lunes, 5 de agosto de 2024

Sueño contigo, una pala y cloroformo, de Patricia Castro. O la novela de (des)amor LGTB, millennial y de extrarradio barcelonés que necesitábamos.

 

Ficha:

Título: Sueño contigo, una pala y cloroformo.

Autor: Patricia Castro.

Editorial: Apostroph

Nº de páginas: 292.

Lengua: castellana.   

Sinopsis (copiada de la contraportada):

Alexandra es una mujer de 25 años, millennial, obrera y en pleno descubrimiento de su bisexualidad; vive con sus padres y su hermano en la periférica de Barcelona. Su novio la trata como un mueble bonito, tiene un trabajo aburrido pero precario y su vida ha quedado destrozada por Júlia, la mujer por la que está dispuesta a darlo todo, a dejarlo todo, a serlo todo. A renunciar a todo. Su Helena de Troya, su Daenerys Targaryen.

Opinión personal:

Hay novelas que las lees y te gustan. Y casi cuatro años más tardes las vuelves a releer y aún te gustan más. Es lo que me pasó con Sueño contigo, una pala y cloroformo, de Patricia Castro. Quizás porque, obviando que las relecturas siempre te ofrecen detalles que se pasaron por alto, cuatro años más tarde puedes tener otras claves y otra mirada más aguda. Pero vamos a levantar ya está persiana oxidada—cuatro años sin levantarla— para hablar de la novela, que es de lo que se trata.

En esta novela sabremos de una historia de amor entre dos chicas, Alexandra y Júlia, siendo la primera la voz protagonista que nos narrará la historia. Que la novela se titule Sueño contigo, una pala y cloroformo ya nos puede dar una pista de cómo puede ser esa voz: ácida, directa y deslenguada. Y por cierto, si tuviéramos que hacer un concurso de buenos títulos de novelas yo lo tengo claro: estamos ante un título muy top. Me encanta. Llamativo y con gancho. No me digáis que Sueño contigo, una pala y cloroformo no suena genial. Pero estaba en los personajes, en la voz protagonista. Decía que Alexandra es ácida, directa y deslenguada. Y también un trozo de pan. Una chica buena —que no perfecta, afortunadamente para la verosimilitud— y con principios. Empieza la obra vomitando su dolor, su rabia, y contándotelo todo con sarcasmo. Y en estas primeras páginas, por su forma de expresarse, y de llamar gilipollas y pringados a todo el mundo y cosas así te dices “vale, te han roto el corazón, ¿pero no estás siendo injusta con el mundo y probablemente hasta con esa chica?”. Pero poco a poco empiezas a conocerla en su totalidad, y a saber de su historia y sus circunstancias. Yo empecé a simpatizar mucho con ella en el tercer capítulo. Y de ahí hasta el final la simpatía y la empatía fue en aumento.

Escribió nuestro gran poeta y dramaturgo Lope de Vega que “esto es amor, quién lo probó lo sabe”. Y Alexandra lo supo. Porque Sueño contigo, una pala y cloroformo no es sólo una novela de amor. Son muchas cosas más. Pero es, en efecto y básicamente, una novela de amor. Y por eso se abre con un poema de Pedro Salinas como prefacio. Alex es inteligente y culta, una chica de Badalona —localidad que colinda con Barcelona, o sea: extrarradio de la capital catalana— que estudia y trabaja a la vez y aún vive bajo el techo de sus padres —y a partir de cierta edad no es fácil la convivencia, algunos lo sabemos—. Y aun saca tiempo para sus amistades, su pareja y tener vida social/cultural. Alexandra se trata a sí misma como una pringada en la novela —sí, no sólo lo opina de los demás: sobre todo lo opina de ella misma—, porque es muy autocrítica pese a que dé el 100% de sí misma. Y si no triunfa por todo lo grande es porque, como ella bien sabe, el mito del garaje de Steve Jobs es eso: un puto mito. Pero, pese a toda su valía, al enamorarse cae en un pozo. Visto desde fuera, como lector, te das cuenta de que la relación con Júlia obviamente le va a provocar inestabilidad y dolor. ¿Cómo pudo caer en eso Alex? Y dos veces con la misma piedra, además. Vuelvo a remitirme al endecasílabo de Lope de Vega: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Y el amor, cuando caes en él, te nubla la lógica y la razón, por inteligente que seas. Y quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Porque desde fuera se puede ver todo muy fácil, claro. Y en mi caso hasta creí que si entraba en la novela podría aconsejar a Alex y evitarle el desaguisado. Porque sí, me pasó igual que cuando leía La Regenta y sentía que quería salvar a Ana Ozores. Aquí también quise entrar en la novela y ayudar a Alex, darle un abrazo, invitarle a merendar, y decirle “olvídate de Júlia, hay más chicas en el mundo”. Pero a poco que lo pensé yo mismo fui consciente de mi ingenuidad. Alex está rodeada de buenas amistades —aunque hay alguna excepción, como la petarda de su amiga Sara—, incluso hay quien le dice explícitamente que “Júlia es como es”. Lo dicho: mi deseo salvador era ingenuo.

Lope de Vega entiende lo que sucede
¿Y cómo es esta Júlia que le hizo perder la cabeza a Alex? Antes de entrar en detalles, cabe decir que, mientras leía la novela en aquella primera lectura del 2020 —sí, la leí mientras estuvimos encerrados con el covid—, pensaba: “bueno, muy mal esta Júlia, pero cuidado, que la vemos a través de los ojos de Alexandra, y se podría escribir otra novela desde el punto de vista de Júlia, que sea ella también la narradora de esta historia para saber bien qué pasa por su cabeza y cuáles son sus sensaciones”. Pero en la reciente relectura ya no tuve esta idea en mente, ya no me era urgente saber qué pensaba Júlia. Y, aunque no sabría dar un por qué cien por cien exacto, sospecho que en la primera lectura me pasó exactamente lo mismo que a Alexandra, y es el querer encontrar una explicación lógica y justificadora de la actitud de Júlia:

El tiempo pasó y yo me monté mi peli; Júlia era una buena niña atrapada por la tradición, por unos padres controladores y por la presión social, y por eso había fracasado lo nuestro. En la primera versión de la novela así era Júlia, la buena, la víctima del mundo y de sus circunstancias. La que no me quería hacer daño, simplemente era inestable emocionalmente y jodida por la situación, pero que en el fondo me amaba locamente, no sabía qué hacer y por eso la había cagado. Su novio era un tío que no le daba lo que necesitaba y por eso lo buscaba en los demás, condenándose a una vida de amantes de mierda.

Cuatro años más tarde siento que ya no necesito esos porqués. Por lo tanto la novela está bien así, no todo se tiene que explicar. ¿Acaso las actitudes de la gente en la vida real tienen siempre una explicación convincente y lógica para cada uno de nosotros? Pues eso. Mejor así, tan sólo con la voz de Alex y a través de sus ojos.

Además Júlia es un personaje bien construido, no echo en falta más sobre ella. Y está bien construido porque a Júlia la conocemos por sus muchos actos. Y digo muchos porque, pese a que Alex no es un personaje pasivo, de los dos personajes femeninos principales es Júlia la que genera más dinamismo. Es Júlia la que en cierto modo echa a andar la historia. Porque Júlia es escurridiza, es movimiento constante. Júlia fluye. Júlia busca a Alex, y Alex se enamora. Luego Júlia sigue fluyendo… y claro, al fluir, lo que hace Júlia es confundir a Alex —y al resto de gente en general—. Júlia es, en definitiva, una chica líquida para estos tiempos líquidos de los que habla el filósofo Zygmunt Bauman. “Vampiro posmoderno” creo recordar que la llama Alex en un momento de la novela. Porque hay un contraste claro entre Alex y Júlia. Alex quiere algo mínimamente claro, sólido y honesto. Júlia sólo quiere fluir… en el mal sentido. Alexandra se cuestiona a sí misma y piensa en sus contradicciones, Júlia se limita a vivir siguiendo impulsos —a veces contradictorios y no siempre bien medidos, pero siempre egoístas—, que provocan el caos en los demás. No es casualidad que la palabra favorita de Júlia sea gestionar. Como si fuéramos microempresas andantes. “Gestionar” como comodín mágico para salir del paso. Cuando Júlia no sabe qué decir o hacer sobre la relación entonces “hay que gestionar”, una gestión que en realidad consiste en que los demás se apañen. Incluso si se trata de la muerte de la abuela de Álex también le dirá Júlia que hay que gestionar la pérdida. Júlia gestiona pero no se cuestiona. Alex en cambio puede ser muy incisiva con el mundo y las personas que la envuelven pero también es dura y autocrítica con ella misma. “Soy una gilipollas y en realidad me merezco todo esto”, dirá Alexandra en el capítulo segundo. Todos tenemos contradicciones, y no pasa nada. Y creo que hasta cierto punto es sano tenerlas, es síntoma de que pensamos, nos cuestionamos y estamos vivos. Pero las contradicciones de Júlia tienen que ver más con la falta de honestidad —para con ella y para con los demás— y con la falta de inconsistencia. Por poner sólo un ejemplo que me hizo gracia: Júlia es muy seguidora de Judith Butler y le reprocha a Alex en un momento de la novela que diga algo negativo de ella, pero luego resulta que Júlia no lee a Butler porque “se me hace bola”. No sé a los demás, pero a mí me chirría y me río por no llorar. Alexandra, en cambio, nombra muchos los libros que ella posee, y sin duda los lee. Y tiene problemas de espacio, cosa que a ningún lector voraz puede sorprender En el capítulo octavo nos encontramos este fragmento digno de ser reproducido para un letraherido como yo:

Lo dejé jugando y me fui a la habitación donde había tenido que llevar mis libros porque en mi casa ya no cabían. Una de mis aficiones —además de enamorarme de gilipollas— era leer, pero las casas del extrarradio barcelonés no estaban hechas para lectores voraces y, menos aún, para coleccionistas de libros. Esos libros eran lo más cerca que habíamos estado de compartir algo los dos, una versión posmoderna de padres divorciados con un crío a medias. Puede, incluso, que aquellos trozos de papel recibieran más amor de mi parte que muchos niños de sus padres.

Llegados a este punto, y habiendo hablado de los dos personajes femeninos principales, menudo cuadro es esta Júlia, ¿verdad? Parece que es un ser absoluto de maldad, y más si la leemos a través de los arranques de rabia y reproches de Alex. Y eso, se quiera o no, nos condiciona. Pero no todo puede ser tan maniqueísta. Y es justo eso lo que me produjo desazón al cerrar la novela: pensar que se puede hacer daño sin ser ningún monstruo de maldad. Porque vale, podemos convenir que Júlia es la mala y ahí están sus acciones, pero como Júlia hay muchas. Y muchos. Y en principio no los calificaríamos de mala gente. Porque no es tanto que esa gente busque y quiera hacer daño, sino más bien hacen daño mientras viven, mientras fluyen y gestionan egoístamente. Como Júlia. Y yo como lector —y me atrevería decir que la mayoría de lectores de esta novela— me identifico más con Alex. ¿Pero y si fuera Júlia sin querer? Quiero pensar que no.

Así me imagino yo a Júlia, muy guapa y dulce para atontarte

Y por preguntas así que me hice me gustó leer Sueño contigo, una pala y cloroformo. Porque como les decía al principio de esta entrada: es una novela de (des)amor. Pero no sólo. También son muchas cosas más. Y no la hubiera disfrutado igual si la novela fuera un simple “dramabollo”. No es casual que haya tenido que citar anteriormente a Zygmunt Bauman y Judith Butler, dos filósofos de la posmodernidad y que aparecen citados en la obra. Porque estamos ante una novela muy anclada a nuestro presente, a nuestra época. Y de hecho creo que el personaje de Júlia funciona como ejemplo paradigmático de amor líquido. O sea: de superficialidad y de postureo. Y me remito al “soy-muy-defensora-de-Butler-y-me-enfado-si-la-criticas-pero-resulta-que-luego-no-la-leo-porque-se-me-hace-bola”. Quizás por eso tampoco desentona que Júlia sea independentista cuando la acción de la novela coincide cronológicamente con el momento más intenso del procés. ¿Casualidad? No lo creo. Si Júlia es líquida se amoldará al recipiente de estos tiempos. Porque estos tiempos se reflejan en la novela. Sueño contigo, una pala y cloroformo es una radiografía filosófica, cultural y social de esta época.

Y en esta radiografía la mirada incisiva y la palabrería sarcástica de Alex son cruciales. Mención especial merece el segundo capítulo, en el cual Alex sale de fiesta “reivindicativa” porque una amiga la invita a una charla feminista. Y aquí hago un inciso: podemos decir que, además de novela de extrarradio, Sueño contigo, una pala y cloroformo es una novela feminista y LGTB. Pero eso no significa que sea complaciente y se mire al ombligo en estos temas, y para mí eso es un punto muy a favor de esta novela. Hace muchos años —antes de leer la novela por primera vez— ya me estaba alejando un poco de estos movimientos en los que tanto creí por justicia social. Y no es que me haya vuelto reaccionario —aunque algunos pensarán que sí, y yo de ellos pensaré que no atienden a razones y matices—, ni sea anti feminista ni anti LGTB. Simplemente digo lo que digo, que vi mucha ida de olla y lo que es peor: a mucho narcisista y ególatra en los movimientos sociales —valga la paradoja que movimientos que se suponen colectivos tengan tantos ególatras individualistas—. Pero no es el lugar de hablar de mi vida ni de mis ideas ni de entrar a teorizar sobre temas polémicos —cosa que no interesaría a nadie—. Volvamos a la novela que nos ocupa, en la que Alexandra, feminista y bisexual, nos describe desde dentro y de manera crítica una corriente en la que tampoco termina de encajar. “En fin, que el feminismo está de moda o, peor, la gente se lo toma como una moda”, nos dirá. Porque Alexandra dispara contra el patriarcado. Sabe lo que conlleva ser mujer y nos habla de ello. Es feminista. Pero también arremete contra ciertas propuestas para enmendar ese patriarcado. Y en cuanto a lo LGTB tampoco hay idealizaciones. Un ejemplo:

Me levanté y, antes de que pudiera escapar de allí, la novia de uno de sus amigos me agarró del brazo.

—M’han dit que estàs sortint amb una noia…

Joder, ¿quién iba contando mi vida por ahí?

-Mmm… Sí, ¿por?

—Que valenta.

(…) Se avecinaba el discursito moralizante de lo guay que era ir en contra del heteropatriarcado y lo de hacernos todas bolleras y tal. En 1970 supongo que aquello era rebeldía, hoy era el mismo aburrimiento de siempre.

Otro elemento muy en boga de nuestra época, y por lo tanto central en la novela, es el poliamor. Elemento muy reivindicado, celebrado y aplaudido en estos tiempos líquidos en ciertos sectores progresistas —o sea, por Júlia, obviamente—. Y elemento altamente cuestionado en la novela. Cuestionamiento que comparto por pura materialidad. Quiero decir, y no voy a entrar a fondo en ello —podría escribir una entrada entera explicándome mejor pero nunca la haré—, que yo no cuestiono el poliamor por razones morales. Respeto la libertad de cada uno, así que ningún poliamoroso que me lea se me ofenda, por favor. Mi escepticismo con el poliamor se debe al tiempo. Y nada me parece más material que el tiempo. O en palabras de Alexandra —¿He dicho ya anteriormente que la quiero como a Ana Ozores, por cierto?—: <<¡pero si no me daba tiempo a estudiar, trabajar, tener amigos, una sola pareja y hobbies! Sigo sin saber cómo narices se lo montaba Júlia para estar siempre en todo; bueno, en realidad sí lo sé, a base de explotarnos emocionalmente a los demás>>. Porque desde luego la práctica poliamorosa de Júlia ni es ética ni es decente. Y no voy a spoilear, tendréis que leer la novela para saber más.

Y cuando sepáis más quizás os riáis del punto paródico que tiene todo. O tal vez lloréis si os dais cuenta de que la parodia en realidad, estrictamente en realidad, no es tal. Vuelvo a remitirme al segundo capítulo. Mientras lo leía casi que me imaginaba unos humoristas haciendo un sketch. Hasta que de golpe pensaba: “¿Pero qué dices, Letraherido, de un sketch? Nada de sketch. Es que es literalmente así…”.  Todas estas cosas, sumadas a una historia de desamor, me resultan trágicas. Me resultan cómicas. Me resultan tragicómicas. Y tengo que volver a traer a colación a Lope de Vega, porque me acuerdo de lo que proponía en su tratado en verso Arte nuevo de hacer comedias:

Lo trágico y lo cómico mezclado,

y Terencio y Séneca, aunque sea

como otro Minotauro de Pasife,

harán grave una parte, otra ridícula,

que aquesta variedad deleita mucho;

buen ejemplo nos da naturaleza,

que por tal variedad tiene belleza

(Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, vv. 174-180)

Ya ven la combinación que proponía Lope para sus comedias. Porque “deleita mucho”, como dice. Pero también porque nuestro insigne dramaturgo sabía que la vida tenía risas y lágrimas. Así, en la novela de Patricia Castro encontramos momentos de risa, de dolor, de tristeza, de ternura, de confesiones amorosas y de rabia resentida. Y esta mezcla fluye natural. La vida es absurda, tanto que nunca sabes dónde empieza la risa y dónde acaba el llanto. Y el desamor nunca se ve tan grave ni a toro pasado—lo recordamos en todo caso, pero ya no lo sentimos— ni cuando lo sufren los demás. Desde la distancia personal y temporal lo vemos incluso como algo absurdo. Pero esto tan absurdo resulta devastador cuando lo estás sufriendo en tiempo presente.

Aquí nos explica Lope muchas cosas, como que hay que combinar sonrisas y lágrimas

Y así, después de lo expuesto en todo lo que llevo escrito, con estos mimbres, va tejiendo la autora su novela. Con un estilo ágil, con mucho diálogo. Y aquí es obligatorio citar un claro referente: Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, tanto por el lenguaje crudo de los personajes como por esos diálogos en los que no hay acotaciones de ningún tipo. Algo que da frescura y ritmo a la novela, aunque a veces te exija atención para saber quién dice qué. También creo recordar haberle leído a Patricia Castro influencia de El túnel de Ernesto Sábato, pero no he leído (aún) esa obra. Además de que se citan otros libros y autores en la novela constantemente. También películas y, por supuesto, la música. En ocasiones Alexandra cita explícitamente canciones que le recuerdan al momento que está viviendo. Podemos decir que Sueño contigo, una pala y cloroformo es una novela con banda sonora, y es muy buen detalle que te venga la novela con un código QR que te remite a una lista en Spotify —o era, porque lástima que esté fuera de uso mientras tecleo estas líneas—. En definitiva, todo el caudal cultural de la novela es muy amplio. Puedes leerla anotando en una libreta una buena cantidad de obras artísticas referenciadas. Y como lector lo agradecí. No me saturaron porque no sentí en ningún momento que tantas referencias estuvieran incluidas por pedantería, sino que todas y cada una estaban muy bien traídas. Y siempre me gustó que una obra me llevase a otras.

Sí, el estilo es ágil por sus diálogos como les decía. De hecho todo el capítulo nueve es una conversación de whatsapp, todo un acierto. E incluso en alguna ocasión, la autora crea un diálogo donde tan sólo lees a un personaje,  y a través de éste intuyes lo que dice el otro. Todo esto, como digo, le da agilidad a la novela y esa agilidad favorece la lectura. Así como también la favorece su dinamismo. Dinamismo porque la voz de Alexandra cambiará de registro emocional según la situación, y a veces se dirigirá al lector —en ocasiones lo llega a interpelar— y en otras a Júlia. Y dinamismo también debido a los frecuentes saltos de espacio y de acción. Y es curioso, porque no es una novela donde pasen grandes y muchas cosas, pero aun así es dinámica. Incluso sorprende  el buen uso del cliffhanger, algo que se asocia más a la novela de aventuras y/o misterio, pero que Patricia Castro sabe meter aquí muy bien en determinados momentos. Cliffhangers producidos mayormente por las acciones fluidas y líquidas de Júlia. Y hasta algún plot twist nos encontramos, pese a que la novela no es un thriller. Así que la novela se lee rápido y con ganas. Son 288 páginas, distribuidas en catorce capítulos sin título más un epílogo titulado “Invierno”. Y podemos decir que la novela está separada en dos partes. Del primer capítulo al séptimo sería la primera parte, y del octavo hasta el final de la novela una segunda. Y esa línea divisoria la marca la autora con unos ocho “capítulos” en blanco que llevan como título los meses del año que han pasado desde el final de la primera parte hasta el inicio de la segunda. O sea: desde noviembre hasta junio. La novela empieza en algún momento del 2017 y termina en julio del 2018, y como además está localizada en Barcelona —y periferia— le ha resultado también más cercana a este vuestro amigo barcelonés Letraherido, por ser coetáneo de tiempo y lugar. Y mientras iba leyendo se me ocurrió que, igual que hay una BSO, también se podría hacer una ruta de todos los lugares que aparecen en la novela. Como también me ha gustado que, siendo una novela de realidad barcelonesa, el catalán se cuele en los diálogos, especialmente en las partes en las que habla Júlia —que por cierto, se pronuncia “Yulia”, con “J” catalana—, en un bilingüismo muy natural de mi tierra.

Patricia Castro conoce bien el suelo barcelonés que pisa.

Hasta aquí, ya ven que mi experiencia con la novela fue muy positiva. Pero, por aquello de una de cal y otra de arena, hablaré de dos aspectos que creo que se pudieron mejorar. Aunque bueno, uno de esos aspectos lo entendí mejor en una segunda lectura. Así que no lo consideraré propiamente un error, sino más bien cosa de mi subjetividad. Empecemos con el aspecto negativo: creo que la novela todavía pudo ser mejor, pudo estar más asentada, ser más compacta. Creo que podría haber tenido un punto más de cocción. Un ejemplo de esto es que hay alguna errata, algún acento que baila. Tampoco es nada preocupante, pero en una segunda edición se debería corregir. Y otro caso donde se ve esto es que tuve una sensación de deja vu cuando se habla de los estragos de los recortes en la sanidad catalana cuando ingresan a la abuela de Alexandra. Y vaya por delante que me encantó que hablase de la precariedad —en todas sus líneas generales—en la novela, de hecho es uno de sus puntos fuertes porque la hacen más realista, más de extrarradio a la hora de reflejar ese ambiente en el que vivimos —al menos yo personalmente vivo en él—. Así que no es un problema de que no se pueda hablar más de una vez de los recortes, sino la manera, como algo repetitivo que ya se ha dicho antes, sin aportar información nueva en un mismo lugar: el hospital. Por eso tuve la sensación de que le faltó un poco más de empaque.

El otro aspecto que no me convenció al principio es esta llamada de atención humorística al lector masculino sobre la escena sexual lésbica que tarde o temprano tenía que venir:

A los señores mayores que estéis leyendo este tostón insufrible sobre el que Freud tendría mucho que decir —sí, otro puto hombre más dando opiniones ¿quién lo habría imaginado?— que sepáis que aun os queda un buen trecho hasta llegar a donde podéis pajearos a gusto. Os aplico mi lema: si la vida te jode, jódela de vuelta. Pues eso, cabronazos, aguantad.

Estas apelaciones no me decían gran cosa, porque a mí era la parte que menos me interesaba. Pero entendí que era algo personal mío y que eran parte del humor y del desparpajado de la obra. Y en la segunda lectura sí conecté más con este humor. Y fue por… haber visto la película Barbarella de Roger Vadim y protagonizada por la sensual Jane Fonda. ¿Y qué tendrá esto que ver? Pues verán, por esta película tan exageradamente dirigida a la mirada masculina —y no, no es sólo por Fonda, es también el guion rebuscado—, volví a acordarme del concepto de male gaze, concepto del que habló la feminista inglesa Laura Mulvey. Y justo vi la película a la vez que andaba con la relectura de la novela, y me dije “anda, claro, ahí está el juego en la novela, la mirada masculina está ahí y la mayoría de productos culturales están destinados a esa mirada”. En realidad era algo que ya supe con la primera lectura, pero con esto lo vi más claro y, sobre todo, pertinente.

La male gaze es evidente ya en la portada. En el guion aún más acusada si cabe.

Y creo que ya he contado todo lo que debía contar. Sueño contigo, una pala y cloroformo de Patricia Castro es una novela curiosa, distinta, personal y genuina. Me dejó un sabor de fondo un poco triste y delicioso —es esa tristeza agradable que nos deja el arte—, como un vacío que me hacía pensar en la vida —y en mi vida—. Y eso es muy bueno. Y además tampoco era un vacío desolador. Porque creo que siempre queda algo mínimamente sólido en estos tiempos líquidos. Y prueba de ello es esta novela.

Valoración: Notable.

Te gustará si te gustan las historias de amor-desamor; las historias de amor-desamor lésbicas; las historias tristes; las historias de humor; los retratos sociales; Barcelona y su periferia; el cine, la literatura y la música bien referenciadas.

martes, 28 de julio de 2020

Melocotones helados, de Espido Freire. O un destino abúlico.


Ficha
Título: Melotocones helados
Autor/a: Espido Freire
Editorial: Planeta
Nº de páginas: 328
Lengua: castellana

Sinopsis (copiada de la contraportada)
Elsa, una joven pintora, se ha visto obligada a abandonar su casa ante unas amenazas de muerte de las que desconoce la razón, y marcha a otra ciudad a vivir con su abuelo. En esa suerte de exilio que nadie desea tomar en serio, Elsa se adentra en las intrincadas relaciones humanas, que había descuidado para dedicarse a la pintura, y se mueve entre la propia historia de su familia y, sobre todo, la de una prima con la que comparte nombre y apellidos. De ese modo se enfrenta a su fragilidad, a los errores, a la mezcla de identidades, a vivir una vida equivocada sin saberlo. ¿Es posible que incluso al morir se produzcan confusiones?

Opinión personal
Tenía desde hace años este libro por casa, y que mejor que haberlo leído durante el confinamiento, y rebajar así un poquito la lista de pendientes acumulada en el estante. Ya les hablé del debut literario de Espido Freire, con Irlanda. Fue la primera vez que leía algo de Espido Freire, y repito por segunda vez con Melocotones helados, su tercera novela y con la que ganó el Premio Planeta en 1999, siendo la autora más joven —25 años— en ganar el premio. Si creen que les puede interesar lo que les tenga que contar, pasen y tomen algo.

Melocotones helados es la historia de Elsa, una chica joven, muy centrada en sus obligaciones, con su noviazgo serio y formal de toda la vida y que intentan labrarse un camino como pintora. Parece que su vida va bien, hasta que empieza a recibir amenazas anónimas. No tiene ni idea de quién se las manda ni por qué las recibe, precisamente ella que siempre ha vivido de manera tan formal, tan correcta por el buen camino, y sin meterse en líos. Frente al temor de unas amenazas que no cesan, Elsa deja su localidad y se va a vivir a casa de su abuelo. Y así empieza una nueva vida para Elsa, sin saber hasta cuándo durará. Y así sabremos nosotros como lectores cómo le irá a partir de ahora… y de cómo le irá también —o cómo le fue— a más personajes de la novela. Porque aunque la protagonista es Elsa, habrá que llamarla Elsa grande, para diferenciarla de dos Elsas más con las que comparte protagonismo. Una es su prima Elsa, a la que se le llama Elsa pequeña —cuatro años menor—, y es la destinataria real de las amenazas, pero que por error le llegan a Elsa grande.

Además de Elsa grande y Elsa pequeña, sabremos de la niña Elsa, la tía de las primas Elsas y hermana menor de sus padres, y que desapareció misteriosamente de niña, y nunca más se supo de ella. Estas tres historias se irán contando en paralelo, junto a la historia de juventud del abuelo Esteban. Así pues, se nos narrará dos historias en presente —la de las dos Elsas— y dos en pasado —el abuelo y Elsita—. Y en un segundo plano, aún podemos encontrar alguna historia más: como la de Blanca, la mejor amiga de Elsa grande. Y también de Elsa sabremos inevitablemente de Rodrigo, por ser su novio. Y de la Tata, la sirvienta del abuelo Esteban y por qué se quedó a servir a la familia.
Y todo esto nos lo contará en diez capítulos sin título, más un epílogo. Además, cada capítulo está dividido en fragmentos, y dentro de un mismo capítulo se puede pasar del pasado al presente, y de un lugar a otro. Creando así una visión panorámica que lo abarque todo. No por ello Melocotones helados resulta una novela confusa, pese a las tres Elsas y los distintos planos temporales,  pero a la hora de presentar la información y seguir las historias he acabado sintiendo cierta descompensación: en algunas tramas los detalles no eran del todo relevantes; en otras, en cambio, creo que faltó más desarrollo. El problema de la historia —de las historias— de Melocotones helados no son las ideas de las que parte Espido Freire como motor argumental, que diría que son dos:
1- La secta que amenaza por error a Elsa grande confundiéndola con Elsa pequeña, es lo que echa a andar la novela, pues provocó que Elsa grande se tuviera que mudar. Aunque al final, parece más un pretexto para la propia autora que no para la trama en sí. Pero me ahorro los spoilers.
2- Una especie de destino mágico, más allá de lo puramente azarístico, que parece conectar todo y que se palpa de fondo, como si hubieran unos hilos invisibles en la (intra)historia de la novela. Algo de lo que no se puede escapar, da igual donde vayas. No es casual que el nombre de Elsa se repita en tres personas, y que da igual donde vayas. No puedes escapar. No es casual tampoco que la novela se abra con esta cita de Kavafis:
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre (…)
pues es siempre la misma.No busques otra,
no la hay.

No hay caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
El problema es la ejecución. Y especialmente con la segunda idea. Parece que la novela me quiera señalar una especie de hilo invisible que une a las Elsas en una especie de tradición familiar. Por ejemplo, de Elsa Grande se dirá que “no era la primera de la familia que había tenido que huir de Desrein. Sin saberlo, repetía el mismo viaje que su abuelo había hecho al terminar la guerra”. Pero pese a ello, como lector, no la termino de ver esa gran conexión, como que aún falta más relación, y por eso no me resulta del todo creíble pese a que me lo tengo que creer.

Mientras leía Melocotones helados, me era imposible no acordarme de Irlanda, la opera prima de Espido Freire. Y siendo dos historias muy distintas, a la vez encontré varias similitudes, rasgos en común que, aún habiendo leído sólo dos novelas de Freire, veo que parecen configurar un universo literario propio. Así pues, en Irlanda había dos primas —aunque éstas llegan a interactuar y mucho, cosa que no pasa con las Elsas—. También coincide cierta rencilla latente entre familias, sin que en ninguna de las novelas llegue a explosionar el conflicto. Y en ambas obras, la autora ahonda en la introspección emotiva de los personajes, en sus sentimientos de zozobra, inquietud y soledad, y ahonda igual de bien independientemente de la voz narrativa que use —primera persona en Irlanda, tercera persona omnisciente en Melocotones helados—.


Espido Freire
Y aún podemos hablar de otros elementos reconocidos. En el caso de los personajes, Freire los contrapone mucho entre sí. En Irlanda, sucede entre las dos primas. Y en Melocotones helados también con las dos Elsas coetáneas. Elsa pequeña, alocada y de decisiones errática en la vida, y Elsa grande, más recta y ceñida a su guión y a su camino bien trazado. Hasta los padres de ambas las comparan:
Si los padres de Elsa pequeña envidiaban la sensatez y la cordura de su sobrina la mayor, los padres de la otra Elsa, en cambio, hubieran preferido que su hija viviera más, que no siguiera una pauta tan marcada. Como las orugas de las procesionarias, Elsa grande parecía seguir un sendero trillado y desbrozado por otros antes; estaban seguros de que si arriesgara un poco más, su talento conseguiría grandes logros.
—Viaja, conoce mundo… ¿Cómo pretendes saberlo ya todo a tu edad? Eres pintora, debes buscar imágenes nuevas, historias no contadas que plasmar. Hace falta una gran curiosidad, deseos de no atarse a ninguna parte para ser artista.
Pero Elsa grande quería pintar retratos, casarse joven, dedicar mucho tiempo a la familia y a la casa. Y así, tranquila, estudiar y profundizar en lo que le pareciera a a cada momento.
—Pero ya tendré tiempo para viajar, mamá. Cuando envejezca no tendré ya cerebro ni deseos de estudiar, pero siempre me quedará hueco para viajar.
Pero no sólo se queda ahí: también hay cierta oposición — y hasta rivalidad— entre Elsa Grande y su mejor amiga, Blanca. E incluso, podríamos hablar, en un plano más secundario, de la rivalidad entre el abuelo Esteban y Melchor Arana, en un asunto de amoríos. O entre los hermanos Miguel y Carlos, padres de las Elsas.
Respecto a la temática, se comparte una misma idea: las apariencias. En las dos novelas las cosas no siempre son lo que parecen. Hay cierta concepción de la vida que yo me atrevería a calificar de tenebrosa, de una maldad camuflada. Y varios personajes avanzan por la vida ocultando secretos, desde los más grandes hasta pequeñas mezquindades, e incluso actúan con astucia para conseguir un fin.
En las dos novelas también aparece la muerte, pero con diferente tratamiento. En Melotocones helados la muerte es doble: el asesinato físico, pero también mediante el olvido. La novela empieza de esta manera tan potente:
Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa: es fácil deslizar una seta venenosa entre un plato de inofensivos hongos. Con los ancianos y los niños, fingir una confusión con los medicamentos no ofrece problemas. Se puede conseguir un coche y, tras atropellar a la víctima, darse a la fuga. Si se cuenta con tiempo y crueldad, es posible seducirla con engaños, asesinarla mediante puñal o bala en un lugar tranquilo, y deshacerse luego del cadáver. Cuando no se desean manchas en las manos propias, no hay más que salir a la calle y sobornar a alguien con menos escrúpulos y menos dinero. Existen sofisticados métodos químicos, brujería, envenenamientos progresivos, palizas por sorpresa o falsos atracos que finalizan en tragedias.
Existe también una forma antigua y sencilla: la expulsión de la persona odiada de la comunidad, el olvido de su nombre. Durante algún tiempo el recuerdo aún  perdura, pero los días pasan y dejan una capa de polvo que ya no se levanta. Todo el pueblo se esfuerza en dejar atrás lo sucedido con los puños apretados y la voluntad decidida, y poco a poco, el nombre se pierde, los hechos se falsean y se alejan, hasta que, definitivamente, llega el olvido.
Llega la muerte.
Este olvido asesino está ausente en Irlanda —más bien al contrario, y no haré spoiler— Pero en ambas novelas la vida sigue para los vivos, con sus apariencias, su hipocresía y con esa  maldad que se esconde en lugares y gente insospechada. Y sé, apreciados lectores, que estoy comparando mucho Irlanda con Melocotones helados, pero la comparación es pertinente. Era normal que me acordase de la novela debut de Freire mientras leía Melocotones helados, por todo un universo simbólico compartido, pero también porque lo que en Irlanda me pareció un acierto, en la novela que nos ocupa me fallaba. Porque Irlanda era una novela breve, centrada en una sola trama, con menos personajes, y con una atmósfera y una tensión in crescendo más lograda. En Irlanda los elementos se explotan mejor, y el final me llegó a sorprender. En Melocotones helados, sin embargo, aumenta el número de páginas y se nota una ambición mayor que, por desgracia, no está a la altura del resultado final. Como dije, la veo desequilibrada en sus historias —unas se pasan, otras se quedan cortas, diluidas—. Y respecto al final de la novela, sentí que, aunque coherente, quedaba demasiado abierto, y falto de homogeneidad con tanta historia.

Como también queda demasiado difuminado el elemento fantástico, que acompaña al personaje de la niña Elsa. Tengo serias dudas de que la nota fantástica favorezca a la obra. Lo que en Irlanda se ve claro que es la fantasía del mundo propio del personaje de Natalia, en el caso de la niña Elsa queda más ambiguo, hasta el punto de que el elemento mágico coquetea innecesariamente con hacer sombra al realismo de la novela. Este realismo ya de por sí está un poco diluido, si bien en este caso no lo considero un desacierto, porque simplemente es el mundo evocativo que Espido Freire crea para su novela. Y a este realismo un tanto nebuloso contribuye la toponimia: Desrein, Virto, Desra, Lorda… nombres ficticios, evocativos. E incluso aunque la historia del abuelo Esteban se sitúa en plena guerra civil española y en la posterior posguerra, el acontecimiento bélico es un mero telón de fondo. No se menciona ningún personaje histórico, y ni siquiera sabemos en qué bando luchó. De la misma manera, aunque la novela tienes varios planos temporales tampoco se hace hincapié en el choque generacional. En Melocotones helados todo se construye a favor de ese hado misterioso, y de las emociones, pasiones —o falta de ellas— y deseos que mueven a los personajes.
Algo mágico parece haber en la niña Elsa

Y no es que la novela no presente la realidad social, sino que la muestra como decorado, sin profundizar en explicaciones sociológicas. Así pues, se ve y se cita la degradación urbana el primer capítulo, y se hace mención a la pobreza, a la falta de oportunidades, a las drogas y al racismo. Pero todo esto queda explicado brevemente, en unas pocas páginas. Y debido a esta sociedad urbana degradada, la secta de Los caballeros del Grial se asienta, aprovechándose de la desgracia. Es decir: no es que la pobreza social  la genere la Secta, sino que la Secta la aprovecha para sus intereses. Al igual que en Irlanda, existe una maldad intrínseca, independiente de condicionamientos externos. Pero lo que en Irlanda me hizo pensar sobre la condición humana, en Melocotones helados me pareció desdibujado. No se incide mucho sobre la Secta del Grial, y como resultado da un tópico manido.  Porque se ve claramente que está formada por gente poderosa económicamente, pero no se ve ningún interés social ni económico que los justifique. Y quizás me ha parecido tan pobre porque leí este libro en plena pandemia, con absurdas teorías de la conspiración que te hablan de un mal abstracto con determinada gente rica y famosa como cabecilla pensante. Pero estos teóricos de la conspiración nunca te explican por qué harían lo que harían, si no lo necesitan, y hasta les perjudicaría sin reportarles beneficios. Los teóricos de la conspiración ven muchas cosas, y las ven sin prueba alguna —no las necesitan—. Pero no ven la realidad. Ésa no. Y quizás por esto, por estar muy harto de esta gente y sus teorías, con el asunto de la secta sentí que faltaba algo en la novela, más anclaje a una la realidad. Evidentemente que sé que existen las sectas en la vida real, y que hay gente que no necesita motivos racionales para hacer lo que hace. El problema es que en Melocotones helados toda la parte de la secta no me resultó verosímil, y sí estereotipado y difuso. Y tampoco es que me ponga estupendo ante una obra de ficción. ¿Con cuántas obras de malos malosos no he disfrutado? Pero son historias que me ofrecen otras cosas por otro lado. Con el tema de las sectas y las descripciones sociales no pude evitar pensar que se notaba que la novela se escribió en los noventa. No sabría desarrollar esto mejor, pero simplemente lo percibía. Y también me pregunté cómo habrán evolucionado las novelas de Freire después de la crisis —no la actual con el coronavirus, sino la de 2008 y que tanto se prolongó, y si es que realmente llegó a acabar—. Quizás algún lector lo sepa, pero yo de Freire sólo he leído las dos novelas que les estoy nombrando.

Pero regresemos al contenido de la lectura. Así va funcionando Melocotones helados: con esa especie de destino invisible que mueve los hilos y con esa maldad humana, que habita entre nosotros bajo afables apariencias. Todo ello insertado en nuestra realidad. Una realidad que en ocasiones tiene hasta toques costumbristas, sobre todo en la parte del pueblo de Virto, cuando se cuenta por ejemplo esta escena de la criada, la Tata:
Era coqueta. Una vez cada quince días se acercaba a la peluquería del barrio y se hacía teñir el pelo de colores diferentes. Se miraba con cuidado al espejo en la puerta, al entrar, y luego al salir, porque sólo se fiaba de la luz natural, y señalaba las canas supervivientes, que tenían que cortarle de raíz con una tijerita. Las clientas y las peluqueras la creían una señora de posibles, y ella nunca las sacó de su error; había aprendido del caso del médico, y hubiera matado a quien insinuara una relación sucia entre el señor Esteban y ella. De modo que observaba a las mujeres del barrio bajo el casco plateado de la peluquería, y al verse con los pelos mojados, como una gallina triste, sonreía y dejaba a las otras cacarear.

También hay una historia propia de telenovela de sobremesa: la del abuelo Esteban y las Kodama. O el amor truncado de juventud de la Tata. Demasiadas cosas. Y podemos meter también la anorexia de Blanca, y su amorío con un profesor. También hay espacio para disertar sobre el arte, como sucede en el capítulo 7, mostrando la diferencia entre Blanca y Elsa grande. Una parte que me gustó, pero que queda un poco como un trozo sumado en la novela, un trozo más. También me resultó interesante, por lo evocativo, todo lo referente a la repostería, y los postres que se citaban me abrían el apetito, y de ahí el título de la novela: Melocotones helados, un postre al que le vi un sentido simbólico claro —me ahorro el spoiler—, pero que de nuevo me parece insuficiente. Se establecen relaciones demasiado débiles en la novela.

Mientras leía, me apetecía un postre de melocotones

Como ven son varias las cosas de la lectura que no me convence. ¿Pero es la novela un desastre? Pues pese a todo lo expuesto, también le encuentro logros. Melocotones helados, la novela mantiene el suspense. Y logra gestionar la información, deslizándola poco a poco. El estilo me ha parecido correcto, y creo que Espido Freire logra transmitir una frialdad que queda bien. Una frialdad pese a todo lo emocional y hasta escabroso en algunas escenas. El contraste es curioso y logra una buena atmósfera. Frialdad en la narración y hasta frialdad en los personajes —sobre todo cuando se desencantan—. Y ese tono frío, casi abúlico, considero que va en consonancia con la idea del olvido, que transmite la novela. En ocasiones hay también un deje poético el lenguaje, en el tono, en lo que dice. Por ejemplo, el inicio de la novela —que les he copiado antes—, y también el final, repite la misma idea, y le da cierto valor poético, de fábula incluso. Y algo muy destacado en el estilo de la novela: los pensamientos de los personajes están insertados como diálogos, pero en cursiva. Nunca lo había visto así.

Melocotones helados, en definitiva, no está mal. Pero esperaba más ya que, al fin y al cabo, ganó el premio planeta. Vale, lo sé. El premio Planeta no es que diga mucho en cuanto a calidad, por no hablar de otro tema aún peor. Pero leí Irlanda, y me dejó un buen sabor de boca, siendo su primera novela. Con su tercera obra, y premiada, esperaba más. Y me encontré con una novela, que tiene una minúscula pizca de novela policíaca, pero sin llegar a serlo, porque no se centra en ninguna investigación. Tiene una pizca de toque fantástico, sin saber si considerarla como novela fantástica. Tiene una pizca de novela de saga familiar, sin llegar a desarrollarla del todo. Sí es una novela introspectiva, que se centra en las emociones de los personajes, y eso lo hace bien. Si bien, aunque creo que Elsa pequeña y Elsa grande están bien dibujadas, noto que otros personajes secundarios podrían haber ofrecido más al lector. Y considero que a la novela le faltó poda—tuve la sensación de que Melocotones helados era a veces dos o tres novelas en una—, y unificar más y mejor. Por eso, si tengo que recomendar leer a Espido Freire, les recomendaría mejor Irlanda.

Valoración: Suficiente/bien

Te gustará si te gustan las historias intimistas, los secretos familiares.

miércoles, 1 de abril de 2020

La habitación de invitados, de Helen Garner. O el equilibrio de la amistad entre la generosidad y la superchería


Ficha
Título: La habitación de invitados
Título original: The Spare Room
Autora: Helen Garner
Idioma: española
Idioma original: inglés
Traducción: Isabel Ferrer Marrades.
Editorial: Salamandra.
Nº de páginas: 160 páginas

Sinopsis (copiada de la contraportada)
Merecedora de diversos premios, así como del aplauso de la crítica y el favor de miles de lectores en diversos países —en Alemania figura en la lista de éxitos hasta la fecha—, esta novela marca el regreso a la ficción de Helen Garner, autora de enorme prestigio en su Australia natal.
El carácter autobiográfico de esta hermosa y emocionante exploración del ser más profundo queda evidente en las características de su personaje principal, Helen, una escritora de edad madura y arquetipo de la mujer moderna y emancipada. Helen prepara con esmero el cuarto de invitados a la espera de la llegada de su vieja amiga Nicola, tan bohemia e independiente como ella. Nicola va a quedarse tres semanas para someterse a un tratamiento de medicina alternativa, aunque muy pronto se hace evidente que se encuentra más enferma de lo que ella misma está dispuesta a aceptar. Por su parte, Helen, convertida en enfermera, ángel de la guarda y juez, apenas puede disimular su disgusto por la extravagante cura en la que su amiga confía ciegamente. El desacuerdo entre ambas no sólo genera una inesperada brecha en su amistad, sino que las mueve a reflexionar hasta qué punto están dispuestas a sacrificar los intereses propios por ayudar a otra persona, poniendo en peligro un estilo de vida al que no desean renunciar.
Exenta de sentimentalismo, pero llena de sentimiento, inteligencia y humor, La habitación de invitados ahonda en los múltiples sacrificios que exige la amistad y se pregunta dónde están los límites de la generosidad, de la paciencia, de la capacidad para engañarnos y ahuyentar así el fantasma de nuestra vulnerabilidad.

Opinión personal
Hay libros asociados a recuerdos, no ya por el contenido, sino por el momento o la circunstancia en el que se leyeron. Me sucede con La habitación de invitados, de Helen Garner, una novela que tengo vinculada a una vivencia muy concreta. Era el año 2012, y cursaba filología hispánica. Decidí probar con una asignatura de prácticas y elegí, de las diversas opciones, trabajar en una biblioteca. Un sitio lleno de libros, cómo no. Allí me ofrecieron participar en el club de lectura del mes siguiente, y el libro que tocaba leer era esta novela que hoy nos ocupa. Así que si quieren saber de esta novela, y también acerca de lo que me aconteció en la tertulia literaria, pasen y tomen algo.

La novela empieza con Helen preparando, con cariño y esmero, la habitación de invitados de su casa. Va a recibir la visita de su amiga Nicola, enferma de cáncer, que reposará durante tres semanas mientras se somete a un tratamiento para su crítica enfermedad. Aunque hay un gran pero que ponerle a ese tratamiento: es una magufada. Y por lo tanto una estafa, siendo éste un tema destacado de la obra. Helen tendrá que lidiar con el dificultoso cuidado de una enferma de cáncer más el plus de ser consciente de la estafa en la que crédulamente ha caído su amiga. Y aquí entra el segundo gran tema de la obra: la complicada relación entre el deber y la amistad, y la línea que separa lo racionalmente exigible del abuso de confianza.

Respecto al primer tema, la novela es muy clara en su condena a las pseudociencias, sin la más mínima concesión. Y desde el principio. A las pocas páginas, Helen nos cuenta cómo días antes de recibir a su amiga había quedado para cenar con un amigo suyo, psiquiatra. Y le expone la situación:
—¿Se quedará tres semanas? —preguntó mi amigo Leo, el psiquiatra. Era sábado por la noche, y yo, sentada en la espartana cocina de su casa en South Yarra, lo observaba guisar. Echó la pasta en un colador y lo agitó—. ¿Por qué tanto tiempo?
—Ha reservado plaza para un tratamiento alternativo aquí en Melbourne, en un centro de la ciudad. La han admitido con carácter de urgencia. Tiene que presentarse el lunes a primera hora de la mañana.
—¿Qué clase de tratamiento?
—No me atreví a preguntar. Me ha hablado de suero de peróxido y otras cosas horribles. En Sidney ya ha estado tomando vitamina C a grandes dosis. Ochenta mil unidades, me dijo. Por vena. Con algo que se llama glutatión, sea lo que sea.
Se quedó inmóvil con el colador en la mano. Parecía estar conteniéndose: nunca había reparado en las venas de sus sienes, bajo los rizos blancos.
—Todo eso es pura charlatanería, Helen.
Empezamos a comer. Leo dejó que se impusiera un silencio de psiquiatra mientras empuñaba el tenedor. Su terrier blanco y negro permanecía sentado junto a su silla y lo contemplaba con desvalido amor.
— Ya —dije—. Eso intuía yo. Cuando le diagnosticaron el tumor intestinal, le pidió al oncólogo que postergara el tratamiento por un tiempo para poder tomar grandes dosis de aloe vera. Y él le contestó: <<Nicola. Si el aloe vera redujera los tumores, lo recetarían los oncólogos del mundo.>>. Pero ella cree en esas cosas. En su casa, detrás del sofá, tiene una colchoneta magnética. Siempre me dice: <<Tiéndete en la colchoneta, Hel. Te curará la osteoporosis.>>
La habitación de invitados me pareció una novela muy valiente en mostrar este tema de forma clara. Así lo expuse en el club de lectura en mi turno. Y así se creó la polémica. De entre la gente, había dos personas muy convencidas de las bondades de estas “curas” alternativas. Concretamente de la cura alternativa por excelencia: la homeopatía. Eran dos personas muy puestas en general en estos temas. Una, por ejemplo, conocía perfectamente el tratamiento de vitamina C que se relata en la novela y al que se somete Nicola. La otra me dijo, muy enfadada, “que la ciencia había demostrado que la homeopatía era una cura eficaz”. Literal. ¿Y el resto de participantes? Bueno, iban de neutrales… pero los percibí inclinados hacia la opinión de esas dos señoras. <<Vale que Nicola en la novela diera con un charlatán estafador, pero Helen Garner carga demasiado las tintas contra las terapias alternativas>>, venían a convenir. En varios momentos de mi vida me he sentido claramente en minoría frente a los demás, y aquél fue uno de esos momentos. A la vez que veía –y vivía— a mi alrededor el estado de opinión sobre las pseudociencias, más valoraba esta novela. Había puesto el dedo en la llaga. Y con el valor añadido de no ser un panfleto, porque la denuncia de las pseudoterapias no es lo más esencial de la novela. Quizás porque tiene mucho de autobiográfica —tema para nada baladí—, y prima más contar una historia tal y como pasó.

Una historia que nos lleva forzosamente al otro gran tema citado: ¿Hasta qué punto se es generoso u egoísta? ¿Cuál es el límite que separa una cosa de otra? Este dilema sobre la generosidad y el egoísmo se entrelaza muy bien con el de la pseudociencia. Porque la pseudoterapia en la que cree Nicola y a la cuál se aferra con total convicción es lo que hace peligrar la relación de amistad, y añade dificultades en el cuidado de la enferma. Ya de por sí pasar un cáncer es duro, pero la cosa se agrava si encima te sometes a un tratamiento estafa que te provoca durísimos efectos secundarios:
Por la noche tuvo sudores. Sufrió dolores en el vientre y el hombro. Cada vez que yo oía moverse entraba en su habitación sin decir nada. Ella intentaba sonreírme: hacía ver que no padecía. Lo único que tenía para aliviarla era la última dosis de Digesic del día. Le llevé agua en la jarra de porcelana con un dibujo de hortensias rosadas y se la serví en uno de mis vasos más bonitos. Yo también bebí, para acompañarla. Por lo visto, la vitamina C administrada por vía intravenosa le destrozaba la columna vertebral: no podía permanecer erguida. La cuidé, retirando sábanas y haciendo un rebujo con ellas, sacando otras limpias, refrescando la cama y volviendo a refrescarla. Mientras lo hacía, ella se sentaba en la silla de madera del rincón, con la cabeza inclinada y las manos largas unidas sobre el regazo. Finalmente concilió un sueño profundo. Yo volví a rastras a mi habitación y la casa quedó en silencio... Siempre había pensado que la pena era la emoción más agotadora. Ahora sabía que era la ira.
(…)
—No entiendo cómo pueden seguir administrándote el tratamiento de vitamina C sabiendo que tiene esos horribles efectos secundarios. ¿En teoría para qué sirve?
—Pero, Helen —susurró—, pasa lo mismo con la quimio y la radio. Nadie sabe cómo actúan, ni la una ni la otra, pero siguen aplicándose.
Como ven, pese a su sufrimiento físico, Nicola tiene un gran consuelo mental, creyendo seguir el tratamiento correcto. ¿Pero qué pasa con Helen? Pasa que ve cómo su amiga paga 2000 dólares semanales a una clínica estafadora y va a peor. Helen también sabe que el cáncer de su amiga se halla en fase cuatro, y por lo tanto no tiene solución. Pero eso no quita que podría pasar lo que le quede de vida tratándose con medicina de verdad, aceptando analgésicos que le aliviarían el dolor e intentar disfrutar y exprimir lo que le quede de vida. Mas no es esa la idea de Nicola. Y no es sólo que Helen tenga que ver como Nicola va a peor por una idea totalmente equivocada, es que Helen se ha convertido en enfermera a tiempo completo, y tendrá que atender a Nicola en sus dolores e incomodidades. Dolores e incomodidades que, repito, podrían ahorrarse Y la tarea resulta titánica para Helen.
Una habitación de invitados

Porque hete aquí uno de los puntos más interesantes de la novela: todo lo que concierne a los cuidados. El título de la novela me parece muy bien escogido por ello: “La habitación de invitados”. Abrir las puertas de tu casa, y ceder una habitación a alguien que quieres, y cuidar a esa persona. Y por eso también resulta fundamental el punto de vista: no relata Nicola, la enferma. Relata Helen, la cuidadora. En la tertulia del club de lectura, alguien comentó que le había parecido cruel que lo viéramos todo desde los ojos de Helen, y que tuviéramos que empatizar con las fatigas de la cuidadora, cuando en realidad, la enferma de cáncer y la que va a morir es Nicola —Y esto no es ningún spoiler: desde el inicio se sabe que está ya en fase terminal—. Tomé la palabra, y repliqué que a mí me pareció todo un acierto. Y que jamás lo había visto en ninguna otra novela. ¿Novelas sobre enfermos de cáncer? Varias, e incluso se ha convertido en un manido tópico —Hola, Albert Espinosa—. ¿Novelas en las que una persona debe de hacer de enfermera por amistad? Sólo ésta. Debo decir que, afortunadamente, al manifestar este punto de vista mío no sólo no vi desaprobación como con el tema de las pseudociencias, sino que les pareció interesante mi punto de vista, incluso algunos asintieron con la cabeza. Pero volvamos a la novela y a los cuidados. En un primer momento, antes de recibir a Nicola, Helen habla con Iris, la sobrina de su amiga enferma, y llega a sentirse un poco ofendida:
Teníamos que permanecer en contacto, eso por supuesto: me dio su dirección de correo electrónico. Iris y su novio Gab podían venir, pero no ese fin de semana, sino el siguiente: el colegio donde ella daba clases no le concedería más días libres. Si me sentía desbordada, se la llevarían a casa, con ellos. ¿Desbordada? Eso me hirió el orgullo. Se suponía que yo era una mujer útil en los momentos de crisis.
Pero no sabía lo que le esperaba. Quizás no lo sabemos hasta que nos toca a nosotros. Y es un trabajo muy desvalorado, tal vez porque ha recaído siempre de forma mayoritaria sobre las espaldas de las mujeres. De hecho, Helen necesitará desahogarse ante la nueva situación de cuidadora en la que se ve, y todos los personajes con los que hablará son femeninos: su amiga Peggy, su hermana Lucy, y la sobrina de Nicola, Iris.

Y a todo este duro trabajo de cuidados, ya he comentado que Nicola no es una enferma cualquiera. Y eso implica más trabajo extra para Helen a la hora de cuidarla. Así como también batallar psicológicamente con ella, para que abandone la clínica pseudocientífica y deje de creer como a una autoridad al “doctor” Theodore. Y todo ello intentando no tensar la relación de amistad. Pero con Nicola es mucha la paciencia que hay que tener. No es cosa de Helen y su cansancio, la novela nos ofrece otras perspectivas, como la de la sobrina de Nicola:
—Me horrorizaba la idea de que pasara tres semanas aquí contigo. No tiene ni idea de lo que le pide a la gente. Ese buen ánimo suyo tan exasperante… Incluso veinticuatro horas pueden bastar para sacarte de quicio. Pero si le planteas las cosas a las claras se pone a la defensiva, así que pensé que si se lo sugería por teléfono y le reservaba un pasaje sin decir nada, tal vez madurara la idea durante la semana y el domingo estuviera dispuesta a volver a casa con nosotros. Pero no quiso ni oír hablar de ello. Siguió en sus trece, diciendo: <<Sé que voy a mejorar, y si no continúo con el tratamiento, moriré.>>
Y también nos basta conocer a Nicola por sus diálogos, el propio lector puede ver cómo se cuelga de la gente y no acepta que le digan lo que no quiere escuchar:
—Escúchame, Nicola. Esto no es una cuestión de collarines. Necesitarás un equipo de personas que te cuide a diario, y noche tras noche: que te cambie las sábanas y las lave, que te compre comida y te cocine. Tu familia y amigos no te permitirán trasladarte a un hotel. Eso no va a ser así. Debes volver a Sidney.
—Mañana por la mañana cogeré el avión. Tú vendrás conmigo, ¿no? No puedo viajar sola. Me pondré de acuerdo con Iris, y pasaré a recoger unas cuantas cosas que necesito. La semana que viene volveré. Tengo docenas de queridas amigas del colegio que viven en Melbourne. Me aceptarán en sus casas de todo corazón.
Me invadió una rabia vertiginosa. Me entraron ganas de estrellar el coche contra un poste, pero para que muriese sólo ella.
La novela se abre con la siguiente cita de la poeta norteamericana Louise Glück —reconozco que no sabía quién era y tuve que googlear—:“¿… o es que así se porta el corazón cuando sufre?”. Y el caso es que, por lo que deja ver Helen, jamás tuvo ningún problema con su amiga Nicola. Ni es una mala persona, todo lo contrario: siempre se hizo querer. Helen y Nicola son dos mujeres con muchas similitudes: ambas son dos mujeres mayores, sexagenarias, modernas, independientes —Nicola sin pareja, y Helen divorciada— y emancipadas económicamente. Y desde que se conocieron quince años atrás, jamás habían tenido ningún problema. Desde el primer momento, supo Helen que Nicola creía en estas cosas exóticas/esotéricas, pero eso jamás le importó lo más mínimo. No les separaba en absoluto, cada una con su vida y con lo que creyera —o no creyera—. Pero una vez enferma de cáncer Nicola, y siendo cuidadora Helen, la relación no puede ser igual que en aquellos tiempos pasados y felices. Las creencias acientíficas de Nicola no las puede ignorar ya Helen, debido a que son el principal problema. El choque será inevitable. El optimismo de Nicola, que a priori puede parecer positivo, acaba siendo contraproducente y de una ceguera absoluta. Porque es un optimismo que niega su realidad. Puro pensamiento mágico. Y como bien reflexiona Helen, “la muerte no debe negarse. Intentarlo es una presunción. Infunde locura en le alma. Absorbe la virtud. Envenena la amistad y convierte el amor en una farsa”. Así pues, Nicola pese a su optimismo, en el fondo, muy en el fondo, tiene ese dolor latente. Y en cuanto a Helen, pese a su buena disposición y generosidad, aguantará y aguantará… hasta no poder más. Y veremos a Helen  lidiando con  el trabajo duro de una enfemera, a Helen lidiando con el carácter de Nicola, a  Helen lidiando con la clínica estafadora. Veremos, en definitiva, a dos personajes que sufren, sometidas a una fuerte presión para mantener la amistad.

Porque aunque aparecen más personajes en la obra —a descatar el Dr.Theodore, el charlatán estafador—, son Nicola y Helen el eje principal de la novela. Y ambos personajes están bien construidos, te los crees psicológicamente. A pesar de lo paciente que es Helen, entiendes que acabe explotando —muchos habríamos explotado antes—, y pese a que Nicola se hace odiosa, comprendes que algo tiene para haber conquistado la amistad de su amiga. Por eso, pese a lo duro de la situación que he ido describiendo, y pese a esa constante tensión que en algunos momentos explota, aún quedará también espacio para momentos alegres, y hasta humorísticos. Un humor leve que rebaja la dureza de la situación. Porque Garner no se recrea ni se regodea, ni añade más dramatismo del que la historia tiene. Sólo hay dos discusiones tensas: las que Helen tiene con Nicola y con el Dr.Thedore. Pero son discusiones a las que se llega por el propio peso de las circunstancias. Y Garner tampoco cae en el sentimentalismo facilón. La novela es emotiva, y los sentimientos hacen acto de presencia—cariño, amor, tristeza, dolor, ira…—, pero no se desbocan. Y ni siquiera la presencia de la muerte hace que la obra caiga en el tenebrismo.

La habitación de invitados es una novela sencilla y lineal. Una sencillez que, mientras leía, no terminaba de apreciarla, ya que me pareció que tenía un punto extraño: su estructura interna. Respecto a la externa nada a destacar, los capítulos son pausas no titulados ni enumerados. Simplemente, una página termina en punto y final, y con la siguiente hoja en blanco. Y se sabe así que hay un cambio de capítulo.
Helen Garner

Y dentro de cada capítulo, se marcan pequeños espacios entre fragmentos. Volviendo a la estructura interna, me chocó lo siguiente: en cuanto Nicola debe proseguir su tratamiento en otro lugar, y deja de ser la invitada en casa de Helen, la historia se acelera, y acaba rápidamente la novela. Helen nos pone al corriente de lo que acontece una vez marcha Nicola, pero es como un resumen final. Todo el foco de la historia ha estado en la convivencia —y por ello, abundan los diálogos en la novela, los cuáles están bien construidos—. Y como he comentado anteriormente, hay un detalle de vital importancia: la novela está basada en una experiencia real que vivió la autora. Estamos ante una autoficción, y Helen Garner nos cuenta de primera mano cómo tuvo que cuidar de su amiga. Quizás por ello, por su toque autobiográfico, la convivencia entre Helen y Nicola, sea el meollo de la novela, y lo que pase después queda como una explicación rápida. Tuve la sensación —reconozco que subjetiva— de que La habitación de invitados no pretendía ser una obra ambiciosa. Cosa que tampoco significa que sea una obra descuidada o excesivamente simple. Sino que parece discreta, con un aire deliberamente poco pretencioso. Como si la autora hubiera querido retratar un momento de su vida, una particular vivencia. Pero ahí está su logro, y es más de lo que parece.

Por eso considero que ha sido una lectura que ha valido la pena. Por tratar las relaciones de amistad y lo complicadas que pueden llegar a ser —pese a que haya sincero cariño—, y por poner de relieve un tema, el de las pseudociencias, que a Helen Garner le llegó de sopetón a través del cuidado de su amiga. Y en cuanto a mí, pues bueno, no me volvieron a ver por el club. Que no es mi ánimo de ofender a nadie, pero no puedo comulgar con ruedas de molino. Y menos cuando se trata de niños.

Valoración: Notable

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