Ficha
Título: La tarda del senyor Andesmas
Autor: Marguerite Duras
Editorial: LaBreu
Lengua: catalana
Lengua original: francés
Traducción: Marc Colell
Nº de páginas: 82
Sinopsis (copiada de la contraportada y traducida
del catalán al castellano por un servidor)
Una tarde de junio el señor Andesmas, ya
mayor, visita la casa aislada que acaba de adquirir para su hija Valérie. La
casa, envuelta por el bosque, tiene vistas al mar y al pueblo, donde se celebra
un baile. Andesmas tiene una cita con el contratista del pueblo, Michel Arc,
para presupuestar la terraza que quiere construir, al gusto de su hija:
semicircular, a dos metros del precipicio de luz. El tiempo se le va entre la
somnolencia y las visitas intercaladas de un perro que vagabundea, una niña y
una mujer. Pequeñas dosis de dramatismo salpican la plácida tarde, una tarde de
viento y sombras perfumadas por una felicidad dulcísima e inabarcable. Un dolor
antiguo se desliza entre las cabezadas de Andesmas, sentado en su butaca de
mimbre, al ritmo de la música lejana y los sonidos que llegan del bosque.
Opinión personal
Llevaba tiempo sin poder abrir La Posada
del lector. Ando muy escaso de tiempo por suerte y por desgracia, pero bien
requiere un esfuerzo hablarles de la primera novela que he leído de Marguerite
Duras, ya que la lectura lo ha merecido. Se trata de La tarde del señor
Andesmás. Y antes de nada debo señalarles que, como habrán visto en la
ficha técnica, la he leído de la editorial LaBreu, por lo tanto la he leído en
catalán. Lo indico para que sepan que las citas que leerán en esta entrada son
una traducción mía de esta traducción realizada por Marc Colell. Y excelente
traducción, por cierto. Para quien quiera leer a Duras en catalán ha sido todo
un acierto que LaBreu nos haya traído este título y con esta traducción.
Respecto a quien la quiera en castellano, se publicó en Seix Barral hace ya
décadas. Pero también más recientemente en la editorial Demipage, concretamente
en el año 2011, y con otro título: La siesta del señor Andesmas,
por decisión de la traductora Amelia Gamoneda. He leído cierta polémica sobre
esta decisión por falta de literalidad con el título original, pero no me
compete a mí entrar a valorar este hecho, aunque entiendo la
elección de la palabra “siesta”. Cosa que ustedes también entenderán al leer la
reseña que abordo a continuación.
No se fíen de las ochenta y dos páginas
—en las que ni sobra ni falta nada—. La tarde del
señor Andesmas no es una novela ligera que se lea en nada. O al
menos, no conviene leerla con rapidez. Es conveniente desacelerar el paso para
caminar por su pulsión poética, sus logradas descripciones y su sutileza hasta
zambullirnos en su cauce simbólico. Porque hay más, mucho más, de lo que
aparentemente se lee en esta novela publicada en el año 1962 y que se podría
enmarcar dentro del movimiento Noveau Roman. Algo que ya nos da una idea de lo
que nos encontraremos: poca acción y mucha introspección. Porque
argumentalmente no pasa gran cosa, pero subterráneamente sí sucede, y mucho.
Empecemos, pues, con la parte argumental.
Nos encontramos desde el principio con el señor Andesmas. Un señor mayor de
sesenta y ocho años que, sentado en una butaca de mimbre frente al acantilado
que hay delante de su casa, espera la visita del arquitecto del pueblo, Michel
Arc, ya que éste le tiene que construir una terraza. Dicha construcción es un
regalo del señor Andesmas para su querida hija adolescente Valérie. Un regalo
más, puesto que la casa en sí, situada en un bello paisaje en la ladera de un
pueblecito de Francia que da al mar y a la montaña, ya era también un regalo
para su hija. Así que, por amor a su retoño, está esperando el señor Andemás
desde las cuatro de la tarde al arquitecto. El cual, por cierto, llega tarde.
Pues se habían citado a las cuatro menos cuarto. Y el señor Andesmas espera en
soledad. Su hija Valérie no está presente porque, precisamente, ha ido en busca
del arquitecto. Sin embargo, a lo largo de la tarde, Andesmas recibirá visitas
durante su espera. Un perro, una niña y una mujer adulta, paulatinamente. Y
hasta aquí puedo leer, que no les quiero destripar la obra. Y sí, uso el
vocablo “destripar” porque, con un argumento tan aparentemente insulso, al
final se revela un giro sorpresivo en la trama. Y es que Marguerite Duras
supedita el argumento frente a una arrolladora fuerza poética y rica en
sensaciones, pero eso no quiere decir que desdeñe la historia que se cuenta ni
la descuide. El buen pulso narrativo de Duras es magistral, y está ahí
llevándote poco a poco hasta el giro final mientras te embelesa en una profunda
emoción. Poco a poco se van viendo pequeñas revelaciones a medida que se
avanzan páginas, y la historia va in crescendo. Y de los dos
capítulos que dividen la novela, será en el segundo en el que más se concentre
la acción argumental —toda la acción argumental que puede haber en este tipo de
novela, se entiende— y su desenlace final. Esta estructura tan breve, por
cierto, recuerda a una obra de teatro por la unidad de tiempo —una tarde— y de
lugar —la colina—. Y sí, probablemente más de uno ya habrá pensado en Esperando
a Godot, por esa espera como argumento central. Y todo esto contado, además de
con una bella prosa poética, con un elaborado ejercicio estilístico. Se solapan
dos planos narrativos, uno en el que el narrador cuenta en tiempo pasado la
situación y la percepción del señor Andesmas, pero sin llegar a ser
omnisciente. Y otro plano en el que los pensamientos del señor Andesmas se
insertan en primera persona en el texto, en estilo indirecto libre. Y además,
se adereza todo con un algún que otro flashback, producido por las cavilaciones
y recuerdos del viejo sexagenario. Pero también con alguna referencia al
futuro, en la cual se nos dirá qué recuerda el señor Andesmas de aquella tarde.
Vayamos ahora con ese fondo subyacente que
hace de La tarde del señor Andesmas una obra deliciosa. Empezaré destacando la
ambientación que Duras consigue gracias a sus descripciones, algo crucial
porque en esta novela el ambiente ya es el fondo. Es como leer un libro de
poesía que te deja un estado emocional en el cuerpo. Resulta magistral cómo
describe Duras el paso de las horas, el cambio de la luz y la sombra con el
declinar de la tarde —mucha especial atención a esto—, así como su descripción
del paisaje. Y además hay que destacar un constante eco sonoro que le llega a
Andesmas durante su espera: la fiesta del pueblo que se está produciendo debajo
de su colina, con un baile y una canción que se va repitiendo con cierta
asiduidad (1). Duras nos describe un
paisaje visual y sonoro con un ambiente totalmente sugestivo, en el que hay
algo bello pero a la vez asfixiante, y hasta misteriosamente reflexivo (2). Sí, hay poética de la
extrañeza en obra que se nos ocupa, igual que la había en la última novela que
les reseñé, Seda. Salvo que en La tarde
del señor Andesmas todo está más logrado. Así que ya ven, en ese paisaje está
sentado el señor Andesmas, esperando. Esperando entre cavilaciones y cabezadas
de sueño, hasta el punto en el que a veces le cuesta distinguir si está en la
realidad o sea ha vuelto a dormir. Andesmas no habla demasiado ante las
visitas, y cuando lo hace es para tener una conversación banal. En La tarde del
señor Andesmas aparentemente todo lo que sucede es banal. Pero a medida que lees,
te vas haciendo preguntas… ¿Por qué tarda tanto el señor Michael Arc? ¿Y qué
pasa con Valérie? Y para algunas de estas preguntas te dará Duras la respuesta…
pero para otras no. Tendrás que intuirlas, o interpretarlas. La novela está
llena de insinuaciones. Y yo disfrutaba haciéndome preguntas y buscando
detalles que me dieran alguna respuesta. Por poner un ejemplo, ¿es casualidad
que la casa en la que habita el señor Andesmas sea una casa solitaria en la
colina respecto al pueblo? (3) ¿Es casualidad que esa casa haya
pasado de mano en mano constantemente y la mujer que aparece en el segundo
capítulo no recuerde a los anteriores propietarios? ¿Es esto una metáfora del
aislamiento del señor Andesmas y del paso de la vida? Y así podría
proseguir. Ya les dije que es una lectura con la que conviene estar atento. E
interpretes lo que interpretes, la pluma de Duras te cautiva.
Centrémonos ahora en los personajes. Como
ya pasó con La ley de la calle, hay que
distinguir protagonista de personaje principal. Aunque estas cosas no están siempre claras y las líneas pueden ser delgadas. Pero diría que el personaje principal es Andesmas
porque es a quien vemos en la novela y a quien seguimos en su espera de
duermevelas y cavilaciones.
¿Y quién es el personaje protagonista? Pues
aunque pienso que al arquitecto Michael Arc tal vez se le podría considerar
como tal, por la intriga de cuándo acudirá a la cita, me inclino más por pensar
que el auténtico personaje protagonista es la también ausente Valérie. Todo gira
en realidad alrededor de ella. Empezando por el propio señor Andesmas que tiene
de forma permanente a su hija en sus pensamientos, pensando en cómo hacerla
feliz. ¿Y cómo es la relación entre el señor Andesmas y Valérie? Pues no se
sabe, porque no conocemos a Valérie ni su punto de vista, y por lo tanto nos
falta perspectiva. Pero sí se intuye claramente que el señor Andesmas la está
perdiendo, de ahí sus esfuerzos para retenerla. Lo que les expondré a
continuación, apreciados lectores, es una interpretación mía, si leen la novela
puede que ustedes vean otra cosa, pero ahí va mi impresión sobre la idea de
trasfondo de La tarde del señor Andesmas:
En un primer momento, me planteé si
Andesmas había sido un mal padre en el pasado, o si sólo quiere contentar a su
hija con obsequios materiales —constantemente piensa en qué regalarle— porque
no ha sabido ganarse su afecto. Pero a medida que leía, iba descartando esa
opción. No sólo porque no se muestra en la novela ningún indicio de negligencia
paternal por parte de Andesmas, sino sobre todo por el contraste entre la
inmovilidad de Andesmas y la vitalidad de Valérie. Cosa que me lleva a pensar
en el inexorable paso del tiempo, es la inevitable ley de vida. Es decir: la
vejez de Andesmas cada vez es más acuciante y la juventud de Valérie
resplandece. Y no parece que la pluma de Duras juzgue y condene esta ley de
vida. Simplemente nos la muestra como una fuerza inevitable, algo que hay que
aceptar. El tiempo fluye, como fluye la tarde en la que el señor Andesmas espera.
El tiempo fluye y hace que, como dice la eterna canción que sube desde la
fiesta del pueblo hasta la colina, las lilas florezcan, tal y como Valérie
florece a la vida. El tiempo fluye y recluye al señor Andesmas cada vez más en
su vejez y en sus quilos de más. Una reclusión que el señor Andesmas no parece
aceptar. Y por eso se sigue proyectando en planes de futuro que consisten en
contentar y retener a su hija Valérie. Queriendo prolongar la niñez de su ya
cada vez menos niña Valérie y prolongarse a él mismo en esta vida a base de
proyectos terrenales, una prolongación futil de querer seguir anclado en una
realidad, cuando ésta ya no le permite avanzar. Y su pasividad será doble: no
avanza ya en proyectos de vida por mucho que él se aferre a ello. Pero tampoco
avanza físicamente. Su cuerpo viejo y pesado no lo levantará de la silla en
toda la novela, y lo moverá con dificultad. La pluma de Marguerite Duras nos
mostrará el declinar de una preciosa y melancólica tarde, pero a la vez tampoco
escatimará en describir ese corpachón grotesco en el que está recluido el señor
Andesmas y que tanto trabajo le cuesta mover (4), haciendo
además más ridículo ese cuerpo al encajarlo en una butaca que le va pequeña.
Así que ya ven, espera y esperanza se mezclan en el sentir de Andesmas, y
durante la tarde cambiará de opinión y de humor con sus cavilaciones, y
alternará momentos de desánimo y optimismo. En otras ocasiones se autoengañará o
se pondrá a imaginar qué sucede a su alrededor. Y paradójicamente,
está más metido en sus cavilaciones que en mostrarse interesado por los demás,
pero a la vez desea la compañía (5).
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Póster de la película |
Antes de ir terminando, cabe detenerse en
algo importante: les he dicho que no parece haber condena por parte de Duras
hacia esta ley de vida que nos recluye en la vejez y nos impulsa a vivir cuando
somos jóvenes. Y no lo parece además por una más que probable interpretación
autobiográfica. Me entero por Vila-Matas—gran admirador de esta obra— que el
propio nombre de Andesmas es la contracción de tres amantes que tuvo Marguerite
Duras: Antelme, Des Forêts y Mascolo. Y además me entero también por palabras
de Vila-Matas que
le reprochaban sus excesivas intervenciones en la prensa. Tal vez quiso reírse de ellos, indicarles a sus tres queridos amantes que ya no necesitaba de ninguna clase de tutela masculina, que podía andar perfectamente sola y había entrevisto, además, un lugar de soledad magnífica ante el abismo: un lugar encontrado (según Adler en su biografía sobre la escritora) entre Saint-Tropez y Gassin, una casa fascinante porque desde ella podía dominarse un valle, un bosque, un pueblo, y al fondo el inmenso mar. Esa casa, que no acabó comprando y a la que sólo parecía faltarle una terraza frente al espacio que se estiraba hacia el vacío, la transformó en el escenario de su ficción sobre el señor Andesmas, anciano sobrecogido por la intensidad de una luz y de un abismo.
Y es por lo tanto que, como he dicho
anteriormente, tengo la impresión de que Valérie es el personaje protagonista. No
se condena el hecho de que Valérie estuviera allí abajo, exprimiendo su
juventud en la fiesta de un pueblo costero. Si el señor Andesmas es una
construcción de los amantes de Marguerite Duras, me resulta inevitable no ver
ese paralelismo entre Duras y Valérie, por la vitalidad y la tutela que Valérie
ya no parece necesitar.
En definitiva, con La tarde del señor
Andesmas estaréis ante una novela en la que no pasa “nada”, porque lo que pasa
es la vida que nos va despojando de todo lo que creíamos permanente, por mucho
que nos empeñemos en creer —o querer— que podemos vivir en una fotografía
fijada. Cosa imposible, claro. Y por eso en La Tarde del señor Andesmas se dan
cita muchos sentimientos profundos que, aunque velados, están ahí: miedo,
deseo, soledad y frustración. Y todo esto, en esa espesa tarde en la que llegan
ecos de una fiesta lejana. Hermoso y triste cuadro. El paso inexorable de la
vida y la extrañeza ante ésta se dan la mano en esta obra.
Desde luego, que volveré a leer a
Marguerite Duras. Porque he caído rendido a Duras con esta novela, igual que
han estado rendidos a ella dos autores españoles como Vila Matas y Antonio
Gamoneda —Amelia Gamoneda, la traductora de la edición Demipage que
he nombrado anteriormente, es su hija—. Así que volveré a Duras, y
probablemente con La amante, su novela más famosa.
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Marguerite Duras |
Valoración: Notable
Te gustará si te gusta la prosa poética,
la Noveau Roman, las novelas introspectivas
Fragmentos:
(1) La canción es Le square, y la interpretaba
Juliette Greco. Fue la canción del verano y el trozo de la letra que más
aparece es: “Cuando las lilas florezcan, amor mío, / cuando las lilas florezcan
para siempre”. Tienen toda la letra entera aquí:
(2)
La sombra del haya se encaminaba hacia ella. Y mientras los dos callaban y la mujer aún escrutaba tensa y fascinada la plazadel pueblo, Andesmas veía que aquella sombra se aproximaba hacia ella, en una aprensión cada vez más fuerte. Sorpresa de repente por la frescura de esta sombra, al darse cuenta de que es más tarde de lo que pensaba, ¿se irá?Se da cuenta.Ve, en efecto, que a su alrededor sobreviene un cambio. Se gira, busca de dónde proviene esta frescura, esta sombra, echa un vistazo al haya, después a la montaña, y al final al señor Andesmas, un largo rato, pidiéndole una última certeza que parece que aún espere, que cree querer definitiva.
(3)
Entre aquel pueblo y la casa que el hombre acaba de comprar para su hija, Valérie, no se alzaba en efecto ninguna otra construcción (...)—Compré esta casa —le explicó a Michel Arc—, sobre todo porque es única. Alrededor, fíjese, el bosque, sólo el bosque. Bosque, por todos lados. El camino dejaba de ser transitable a cien metros de la casa. El señor Andesmas había llegado en coche hasta aquel punto, donde dejaba de serlo, un claro de terreno aplanado donde los automóviles podían dar la vuelta. Valérie lo había llevado, y se volvió a ir. No bajó del vehículo ni subió hasta la casa, no parecía tener ganas. Había aconsejado al padre esperar a Michel Arc, y después ella misma, al anochecer, cuando empezara a refrescar —no le dijo la hora—, vendría a buscarlo.
(4)
A trancas y barrancas, se medio incorpora, arrastra la butaca un poco más adelante, un poco más cerca de la punta de la plataforma para hacerse más visible desde abajo. Pero no mira el vacía. Aún bailan, si hace caso de los cantos. Más bien mira el cuerpo apoltronado en el sillón —más apoltronado que cuando la chiquilla estaba— vestido con este bonito tejido oscuro. El vientre le reposa sobre las rodillas, embutidas dentro de un jersey de este mismo tejido oscuro elegido por Valérie, su hija, porque es de buena calidad, neutra, y los hombres de mucha corpulencia se encuentran escondidos con más comodidad y seguridad.
(5)
El viejo explicó que en aquel momento temió que se levantara y partiera para el pueblo, pero que si lo hubiera hecho, le habría rogado que se quedara. Pese a saber de todo corazón que no podría satisfacer nunca la ávida curiosidad que ella le despertaba, deseó que la mujer permaneciera a su lado aquella tarde. A su lado, aunque callase sin fin, a su lado, la quiso aquella tarde.
Magnífica reseña! Y una autora con la que no me he estrenado aún, así que me anoto bien este título, que parece un muy buen libro para empezar.
ResponderEliminarBesotes!!!
Gracias por tus palabras :)
EliminarEspero que te guste Marguerite Duras. Yo estoy deseando leer La amante :)
¡Un abrazo!
Recomendada entonces, ¿no?
ResponderEliminar:*
Yo creo que sí :)
Eliminar¡Un abrazo!
Con esta reseña dan ganas de leer esta novela, y cualquiera que recomiendes.
ResponderEliminarQué delizinha
Pues si la lees espero que te guste :) Y gracias por confiar tanto en mi criterio :), pero ya deberías saber que a veces lo que me gusta a ti no XD
Eliminar¡Un abrazo!