Ficha
Título: El abuelo que saltó por
la ventana y se largó
Autor: Jonas Jonasson
Editorial: Salamandra
Número de páginas: 413
Encuadernación: tapa blanda
Lengua: castellana
Traducción: Sofía Pascual Pape
Sinopsis (extraía de la
contraportada)
Momentos antes de que empiece la
pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada
de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a
una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados
al alcalde y a la prensa local. Sin saber adónde ir, se encamina a la estación
de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí,
mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su
maleta, con la mala fortuna de que el autobús llega antes de que el joven
regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de
que en el interior de ésta se apilan, ¡santo cielo!, millones de coronas de
dudosa procedencia. Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo
largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más
singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o
Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por
actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba
atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su
jubilación había llegado la tranquilidad, está a punto de poner todo el país
patas arriba.
Opinión personal
El título ya es llamativo, no se
puede negar. Sugiere una aventura humorística y nos hace esperar a un
protagonista peculiar. Porque, ¿una persona mayor que salta por la ventana y se
larga del geriátrico? Pues sí, eso hará Allan Karlsson, el protagonista de la
novela que en su centésimo (¡centésimo!) cumpleaños, y celebrándose una fiesta en su honor
con la presencia de las autoridades locales, decide fugarse de la residencia en
la que está recluido. ¿Y por qué? Pues casi que porque sí,
porque Allan siempre ha sido un hombre fuera de lo común, y consideró que no
estaba del todo a gusto bajo la tutela de una enfermera. Así que saltará por la
ventana e iniciará un disparatado viaje sin rumbo concreto, al cual se le irán
sumando, paulatinamente, otros personajes tan pintorescos como el propio Allan.
A saber: un trabajador de estación de tren ladronzuelo, un vendedor de perritos
calientes que empezó a estudiar carrera tras carrera pero que siempre las iba
dejando justo antes de finalizarlas, o una mujer con una elefante como mascota.
Y una banda mafiosa que los persigue porque Allan robó una maleta repleta de
dinero. Y un detective que también los persigue porque, por allá donde pasa
Allan con su comparsa pintoresca, se siembra el caos. Toda una tropa, ya ven.
Hasta aquí, todo suena a que la novela promete, ¿verdad? Pues sí, el punto de
partida parece hilarantemente prometedor… pero a mí la lectura se me indigestó.
Definitivamente, El abuelo que saltó por
la ventana y se largó no me ha convencido. Así que habrá que abrir La
posada del lector, para que vuestro amigo Letraherido pueda explicarse.
Nada más empezar la novela, Allan
salta por la ventana y se da a la fuga. Así que la cosa empieza fuerte. Y con
un humor que podríamos calificar de absurdo, negro, extravagante, casi que hasta
surrealista, y que se mantiene a lo largo de toda la novela. Porque en la vida
real, Allan no hubiera llegado muy lejos, la historia no es realista. Pero no
lo digo como una crítica negativa, ya que es humor absurdo, ergo se trata de
suspender la incredulidad, y simplemente disfrutar de lo que se lee. El
realismo aquí carece de importancia. Así pues, en este contexto, no ha de
sorprender que Allan tenga como una especie de don que le hará siempre caer de
pie. Continuamente se verá metido en líos y siempre saldrá indemne de todos
ellos. Pero hay dos cosas más que caracterizan a Allan: la primera y más
destacada es su apoliticismo. Allan no querrá saber nada de política. Y por
citar sólo una frase de la novela: “Cuando Allan tomó asiento, Song Meiling
retomó lo que él más detestaba, a saber, una perorata política”. O también, así
es como Allan vio nuestra guerra civil española:
Hubo un golpe militar de la derecha, seguido por una huelga general de la izquierda. Más tarde se celebraron elecciones generales. La izquierda ganó y la derecha se cabreó. ¿O fue al revés? Allan no lo sabía. Comoquiera que fuese, al final estallo la guerra.
Y el segundo rasgo inherente a Allan
es que su mayor preocupación, lo que más le atrae en esta vida, es poder
sentarse a gusto y echarse un trago de aguardiente. Sí, parece una
contradicción en un personaje que se ha pasado toda la vida cambiando el curso
de la historia, y viviendo aventuras, y al que le encanta detonar cosas, tenga
como mayor afán sentarse a echar un trago de aguardiente. Y seguiremos a este
personaje con sus peripecias, que se dividirán en dos líneas temporales, ya que
los veintinueve capítulos junto al epílogo que estructuran la novela van
alternando la historia en presente de la fuga de Allan con sus episodios
biográficos, en los que se nos da cuenta de cómo el viejete ha
intervenido en acontecimientos importantes del siglo XX. Y en esta última línea
temporal desfilarán toda una serie de personajes históricos con los que Allan
llegará a interactuar. Y ahí tendremos a Franco, Truman,
Stalin, Mao, Churchill… Así pues, tenemos una narración escindida en dos líneas
temporales: pasado biográfico del protagonista y presente alocado con sus
nuevas aventuras.
Llegados a este punto, habiendo
explicado los rasgos más notorios de la obra, les debo responder a la
pregunta del millón: ¿qué me ha fallado en esta novela? ¿Ha sido el humor
absurdo? Pues no, ya he comentado que es indiferente que no sea una lectura
realista. Este humor te gusta o no te gusta, y créanme, he disfrutado con
películas, cómics y libros de un humor similar. De hecho, al leer las primeras
páginas de la novela me entusiasmé, porque me apetecía volver a leer algo así.
Pero seguí pasando páginas y la cosa se desinfló sin remedio, en pocas
ocasiones he llegado a sonreír. Se contarían con los dedos de una mano, y
sobraría algún dedo. Aunque el humor me parece algo tan personal y subjetivo
que no es el principal defecto que le achaco a la novela, ya que podría ser
cosa mía. Sí ha pesado mucho más en mi valoración, sin embargo, el personaje
protagonista, que no ha sido de mi agrado. De hecho, es uno de los
protagonistas que menos huella me ha dejado al leer una novela. ¿Es porque
Allan es apolítico y su única motivación es echar un trago? Pues a mí entender
no, no es eso lo que hace de Allan un personaje tan pobre. Porque para que un
personaje sea interesante en ningún caso le pido afiliación política. Y que su
única motivación sea echar un trago tampoco, en principio, debería ser un handicap.
Que un personaje esté bien o mal elaborado no depende de cosas tan nimias, que
al fin y al cabo serían rasgos de su personalidad. ¿Qué es lo que
me molesta entonces? Pues que por mucho ruido y destrozo que provoque Allan, me
parece uno de los personajes más apagados que jamás haya leído, aunque parezca
contradictorio esto que les cuento. Y que por mucho que Allan esté por encima de
los problemas políticos, resulta tan hueco por dentro que es imposible que esté
por encima de nada. Eso es Allan: insustancial y sin principios, sin el más
mínimo interés por ningún tema político o social. Y ese vacío de Allan no me despertaba
ni empatía ni simpatía lectora a lo
largo de la novela, porque hay vacíos que llegas a comprender, vacíos incluso
que están llenos de sustancia y que a mí como lector me interpelan. Pero no ha
sido el caso de Allan. Y al igual que al principio de la novela me entusiasmé
con el humor absurdo —para después no resultar ser de mi agrado—, imaginé
también que Allan tendría algo entrañable, y más al ver que Jonas Jonasson se acordaba de su abuelo en la dedicatoria. Me pareció un gesto tierno, y supongo que por eso
imaginé que me encontraría con un personaje con cierta dosis de humanidad. Pero
qué va. No es el caso. De hecho, les contaré una cosa: yo leí esta novela por
el club de lectura de mi localidad. Y dos señoras de la tertulia comentaron
algo curioso. Una dijo que llegó a pensar “que Allan sería un robot” (¿?¿?),
porque “es que no parece humano por su apatía, y por tener cien años y tener
ese estado de forma”. Suena disparatado, pero comprendí su argumentación.
Normal que imaginase que podía ser un robot porque en Allan hay falta de
hondura psicológica. Casi que mejor hubiera sido que, efectivamente,
fuera un robot programado para vivir aventuras. Y total, tampoco hubiera
desentonado por el tipo de humor que la novela ofrece. La otra comentó que no entendía al personaje y que la única explicación para ella es que Allan "tuviera retraso mental" (sic). De nuevo, achaco tal argumento contundente no a la vehemencia de la señora, sino a que es un personaje que no acaba de estar bien construido.
Jonas Jonasson |
“Y vale, Letraherido”, me diréis, “pero parece
que ahora estés pretendiendo juzgar una novela metafísica, y sabes que El abuelo que saltó por la ventana y se largó
es pura aventura, entretenimiento, no pidas lo que no se promete”. Y tendríais
razón. El abuelo que saltó por la ventana
y se largó es una novela humorística de aventuras, sin más. Escrita con el
objeto, grosso modo, de entretener. Pero creo que incluso en una novela de
entretenimiento los personajes tienen que tener un mínimo de enjundia —que no necesariamente
afiliación política, vuelvo a aclarar—. Pido que al menos se disimule que Allan
sea un mero instrumento del autor para crear historias rocambolescas. Y esa
neutralidad ante la vida, tal y como nos la moldea Jonas Jonasson en su novela,
me acaba pareciendo extremadamente vaporosa e incluso antipática. Por poner un
ejemplo, en un momento de la novela se dirá que Allan “ni siquiera sabía si era de izquierdas o de
derechas. De uno de los dos bandos sería, desde luego, porque si algo había
aprendido Allan a lo largo de su vida era que la gente se empeñaba en pensar de
una manera u de otra”. Y de acuerdo, puedo entender por dónde va la crítica,
puedo entender que es un alegato en contra del encasillamiento mental, de la
necesidad imperiosa de tener que dar opiniones certeras, de posicionarnos en un
lado de la barricada sobre cualquier tema. De acuerdo, aceptemos pulpo como
animal de compañía. Pero para que esa crítica cobrara algún sentido, al menos para mí,
debería apelar al pensamiento matizado, a la calma reflexiva, sin presiones ni
prisas. Y en la novela que nos ocupa no
es sólo que Allan no se empeñe en pensar de una manera u otra, es que
directamente Allan no piensa. Suena tajante, pero es así. ¿Tal vez la novela
sea, pues, un alegato a favor de la acción? ¿De vivir la vida de forma más
irreflexiva ya que el exceso de pensamiento nos podría paralizar? No lo sé. Pero si
es así, sinceramente, yo he sido incapaz de verlo mientras pasaba las páginas.
Y si ha sido así, creo que el autor no ha sabido llevarlo a buen puerto. ¿Cómo
les podría explicar, apreciados lectores, lo que me falla en Allan? Quizás por
comparación. Hay quien ha señalado similitudes con la película Forrest Gump. Y
es normal, yo también me acordaba de la película mientras leía la novela. Hay
similitudes como el hecho de que Forrest Gump es una película biográfica al igual que El abuelo que saltó por la ventana y se
largó. Los dos personajes protagonistas son peculiares, distintos. Ambos
están presentes en acontecimientos históricos, conocerán a personajes claves, y
no son conscientes de que sus acciones cambiarán al rumbo de la historia. Pero
la película de Forrest Gump me gustó, y el personaje tenía un carisma que en
Allan no he visto. Quizás porque la película sí sabía tocar cierta tecla sentimental —y sin abusar excesivamente de ello tampoco, si la memoria no me falla, que bien podría ser— que El abuelo que saltó por la ventana y se largó no toca.
Y bueno, ya les he contado sobre
Allan. Sobre el resto de personajes tampoco es que haya algo nuevo que aportar.
En la línea del presente, la colla estrafalaria
de personajes que acompañará a Allan está carente también de introspección.
Todos tienen algún rasgo hiperbólico que los define, y sus actuaciones irán
previsiblemente en consonancia con ello. Y de nuevo, con ninguno he logrado
sentir cercanía, como si más que personas me parecieran… ¿guiñoles funcionales?
Sí, algo así. Ningún personaje, por lo tanto, evolucionará a lo largo de la
novela. Ni siquiera Allan pese a que con él recorreremos su biografía, no
hallando ninguna diferencia entre el Allan joven y el Allan centenario.
Por lo tanto, tendremos en la línea de presente una tropa de personajes que protagonizarán
gags y situaciones cómicas, una tropa creada expresamente para dicho cometido.
¿Y qué tendremos en la línea de pasado con los interesantes personajes
históricos que desfilan por ella? Pues algo similar. Los personajes —todos
ellos poderosos gobernantes históricos— me han parecido intercambiables unos
con otros. Tan intercambiables como las aventuras que Allan vive en uno u otro
lugar geográfico-temporal. Apenas existen diferencias perceptibles histórico-culturales
en los distintos países en los que se mueve Allan. Es por eso que ni la línea
de pasado ni la de presente han resultado de mi agrado, porque en ambas me encontraba
situaciones repetitivas. Es como si el autor haya pegado escena más escena más
escena más escena… y así sucesivamente, en bucle. Tuve la sensación de que
Jonasson decidió ir concluyendo la novela cuando se le acabaron los gags. Y aún
así también tuve la sensación de que Jonasson aún
la hubiera alargado de haber tenido más gags en la chistera. Se me
hicieron las cuatrocientas páginas largas. Creo que ni la historia daba para
tanto ni el autor ha sabido del todo mantener la tensión, quizás porque la
alternancia de las dos líneas temporales paralelas te sacaban también de un
hilo principal.
Y claro, entre que no me
convencen los personajes, el humor no ha conectado conmigo, las aventuras
rápidamente dejan de interesarme y que la estructura me ha parecido pesada, pues
ya tenemos la explicación de por qué no he disfrutado de la novela. ¿Me olvido
algo? Ah, sí. No les he contado nada aún de la prosa de Jonas Jonasson: es
directa, y hasta televisiva diría—no en vano, Jonasson es productor de
televisión—. Describiendo lo justo, sin recreaciones. O más que describiendo,
mostrando. Un pequeño ejemplo:
De pronto, el carro blindado se detuvo en seco. Los tres pasajeros se apearon. Estaban en un aeropuerto militar, delante de algo que posiblemente fuera el edificio que alojaba al estado mayor.
No es ninguna maravilla la prosa,
y tampoco es rica en adjetivos. De todas formas, cuando se trata de pasarlo
bien en una novela de aventuras no soy exigente con la pluma de un autor. Pero
al no haber disfrutado de las aventuras en El
abuelo que saltó por la ventana y se largó, la prosa de Jonasson me ha
supuesto otro punto negativo que no he podido pasar por alto.
Antes de concluir, una última
aclaración sobre la novela. La he definido anteriormente como “una novela de
aventuras, sin más”. Pero estrictamente, sí hay crítica social. Aunque poca,
tibia y superficial. Jonas Jonasson no se moja demasiado, ni entra a fondo en
ningún tema concreto. La crítica está, se la deja ver, pero al cerrar el libro
no es algo que retengas.
En definitiva, El abuelo que saltó por la ventana y se
largó es un best-seller a nivel mundial. Su autor, siguiendo la estela de
este primer éxito, ha escrito dos novelas más: La analfabeta que era un genio de los números y El
matón que soñaba con un lugar en el paraíso. Aunque no las he leído, por
los títulos a priori parece ser que encontraremos novelas similares a la que
nos ha ocupado. Y como he dicho anteriormente, el humor es algo muy personal.
Conozco a gente que, al contrario que yo, ha podido disfrutar de la novela y se
ha echado unas buenas risas, así que seguramente disfrute de estas otras dos
novelas de Jonasson. Pero yo personalmente las dejaré pasar.
Valoración: Suspenso
Te gustará si te gusta: el humor
absurdo, las aventuras disparatadas.