Ficha
Título: Si tú me dices ven lo
dejo todo… pero dime ven.
Autor: Albert Espinosa
Editorial: Grijalbo
Lengua: Castellana
Nº de páginas: 200
Sinopsis (extraída de internet)
Dani se dedica a buscar niños desaparecidos.
En el mismo instante en que su pareja hace las maletas para abandonarle, recibe
la llamada de teléfono de un padre que, desesperado, le pide ayuda.
El caso le conducirá a Capri, lugar en el que aflorarán recuerdos de su niñez y de los dos personajes que marcaron su vida: el señor Martin y George. El reencuentro con el pasado llevará a Dani a reflexionar sobre su vida, sobre la historia de amor con su pareja y sobre las cosas que realmente importan.
El caso le conducirá a Capri, lugar en el que aflorarán recuerdos de su niñez y de los dos personajes que marcaron su vida: el señor Martin y George. El reencuentro con el pasado llevará a Dani a reflexionar sobre su vida, sobre la historia de amor con su pareja y sobre las cosas que realmente importan.
Opinión personal
Siempre he pensado y sigo
pensando que no valdría para crítico literario —no, no considero que lo que
hago en mi blog sea estrictamente crítica literaria, aunque se le parezca—. Por
blando y bienintencionado. Soy de los que piensan que por muy horrible que me
parezca una obra, algo bueno siempre se le puede encontrar en ella. Y además,
personalmente he disfrutado de obras que buenas, lo que se dice buenas, no es
que lo fueran mucho. Pero algo tenían, al menos me entretenían, y jamás me
avergonzaré de haberlas devorado. Tampoco me gustan las críticas a mala
leche, esas que destrozan sin piedad la obra. Porque pienso que todo autor se ha tomado
su tiempo y su esfuerzo en sentarse a producir algo. Y aunque sólo sea por ese
esfuerzo, prefiero no cargar las tintas. Pero a veces pasa que me encuentro una
obra en la que me resulta sumamente difícil encontrar algo bueno, obras que
siento que se me caen de las manos. Me temo que es lo que me ha pasado con Si
tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven, de Albert Espinosa. Lamento abrir
La Posada del lector con disfraz de poli malo. Pero ante todo les debo
sinceridad, apreciados lectores.
¿De qué trata la novela? Pues
tenemos a Daniel, el protagonista y narrador de la historia, que nos cuenta que
trabaja de detective buscando niños perdidos —ya sean secuestrados o simplemente
desaparecidos—, y que ha recibido un nuevo caso que investigar, y todo esto en un momento
de su vida en el que tiene una crisis amorosa con su pareja. Daniel no ha
tenido una vida fácil, sus padres murieron cuando él era niño, y se quedó a
vivir con su hermano mayor, el cuál lo maltrataba. Así que decidió huir muy
jovencito, en un viaje en barco hasta Capri. En su viaje conoció a dos adultos,
el señor Martín y el señor George, que le revelaron secretos de la vida y le
ayudaron a crecer mentalmente. Además, Daniel también creció físicamente para
alivio suyo, ya que era muy bajito y eso le acomplejaba, pero pegó un estirón y
llegó a la edad adulta sin ser un enanito como él temía. Sí, éste es el argumento. Y
prácticamente os lo he contado todo. Sí, todo. Porque esto que acabo de
explicarles es el esqueleto básico argumental de la obra… que ya es prácticamente
el argumento de la obra. Porque argumentalmente no se desarrolla mucho más. Los
cabos sueltos son muchos, la falta de explicaciones es un continuum en toda la
novela. Por ejemplo, cuando dice que de niño se escapó de su hogar y viajó en
barco, ¿de dónde sacó el dinero? ¿Le vendieron el billete sin problema? ¿O es
que era un polizón? ¿Cómo vivió durante todos esos años hasta llegar a la edad
adulta y hacerse detective? Nada se nos
dice argumentalmente de esto. Toda la novela es una abstracción
que no nos dice nada. Incluso el final se resuelve
casi —o sin el casi— milagrosamente. Así que, salvo el final que no explico
para no destrozar la obra, ya les he contado todo.
Albert Espinosa |
Pero Si tú me dices ven lo dejo
todo… pero dime ven no es ni será la primera novela en la que el argumento esté
en un segundo plano, como algo minimizado. Puede haber buenas novelas así, en
las cuales se ponga el acento en cualquier otra característica, como en las ideas
transmitidas, o en la hermosura de la prosa poética. ¿En qué intenta poner el
acento esta novela que tratamos hoy? Pues en algo que me parece evidente: la
emotividad. La novela busca conmover, y se le nota. Es por ello que, estilísticamente,
hay algo salta a los ojos: la constante proliferación de puntos suspensivos. Y también abundan las frases entrecortradas. Parece que Albert Espinosa buscara crea una
ambientación intimista, como un susurro. Pero la arbitrariedad de estos puntos
suspensivos, puestos cada pocas líneas y sin ton ni son, me temo que no
producen el efecto deseado. Hay una profundidad aparente, con frases azucaradas
que parecen querer decir mucho y que, asombrosamente, no dicen nada. Y mejor
que no lo digan, porque parece que Albert Espinosa, buscando el ingenio, llega
a escribir cosas como éstas:
Me daba cuenta de que era un luchador implacable, lo notaba en su letra.
Mi padre siempre me había aconsejado que tuviera buena letra, porque es la forma que tienes de demostrar a los demás que eres de fiar.
Creo que poseo una letra de fiar, de la que mi padre estaría muy orgulloso.
Les haré una confesión, queridos
lectores: no tengo una letra bonita. En absoluto. No la he tenido nunca y
encima, en mis años universitarios, con las prisas de coger apuntes, aún se me
estropeó más. Se supone que uno lee un libro de Espinosa para sentirse bien,
por el aroma de autoayuda complaciente que desprende, con ese viaje del
protagonista que le dará confortantes respuestas. Y al final uno acaba descubriendo que no es una
persona de fiar porque tiene mala letra. Gracias, Albert. Pero prosigamos: Les
acabo de decir que la novela tiene un aroma de autoayuda. Y es que a veces
tenía la sensación de que el protagonista estaba perdido al inicio de la novela
para mostrarnos cómo consigue encontrar su camino, y todo esto de forma didáctica, como a modo de lección. Aunque les aviso, apreciados lectores, de que esas soluciones
edificantes que tan bien le funcionan al protagonista difícilmente les ayudarán a ustedes. Por
ejemplo, dudo que tenga alguna utilidad pragmática “colocar un olor en una
maleta” a la hora de resolver un problema:
Y de repente… Se me ocurrió una forma mejor de deshacerme de aquello, una que no me hiciera sentir culpable.
Coloqué su olor en mi bolsa de viaje.
Salí rápidamente de casa, pero no cerré con llave. No me importaba que entrasen a robar; no quedaba nada de valor en aquel hogar.
Bueno, será algo simbólico y/o
poético, me dirán. Pero aunque sea así, sinceramente, vuestro amigo Letraherido no
lo ve convincente. Como metáfora no me parece brillante. Tampoco veo utilidad
en creer que el universo pueda ayudarles, como en este otro fragmento en el
cual Albert Espinosa parece discípulo de Paulo Coelho:
—Luego el mundo te premia. El universo conspira a favor de los que lo mueven. Y ésos son los que lo paran. ¿Tú quieres mover el mundo o que te mueva?
—Moverlo —dije con seguridad—. ¡Moverlo!
Él se unió a mí y comenzó a gritar conmigo: <<Moverlo, moverlo>>.
Y todo lo que lo moveríamos… Parándolo…
Y digo más: tampoco me gusta
creer en el concepto milagroso de “energía”. Energía, esa palabra comodín que
parece querer decir mucho y profundo y
en realidad no dice nada:
Había algo en esos rostros, en esas miradas, que desprendía energía. Sonreí.—Hay energía en ellos, ¿vedad?
Él también sonrió.
—Mucha. Tres de ellos son más que perlas… Son esas energías especiales de las que te hablé en el barco, esas que has de encontrar… Almas que se funden con la tuya propia.
—¿De verdad? —Estaba entusiasmado con esa definición.
De repente recordé lo que pasó tras la muerte del Sr.Martín; quizá aquello fue su alma fundiéndose con la mía… No podía estar seguro.
En definitiva, porque no es
necesario que dé más ejemplos, dudo mucho que energías y extraños destinos
—parece una casualidad casi mágica el regreso de Daniel a Capri— que parecen
regir el universo en la novela sean de utilidad alguna para el lector. Al fin y
al cabo, uno no va por la vida creyéndose encontrar con un maestro Yoda,
¿verdad? Y no, no es que aparezca un maestro Yoda en la novela. Pero sí
aparecen el señor Martín y el señor George, dos especies de mentores que
ayudarán al joven Daniel. Ambos personajes no se diferencian y absolutamente
clónicos el uno del otro. A saber: ambos son señores mayores, ambos son muy sabios,
ambos están desdibujados hasta ser un mero arquetipo, ambos aparecen casi por
arte de magia en el camino de Daniel, ambos tienen la necesidad de aleccionar
sobre la vida. E incluso son físicamente parecidos, ya que se les describe corpulentos.
Del señor Martín se dirá que “era muy grande, medía casi dos metros y rozaba
los 150 kilos”, y del señor George se nos dirá que “tenía mucha fortaleza
corporal”. Difícil distinguirlos porque ambos personajes están escasamente
trabajados, así como la relación que mantienen con Daniel. Una relación que
está ahí y te la tienes que creer como un acto de fe. Una relación
aparentemente de íntima amistad pero sin ningún detallismo y completamente
forzada, hasta el punto de que es imposible empatizar, y
pasas por la novela sin conocer en profundidad a nadie. Porque ningún personaje
ni ningún vínculo tejido entre ellos está trabajado lo más mínimo. Ni la
relación de Daniel con sus mentores te parece creíble, ni la relación de Daniel
con su pareja te hace sentir el dolor de una ruptura. Lo dicho: nadie ni nada
tiene profundidad en la obra, cosa que contrasta enormemente con esa
ambientación azucarada y sensible que te acompaña durante toda la novela, que
Espinosa quiere recrear una y otra vez con ahínco, pero que desemboca,
nuevamente, en nada.
¿Cuántas veces debo haber repetido
ya la palabra “nada” en esta reseña? Unas cuantas. Pero es la palabra que mejor
define el contenido de la novela. Así que, para no repetirme, pasemos a otra
cosa: a su estructura. Encontrarán veintidós capítulos, breves, y cada uno
anunciado con un título llamativo, un título que parece prometer un contenido
interesante, pero que ya saben lo que se encontrarán, no me hagan repetir la
palabra. Es como si Espinosa quisiera mostrar más su ingenio en la elección del
título del capítulo que en el contenido en sí. Y hablando de capítulos, hay
algo que me ha llamado la atención, y quizás sea una manía rara, o tal vez me
he fijado en ello porque el contenido del libro me parecía decepcionante. Pero
el caso es que hay muchas hojas en blanco. Leí esta novela hace años, pero
recuerdo una abundancia de páginas en blanco. Creo recordar —y quizás recuerde
mal— que cada título de cada capítulo se anunciaba en una única hoja, y en la
hoja siguiente empezaba el capítulo en cuestión. ¿Para qué? ¿Para dar
solemnidad? ¿Para que el lector se recreara más en esa sensación emotiva que la
novela promete? No lo sé. Y quizás hasta me falle la memoria y los capítulos no
estaban presentados así, pero que había abundancia de hojas en blanco sí os lo
puedo asegurar. Además creo recordar letra interlineada, y párrafos cortos que
rápido llenan la página. Lo dicho, apreciados lectores, al igual es escrúpulo
mío, pero demasiado papel para estos tiempos que deberían ser más ecológicos.
Pero bueno, volvamos a la estructura. ¿Cómo se distribuye la historia a lo
largo de estos veintidós capítulos? Pues la historia principal, la de la
investigación —si es que se le puede llamar investigación— del niño
secuestrado, es como el río Guadiana: aparece y desaparece. Resulta
intermitente porque hay una cantidad de flashbacks que se ponen en primer
plano, ocultando la —escasa— historia central del protagonista. Y estos
flashbacks le dan pie a Albert Espinosa para mostrarnos sus reflexiones homeopáticas,
es decir: contienen azúcar y nada más. Y con alguna palabra malsonante en la
narración, en un gesto que, imagino, pretende sonar coloquial y cercano al
lector, pero que desentona totalmente con el pretendido tono intimista.
Y bueno, ya apenas me queda nada
por decir. Pero no me resisto a comentar algo: de Albert Espinosa vi la serie de
televisión que guionizó, Polseres
Vermelles, en TV3. ¿Qué me pareció? Pues que no era una gran serie y de nuevo
estaba llena de tópicos y buscaba tocarte la fibra sensible. Sin embargo, sí
tenía algo aquella serie que no ha tenido Si tú me dices ven lo dejo todo… pero
dime ven: argumento. Y en lo de tocarte la fibra también estaba más logrado. En
definitiva, la recuerdo como una serie que, con todos sus defectos —que eran muchos
y no me cabe aquí hablar de ellos— sí tenía algo que mostrar y daba lo que prometía.
En cambio, En Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven se nota
extremadamente cómo el autor busca conmoverte sin ofrecer nada
para ello. Me encanta subrayar frases en las novelas, frases que me conmuevan o
me resulten muy evocativas. ¿Saben cuántas he subrayado en Si tú me dices ven
lo dejo todo… pero dime ven? Ni una. Bueno, estoy de acuerdo con ésta:
Ojalá siempre intentáramos entender a las personas antes de juzgarlas. Y ojalá la gente fuera capaz de ser honesta y contarnos su vida para que pudiéramos valorarla con comprensión
Pero para valorar esta frase
únicamente de toda la novela... en serio, para este viaje no hacían falta alforjas.
Polseres Vermelles, de Espinosa, no era una gran serie, pero al menos tenía fuerza argumental |
Y sin embargo, siempre le deberé
algo a esta lectura. Algo muy importante para mí. Una de las mejores personas
que jamás he conocido y que tengo la gran suerte de poder llamarla amiga. Yo
leí esta novela a principios del 2014, y como ya han comprobado, me pareció
catastrófica. Así que me puse a googlearla para buscar opiniones, a ver si era
el único al que se le había caído el libro de las manos. ¿Y a dónde fui a
parar? Pues aquí. Dejé mi comentario en un 27 de febrero del 2014. Y ya va
quedando menos para que se cumplan cuatro años. En la novela no hay nada, pero
gracias a que la leí, encontré una amistad en la que cabe todo. Porque Bettie
Jander es fabulosa. Cosas de la literatura, cosa de los libros, que te pueden
hacer conocer gente.
Valoración: suspenso
Te gustará si te gusta la
autoyuda, lo sensiblero, Paulo Coelho.