poliamor
se debe al tiempo. Y nada me parece más material que el tiempo. O en palabras
de Alexandra —¿He dicho ya anteriormente que la quiero como a Ana Ozores, por
cierto?—: <<¡pero si no me daba tiempo a estudiar, trabajar, tener
amigos, una sola pareja y hobbies! Sigo sin saber cómo narices se lo montaba
Júlia para estar siempre en todo; bueno, en realidad sí lo sé, a base de
explotarnos emocionalmente a los demás>>. Porque desde luego la práctica
poliamorosa de Júlia ni es ética ni es decente. Y no voy a spoilear, tendréis
que leer la novela para saber más.
Y cuando sepáis más quizás os riáis del
punto paródico que tiene todo. O tal vez lloréis si os dais cuenta de que la
parodia en realidad, estrictamente en realidad, no es tal. Vuelvo a remitirme
al segundo capítulo. Mientras lo leía casi que me imaginaba unos
humoristas haciendo un sketch. Hasta que
de golpe pensaba: “¿Pero qué dices, Letraherido, de un sketch? Nada de sketch.
Es que es literalmente así…”. Todas
estas cosas, sumadas a una historia de desamor, me resultan trágicas. Me
resultan cómicas. Me resultan tragicómicas. Y tengo que volver a traer a
colación a Lope de Vega, porque me
acuerdo de lo que proponía en su tratado en verso Arte nuevo de hacer comedias:
Lo trágico y lo cómico mezclado,
y Terencio y Séneca, aunque sea
como otro Minotauro de Pasife,
harán grave una parte, otra ridícula,
que aquesta variedad deleita mucho;
buen ejemplo nos da naturaleza,
que por tal variedad tiene belleza
(Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, vv. 174-180)
Ya ven la combinación que proponía Lope para sus comedias. Porque “deleita
mucho”, como dice. Pero también porque nuestro insigne dramaturgo sabía que la
vida tenía risas y lágrimas. Así, en la novela de Patricia Castro encontramos momentos de risa, de dolor, de
tristeza, de ternura, de confesiones amorosas y de rabia resentida. Y esta
mezcla fluye natural. La vida es absurda, tanto que nunca sabes dónde empieza
la risa y dónde acaba el llanto. Y el desamor nunca se ve tan grave ni a toro
pasado—lo recordamos en todo caso, pero ya no lo sentimos— ni cuando lo sufren los
demás. Desde la distancia personal y temporal lo vemos incluso como algo
absurdo. Pero esto tan absurdo resulta devastador cuando lo estás sufriendo en
tiempo presente.
Aquí nos explica Lope muchas cosas, como que hay que combinar sonrisas y lágrimas |
Sí, el estilo es
ágil por sus diálogos como les decía. De hecho todo el capítulo nueve es una
conversación de whatsapp, todo un acierto. E incluso en alguna ocasión, la
autora crea un diálogo donde tan sólo lees a un personaje, y a través de éste intuyes lo que dice el
otro. Todo esto, como digo, le da agilidad a la novela y esa agilidad favorece
la lectura. Así como también la favorece su dinamismo. Dinamismo porque la voz
de Alexandra cambiará de registro emocional según la situación, y a veces se dirigirá
al lector —en ocasiones lo llega a interpelar— y en otras a Júlia. Y dinamismo
también debido a los frecuentes saltos de espacio y de acción. Y es curioso,
porque no es una novela donde pasen grandes y muchas cosas, pero aun así es
dinámica. Incluso sorprende el buen uso del
cliffhanger, algo que se asocia más a la novela de aventuras y/o misterio, pero
que Patricia Castro sabe meter aquí muy bien en determinados momentos.
Cliffhangers producidos mayormente por las acciones fluidas y líquidas de
Júlia. Y hasta algún plot twist nos encontramos, pese a que la novela no es un
thriller. Así que la novela se lee rápido y con ganas. Son 288 páginas,
distribuidas en catorce capítulos sin título más un epílogo titulado
“Invierno”. Y podemos decir que la novela está separada en dos partes. Del
primer capítulo al séptimo sería la primera parte, y del octavo hasta el final
de la novela una segunda. Y esa línea divisoria la marca la autora con unos
ocho “capítulos” en blanco que llevan como título los meses del año que han
pasado desde el final de la primera parte hasta el inicio de la segunda. O sea:
desde noviembre hasta junio. La novela empieza en algún momento del 2017 y
termina en julio del 2018, y como además está localizada en Barcelona —y periferia—
le ha resultado también más cercana a este vuestro amigo barcelonés Letraherido, por ser coetáneo de tiempo
y lugar. Y mientras iba leyendo se me ocurrió que, igual que hay una BSO, también
se podría hacer una ruta de todos los lugares que aparecen en la novela. Como
también me ha gustado que, siendo una novela de realidad barcelonesa, el
catalán se cuele en los diálogos, especialmente en las partes en las que habla
Júlia —que por cierto, se pronuncia “Yulia”, con “J” catalana—, en un bilingüismo
muy natural de mi tierra.
Patricia Castro conoce bien el suelo barcelonés que pisa. |
El otro aspecto que no me convenció al
principio es esta llamada de atención humorística al lector masculino sobre la
escena sexual lésbica que tarde o temprano tenía que venir:
A los señores mayores que estéis leyendo este tostón insufrible sobre el que Freud tendría mucho que decir —sí, otro puto hombre más dando opiniones ¿quién lo habría imaginado?— que sepáis que aun os queda un buen trecho hasta llegar a donde podéis pajearos a gusto. Os aplico mi lema: si la vida te jode, jódela de vuelta. Pues eso, cabronazos, aguantad.
Estas apelaciones no me decían gran cosa, porque a mí era la parte que menos me interesaba. Pero entendí que era algo personal mío y que eran parte del humor y del desparpajado de la obra. Y en la segunda lectura sí conecté más con este humor. Y fue por… haber visto la película Barbarella de Roger Vadim y protagonizada por la sensual Jane Fonda. ¿Y qué tendrá esto que ver? Pues verán, por esta película tan exageradamente dirigida a la mirada masculina —y no, no es sólo por Fonda, es también el guion rebuscado—, volví a acordarme del concepto de male gaze, concepto del que habló la feminista inglesa Laura Mulvey. Y justo vi la película a la vez que andaba con la relectura de la novela, y me dije “anda, claro, ahí está el juego en la novela, la mirada masculina está ahí y la mayoría de productos culturales están destinados a esa mirada”. En realidad era algo que ya supe con la primera lectura, pero con esto lo vi más claro y, sobre todo, pertinente.
La male gaze es evidente ya en la portada. En el guion aún más acusada si cabe. |
Valoración:
Notable.
Te gustará si te gustan las historias de amor-desamor; las historias de amor-desamor lésbicas; las historias tristes; las historias de humor; los retratos sociales; Barcelona y su periferia; el cine, la literatura y la música bien referenciadas.
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