lunes, 5 de agosto de 2024

Sueño contigo, una pala y cloroformo, de Patricia Castro. O la novela de (des)amor LGTB, millennial y de extrarradio barcelonés que necesitábamos.

 

Ficha:

Título: Sueño contigo, una pala y cloroformo.

Autor: Patricia Castro.

Editorial: Apostroph

Nº de páginas: 292.

Lengua: castellana.   

Sinopsis (copiada de la contraportada):

Alexandra es una mujer de 25 años, millennial, obrera y en pleno descubrimiento de su bisexualidad; vive con sus padres y su hermano en la periférica de Barcelona. Su novio la trata como un mueble bonito, tiene un trabajo aburrido pero precario y su vida ha quedado destrozada por Júlia, la mujer por la que está dispuesta a darlo todo, a dejarlo todo, a serlo todo. A renunciar a todo. Su Helena de Troya, su Daenerys Targaryen.

Opinión personal:

Hay novelas que las lees y te gustan. Y casi cuatro años más tardes las vuelves a releer y aún te gustan más. Es lo que me pasó con Sueño contigo, una pala y cloroformo, de Patricia Castro. Quizás porque, obviando que las relecturas siempre te ofrecen detalles que se pasaron por alto, cuatro años más tarde puedes tener otras claves y otra mirada más aguda. Pero vamos a levantar ya está persiana oxidada—cuatro años sin levantarla— para hablar de la novela, que es de lo que se trata.

En esta novela sabremos de una historia de amor entre dos chicas, Alexandra y Júlia, siendo la primera la voz protagonista que nos narrará la historia. Que la novela se titule Sueño contigo, una pala y cloroformo ya nos puede dar una pista de cómo puede ser esa voz: ácida, directa y deslenguada. Y por cierto, si tuviéramos que hacer un concurso de buenos títulos de novelas yo lo tengo claro: estamos ante un título muy top. Me encanta. Llamativo y con gancho. No me digáis que Sueño contigo, una pala y cloroformo no suena genial. Pero estaba en los personajes, en la voz protagonista. Decía que Alexandra es ácida, directa y deslenguada. Y también un trozo de pan. Una chica buena —que no perfecta, afortunadamente para la verosimilitud— y con principios. Empieza la obra vomitando su dolor, su rabia, y contándotelo todo con sarcasmo. Y en estas primeras páginas, por su forma de expresarse, y de llamar gilipollas y pringados a todo el mundo y cosas así te dices “vale, te han roto el corazón, ¿pero no estás siendo injusta con el mundo y probablemente hasta con esa chica?”. Pero poco a poco empiezas a conocerla en su totalidad, y a saber de su historia y sus circunstancias. Yo empecé a simpatizar mucho con ella en el tercer capítulo. Y de ahí hasta el final la simpatía y la empatía fue en aumento.

Escribió nuestro gran poeta y dramaturgo Lope de Vega que “esto es amor, quién lo probó lo sabe”. Y Alexandra lo supo. Porque Sueño contigo, una pala y cloroformo no es sólo una novela de amor. Son muchas cosas más. Pero es, en efecto y básicamente, una novela de amor. Y por eso se abre con un poema de Pedro Salinas como prefacio. Alex es inteligente y culta, una chica de Badalona —localidad que colinda con Barcelona, o sea: extrarradio de la capital catalana— que estudia y trabaja a la vez y aún vive bajo el techo de sus padres —y a partir de cierta edad no es fácil la convivencia, algunos lo sabemos—. Y aun saca tiempo para sus amistades, su pareja y tener vida social/cultural. Alexandra se trata a sí misma como una pringada en la novela —sí, no sólo lo opina de los demás: sobre todo lo opina de ella misma—, porque es muy autocrítica pese a que dé el 100% de sí misma. Y si no triunfa por todo lo grande es porque, como ella bien sabe, el mito del garaje de Steve Jobs es eso: un puto mito. Pero, pese a toda su valía, al enamorarse cae en un pozo. Visto desde fuera, como lector, te das cuenta de que la relación con Júlia obviamente le va a provocar inestabilidad y dolor. ¿Cómo pudo caer en eso Alex? Y dos veces con la misma piedra, además. Vuelvo a remitirme al endecasílabo de Lope de Vega: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Y el amor, cuando caes en él, te nubla la lógica y la razón, por inteligente que seas. Y quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Porque desde fuera se puede ver todo muy fácil, claro. Y en mi caso hasta creí que si entraba en la novela podría aconsejar a Alex y evitarle el desaguisado. Porque sí, me pasó igual que cuando leía La Regenta y sentía que quería salvar a Ana Ozores. Aquí también quise entrar en la novela y ayudar a Alex, darle un abrazo, invitarle a merendar, y decirle “olvídate de Júlia, hay más chicas en el mundo”. Pero a poco que lo pensé yo mismo fui consciente de mi ingenuidad. Alex está rodeada de buenas amistades —aunque hay alguna excepción, como la petarda de su amiga Sara—, incluso hay quien le dice explícitamente que “Júlia es como es”. Lo dicho: mi deseo salvador era ingenuo.

Lope de Vega entiende lo que sucede
¿Y cómo es esta Júlia que le hizo perder la cabeza a Alex? Antes de entrar en detalles, cabe decir que, mientras leía la novela en aquella primera lectura del 2020 —sí, la leí mientras estuvimos encerrados con el covid—, pensaba: “bueno, muy mal esta Júlia, pero cuidado, que la vemos a través de los ojos de Alexandra, y se podría escribir otra novela desde el punto de vista de Júlia, que sea ella también la narradora de esta historia para saber bien qué pasa por su cabeza y cuáles son sus sensaciones”. Pero en la reciente relectura ya no tuve esta idea en mente, ya no me era urgente saber qué pensaba Júlia. Y, aunque no sabría dar un por qué cien por cien exacto, sospecho que en la primera lectura me pasó exactamente lo mismo que a Alexandra, y es el querer encontrar una explicación lógica y justificadora de la actitud de Júlia:

El tiempo pasó y yo me monté mi peli; Júlia era una buena niña atrapada por la tradición, por unos padres controladores y por la presión social, y por eso había fracasado lo nuestro. En la primera versión de la novela así era Júlia, la buena, la víctima del mundo y de sus circunstancias. La que no me quería hacer daño, simplemente era inestable emocionalmente y jodida por la situación, pero que en el fondo me amaba locamente, no sabía qué hacer y por eso la había cagado. Su novio era un tío que no le daba lo que necesitaba y por eso lo buscaba en los demás, condenándose a una vida de amantes de mierda.

Cuatro años más tarde siento que ya no necesito esos porqués. Por lo tanto la novela está bien así, no todo se tiene que explicar. ¿Acaso las actitudes de la gente en la vida real tienen siempre una explicación convincente y lógica para cada uno de nosotros? Pues eso. Mejor así, tan sólo con la voz de Alex y a través de sus ojos.

Además Júlia es un personaje bien construido, no echo en falta más sobre ella. Y está bien construido porque a Júlia la conocemos por sus muchos actos. Y digo muchos porque, pese a que Alex no es un personaje pasivo, de los dos personajes femeninos principales es Júlia la que genera más dinamismo. Es Júlia la que en cierto modo echa a andar la historia. Porque Júlia es escurridiza, es movimiento constante. Júlia fluye. Júlia busca a Alex, y Alex se enamora. Luego Júlia sigue fluyendo… y claro, al fluir, lo que hace Júlia es confundir a Alex —y al resto de gente en general—. Júlia es, en definitiva, una chica líquida para estos tiempos líquidos de los que habla el filósofo Zygmunt Bauman. “Vampiro posmoderno” creo recordar que la llama Alex en un momento de la novela. Porque hay un contraste claro entre Alex y Júlia. Alex quiere algo mínimamente claro, sólido y honesto. Júlia sólo quiere fluir… en el mal sentido. Alexandra se cuestiona a sí misma y piensa en sus contradicciones, Júlia se limita a vivir siguiendo impulsos —a veces contradictorios y no siempre bien medidos, pero siempre egoístas—, que provocan el caos en los demás. No es casualidad que la palabra favorita de Júlia sea gestionar. Como si fuéramos microempresas andantes. “Gestionar” como comodín mágico para salir del paso. Cuando Júlia no sabe qué decir o hacer sobre la relación entonces “hay que gestionar”, una gestión que en realidad consiste en que los demás se apañen. Incluso si se trata de la muerte de la abuela de Álex también le dirá Júlia que hay que gestionar la pérdida. Júlia gestiona pero no se cuestiona. Alex en cambio puede ser muy incisiva con el mundo y las personas que la envuelven pero también es dura y autocrítica con ella misma. “Soy una gilipollas y en realidad me merezco todo esto”, dirá Alexandra en el capítulo segundo. Todos tenemos contradicciones, y no pasa nada. Y creo que hasta cierto punto es sano tenerlas, es síntoma de que pensamos, nos cuestionamos y estamos vivos. Pero las contradicciones de Júlia tienen que ver más con la falta de honestidad —para con ella y para con los demás— y con la falta de inconsistencia. Por poner sólo un ejemplo que me hizo gracia: Júlia es muy seguidora de Judith Butler y le reprocha a Alex en un momento de la novela que diga algo negativo de ella, pero luego resulta que Júlia no lee a Butler porque “se me hace bola”. No sé a los demás, pero a mí me chirría y me río por no llorar. Alexandra, en cambio, nombra muchos los libros que ella posee, y sin duda los lee. Y tiene problemas de espacio, cosa que a ningún lector voraz puede sorprender En el capítulo octavo nos encontramos este fragmento digno de ser reproducido para un letraherido como yo:

Lo dejé jugando y me fui a la habitación donde había tenido que llevar mis libros porque en mi casa ya no cabían. Una de mis aficiones —además de enamorarme de gilipollas— era leer, pero las casas del extrarradio barcelonés no estaban hechas para lectores voraces y, menos aún, para coleccionistas de libros. Esos libros eran lo más cerca que habíamos estado de compartir algo los dos, una versión posmoderna de padres divorciados con un crío a medias. Puede, incluso, que aquellos trozos de papel recibieran más amor de mi parte que muchos niños de sus padres.

Llegados a este punto, y habiendo hablado de los dos personajes femeninos principales, menudo cuadro es esta Júlia, ¿verdad? Parece que es un ser absoluto de maldad, y más si la leemos a través de los arranques de rabia y reproches de Alex. Y eso, se quiera o no, nos condiciona. Pero no todo puede ser tan maniqueísta. Y es justo eso lo que me produjo desazón al cerrar la novela: pensar que se puede hacer daño sin ser ningún monstruo de maldad. Porque vale, podemos convenir que Júlia es la mala y ahí están sus acciones, pero como Júlia hay muchas. Y muchos. Y en principio no los calificaríamos de mala gente. Porque no es tanto que esa gente busque y quiera hacer daño, sino más bien hacen daño mientras viven, mientras fluyen y gestionan egoístamente. Como Júlia. Y yo como lector —y me atrevería decir que la mayoría de lectores de esta novela— me identifico más con Alex. ¿Pero y si fuera Júlia sin querer? Quiero pensar que no.

Así me imagino yo a Júlia, muy guapa y dulce para atontarte

Y por preguntas así que me hice me gustó leer Sueño contigo, una pala y cloroformo. Porque como les decía al principio de esta entrada: es una novela de (des)amor. Pero no sólo. También son muchas cosas más. Y no la hubiera disfrutado igual si la novela fuera un simple “dramabollo”. No es casual que haya tenido que citar anteriormente a Zygmunt Bauman y Judith Butler, dos filósofos de la posmodernidad y que aparecen citados en la obra. Porque estamos ante una novela muy anclada a nuestro presente, a nuestra época. Y de hecho creo que el personaje de Júlia funciona como ejemplo paradigmático de amor líquido. O sea: de superficialidad y de postureo. Y me remito al “soy-muy-defensora-de-Butler-y-me-enfado-si-la-criticas-pero-resulta-que-luego-no-la-leo-porque-se-me-hace-bola”. Quizás por eso tampoco desentona que Júlia sea independentista cuando la acción de la novela coincide cronológicamente con el momento más intenso del procés. ¿Casualidad? No lo creo. Si Júlia es líquida se amoldará al recipiente de estos tiempos. Porque estos tiempos se reflejan en la novela. Sueño contigo, una pala y cloroformo es una radiografía filosófica, cultural y social de esta época.

Y en esta radiografía la mirada incisiva y la palabrería sarcástica de Alex son cruciales. Mención especial merece el segundo capítulo, en el cual Alex sale de fiesta “reivindicativa” porque una amiga la invita a una charla feminista. Y aquí hago un inciso: podemos decir que, además de novela de extrarradio, Sueño contigo, una pala y cloroformo es una novela feminista y LGTB. Pero eso no significa que sea complaciente y se mire al ombligo en estos temas, y para mí eso es un punto muy a favor de esta novela. Hace muchos años —antes de leer la novela por primera vez— ya me estaba alejando un poco de estos movimientos en los que tanto creí por justicia social. Y no es que me haya vuelto reaccionario —aunque algunos pensarán que sí, y yo de ellos pensaré que no atienden a razones y matices—, ni sea anti feminista ni anti LGTB. Simplemente digo lo que digo, que vi mucha ida de olla y lo que es peor: a mucho narcisista y ególatra en los movimientos sociales —valga la paradoja que movimientos que se suponen colectivos tengan tantos ególatras individualistas—. Pero no es el lugar de hablar de mi vida ni de mis ideas ni de entrar a teorizar sobre temas polémicos —cosa que no interesaría a nadie—. Volvamos a la novela que nos ocupa, en la que Alexandra, feminista y bisexual, nos describe desde dentro y de manera crítica una corriente en la que tampoco termina de encajar. “En fin, que el feminismo está de moda o, peor, la gente se lo toma como una moda”, nos dirá. Porque Alexandra dispara contra el patriarcado. Sabe lo que conlleva ser mujer y nos habla de ello. Es feminista. Pero también arremete contra ciertas propuestas para enmendar ese patriarcado. Y en cuanto a lo LGTB tampoco hay idealizaciones. Un ejemplo:

Me levanté y, antes de que pudiera escapar de allí, la novia de uno de sus amigos me agarró del brazo.

—M’han dit que estàs sortint amb una noia…

Joder, ¿quién iba contando mi vida por ahí?

-Mmm… Sí, ¿por?

—Que valenta.

(…) Se avecinaba el discursito moralizante de lo guay que era ir en contra del heteropatriarcado y lo de hacernos todas bolleras y tal. En 1970 supongo que aquello era rebeldía, hoy era el mismo aburrimiento de siempre.

Otro elemento muy en boga de nuestra época, y por lo tanto central en la novela, es el poliamor. Elemento muy reivindicado, celebrado y aplaudido en estos tiempos líquidos en ciertos sectores progresistas —o sea, por Júlia, obviamente—. Y elemento altamente cuestionado en la novela. Cuestionamiento que comparto por pura materialidad. Quiero decir, y no voy a entrar a fondo en ello —podría escribir una entrada entera explicándome mejor pero nunca la haré—, que yo no cuestiono el poliamor por razones morales. Respeto la libertad de cada uno, así que ningún poliamoroso que me lea se me ofenda, por favor. Mi escepticismo con el poliamor se debe al tiempo. Y nada me parece más material que el tiempo. O en palabras de Alexandra —¿He dicho ya anteriormente que la quiero como a Ana Ozores, por cierto?—: <<¡pero si no me daba tiempo a estudiar, trabajar, tener amigos, una sola pareja y hobbies! Sigo sin saber cómo narices se lo montaba Júlia para estar siempre en todo; bueno, en realidad sí lo sé, a base de explotarnos emocionalmente a los demás>>. Porque desde luego la práctica poliamorosa de Júlia ni es ética ni es decente. Y no voy a spoilear, tendréis que leer la novela para saber más.

Y cuando sepáis más quizás os riáis del punto paródico que tiene todo. O tal vez lloréis si os dais cuenta de que la parodia en realidad, estrictamente en realidad, no es tal. Vuelvo a remitirme al segundo capítulo. Mientras lo leía casi que me imaginaba unos humoristas haciendo un sketch. Hasta que de golpe pensaba: “¿Pero qué dices, Letraherido, de un sketch? Nada de sketch. Es que es literalmente así…”.  Todas estas cosas, sumadas a una historia de desamor, me resultan trágicas. Me resultan cómicas. Me resultan tragicómicas. Y tengo que volver a traer a colación a Lope de Vega, porque me acuerdo de lo que proponía en su tratado en verso Arte nuevo de hacer comedias:

Lo trágico y lo cómico mezclado,

y Terencio y Séneca, aunque sea

como otro Minotauro de Pasife,

harán grave una parte, otra ridícula,

que aquesta variedad deleita mucho;

buen ejemplo nos da naturaleza,

que por tal variedad tiene belleza

(Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, vv. 174-180)

Ya ven la combinación que proponía Lope para sus comedias. Porque “deleita mucho”, como dice. Pero también porque nuestro insigne dramaturgo sabía que la vida tenía risas y lágrimas. Así, en la novela de Patricia Castro encontramos momentos de risa, de dolor, de tristeza, de ternura, de confesiones amorosas y de rabia resentida. Y esta mezcla fluye natural. La vida es absurda, tanto que nunca sabes dónde empieza la risa y dónde acaba el llanto. Y el desamor nunca se ve tan grave ni a toro pasado—lo recordamos en todo caso, pero ya no lo sentimos— ni cuando lo sufren los demás. Desde la distancia personal y temporal lo vemos incluso como algo absurdo. Pero esto tan absurdo resulta devastador cuando lo estás sufriendo en tiempo presente.

Aquí nos explica Lope muchas cosas, como que hay que combinar sonrisas y lágrimas

Y así, después de lo expuesto en todo lo que llevo escrito, con estos mimbres, va tejiendo la autora su novela. Con un estilo ágil, con mucho diálogo. Y aquí es obligatorio citar un claro referente: Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, tanto por el lenguaje crudo de los personajes como por esos diálogos en los que no hay acotaciones de ningún tipo. Algo que da frescura y ritmo a la novela, aunque a veces te exija atención para saber quién dice qué. También creo recordar haberle leído a Patricia Castro influencia de El túnel de Ernesto Sábato, pero no he leído (aún) esa obra. Además de que se citan otros libros y autores en la novela constantemente. También películas y, por supuesto, la música. En ocasiones Alexandra cita explícitamente canciones que le recuerdan al momento que está viviendo. Podemos decir que Sueño contigo, una pala y cloroformo es una novela con banda sonora, y es muy buen detalle que te venga la novela con un código QR que te remite a una lista en Spotify —o era, porque lástima que esté fuera de uso mientras tecleo estas líneas—. En definitiva, todo el caudal cultural de la novela es muy amplio. Puedes leerla anotando en una libreta una buena cantidad de obras artísticas referenciadas. Y como lector lo agradecí. No me saturaron porque no sentí en ningún momento que tantas referencias estuvieran incluidas por pedantería, sino que todas y cada una estaban muy bien traídas. Y siempre me gustó que una obra me llevase a otras.

Sí, el estilo es ágil por sus diálogos como les decía. De hecho todo el capítulo nueve es una conversación de whatsapp, todo un acierto. E incluso en alguna ocasión, la autora crea un diálogo donde tan sólo lees a un personaje,  y a través de éste intuyes lo que dice el otro. Todo esto, como digo, le da agilidad a la novela y esa agilidad favorece la lectura. Así como también la favorece su dinamismo. Dinamismo porque la voz de Alexandra cambiará de registro emocional según la situación, y a veces se dirigirá al lector —en ocasiones lo llega a interpelar— y en otras a Júlia. Y dinamismo también debido a los frecuentes saltos de espacio y de acción. Y es curioso, porque no es una novela donde pasen grandes y muchas cosas, pero aun así es dinámica. Incluso sorprende  el buen uso del cliffhanger, algo que se asocia más a la novela de aventuras y/o misterio, pero que Patricia Castro sabe meter aquí muy bien en determinados momentos. Cliffhangers producidos mayormente por las acciones fluidas y líquidas de Júlia. Y hasta algún plot twist nos encontramos, pese a que la novela no es un thriller. Así que la novela se lee rápido y con ganas. Son 288 páginas, distribuidas en catorce capítulos sin título más un epílogo titulado “Invierno”. Y podemos decir que la novela está separada en dos partes. Del primer capítulo al séptimo sería la primera parte, y del octavo hasta el final de la novela una segunda. Y esa línea divisoria la marca la autora con unos ocho “capítulos” en blanco que llevan como título los meses del año que han pasado desde el final de la primera parte hasta el inicio de la segunda. O sea: desde noviembre hasta junio. La novela empieza en algún momento del 2017 y termina en julio del 2018, y como además está localizada en Barcelona —y periferia— le ha resultado también más cercana a este vuestro amigo barcelonés Letraherido, por ser coetáneo de tiempo y lugar. Y mientras iba leyendo se me ocurrió que, igual que hay una BSO, también se podría hacer una ruta de todos los lugares que aparecen en la novela. Como también me ha gustado que, siendo una novela de realidad barcelonesa, el catalán se cuele en los diálogos, especialmente en las partes en las que habla Júlia —que por cierto, se pronuncia “Yulia”, con “J” catalana—, en un bilingüismo muy natural de mi tierra.

Patricia Castro conoce bien el suelo barcelonés que pisa.

Hasta aquí, ya ven que mi experiencia con la novela fue muy positiva. Pero, por aquello de una de cal y otra de arena, hablaré de dos aspectos que creo que se pudieron mejorar. Aunque bueno, uno de esos aspectos lo entendí mejor en una segunda lectura. Así que no lo consideraré propiamente un error, sino más bien cosa de mi subjetividad. Empecemos con el aspecto negativo: creo que la novela todavía pudo ser mejor, pudo estar más asentada, ser más compacta. Creo que podría haber tenido un punto más de cocción. Un ejemplo de esto es que hay alguna errata, algún acento que baila. Tampoco es nada preocupante, pero en una segunda edición se debería corregir. Y otro caso donde se ve esto es que tuve una sensación de deja vu cuando se habla de los estragos de los recortes en la sanidad catalana cuando ingresan a la abuela de Alexandra. Y vaya por delante que me encantó que hablase de la precariedad —en todas sus líneas generales—en la novela, de hecho es uno de sus puntos fuertes porque la hacen más realista, más de extrarradio a la hora de reflejar ese ambiente en el que vivimos —al menos yo personalmente vivo en él—. Así que no es un problema de que no se pueda hablar más de una vez de los recortes, sino la manera, como algo repetitivo que ya se ha dicho antes, sin aportar información nueva en un mismo lugar: el hospital. Por eso tuve la sensación de que le faltó un poco más de empaque.

El otro aspecto que no me convenció al principio es esta llamada de atención humorística al lector masculino sobre la escena sexual lésbica que tarde o temprano tenía que venir:

A los señores mayores que estéis leyendo este tostón insufrible sobre el que Freud tendría mucho que decir —sí, otro puto hombre más dando opiniones ¿quién lo habría imaginado?— que sepáis que aun os queda un buen trecho hasta llegar a donde podéis pajearos a gusto. Os aplico mi lema: si la vida te jode, jódela de vuelta. Pues eso, cabronazos, aguantad.

Estas apelaciones no me decían gran cosa, porque a mí era la parte que menos me interesaba. Pero entendí que era algo personal mío y que eran parte del humor y del desparpajado de la obra. Y en la segunda lectura sí conecté más con este humor. Y fue por… haber visto la película Barbarella de Roger Vadim y protagonizada por la sensual Jane Fonda. ¿Y qué tendrá esto que ver? Pues verán, por esta película tan exageradamente dirigida a la mirada masculina —y no, no es sólo por Fonda, es también el guion rebuscado—, volví a acordarme del concepto de male gaze, concepto del que habló la feminista inglesa Laura Mulvey. Y justo vi la película a la vez que andaba con la relectura de la novela, y me dije “anda, claro, ahí está el juego en la novela, la mirada masculina está ahí y la mayoría de productos culturales están destinados a esa mirada”. En realidad era algo que ya supe con la primera lectura, pero con esto lo vi más claro y, sobre todo, pertinente.

La male gaze es evidente ya en la portada. En el guion aún más acusada si cabe.

Y creo que ya he contado todo lo que debía contar. Sueño contigo, una pala y cloroformo de Patricia Castro es una novela curiosa, distinta, personal y genuina. Me dejó un sabor de fondo un poco triste y delicioso —es esa tristeza agradable que nos deja el arte—, como un vacío que me hacía pensar en la vida —y en mi vida—. Y eso es muy bueno. Y además tampoco era un vacío desolador. Porque creo que siempre queda algo mínimamente sólido en estos tiempos líquidos. Y prueba de ello es esta novela.

Valoración: Notable.

Te gustará si te gustan las historias de amor-desamor; las historias de amor-desamor lésbicas; las historias tristes; las historias de humor; los retratos sociales; Barcelona y su periferia; el cine, la literatura y la música bien referenciadas.